La importancia de la empatía (ideas complementarias)

Quisiera volver sobre la cuestión de la empatía y su relevancia en nuestro sistema moral.

Generalmente oímos decir que, en lo que atañe a la moralidad, el mundo no va muy bien. Y es cierto. Pero también es cierto que nuestro mundo podría estar mucho peor, siempre en lo que respecta a su cualidad moral. No hay muchos motivos para enorgullecernos… pero tampoco debemos subestimar ciertos logros alcanzados. (El hecho de que, a pesar de todo, el homo sapiens todavía siga existiendo sobre la faz de la Tierra es prueba de eso.)

¿Por qué digo esto? Lo digo por un hecho que ya señalaba: nuestra moralidad se basa, entre otras cosas, en la empatía. La empatía no está muy desarrollada en el ser humano, pero está lo suficientemente difundida como para que exista ese mínimo de moralidad que hoy existe.

Para lograr una performance moral mucho más satisfactoria que la actual necesitaríamos, entre otras cosas, un mayor grado de empatía en cada uno de nosotros. Ya señalé que la empatía es un poco como el oído musical o como la inteligencia matemática: no está uniformemente distribuida en la población. Algunos carecen casi totalmente de empatía, otros tienen una empatía muy desarrollada, etc., pero en general la empatía presente en la ciudadanía es bastante restringida. En conclusión, sin un salto hacia nivel medio-alto de empatía en la mayoría de la población no pueden esperarse grandes cambios en la moralidad planetaria.

Un desarrollo paralelo que debería darse al incremento del nivel empático concierne a nuestra capacidad cognitiva, en particular, aquella que nos permite reconocer qué características son moralmente relevantes y qué rasgos son, en el fondo, moralmente irrelevantes. Sabemos que el color de la piel (blanco, negro, amarillo, rojo) no es una característica moralmente relevante; y lo mismo se aplica al sexo (mujer, varón, otros). Nada hay aquí que nos permita discriminar un grupo de otro. Pero existen aún otras barreras. Por ejemplo, ¿por qué debemos ayudar a nuestros connacionales y no a los habitantes de otros países (o sólo en un segundo o tercer lugar)? ¿Acaso la pertenencia a una nación es (o es aún) un criterio moralmente decisivo? ¿Y qué decir de la pertenencia a una especie biológica determinada? ¿Por qué hay clínicas para hermoso gatos siameses y simpáticos perritos falderos, mientras que los cerdos y las vacas son tratados como meras máquinas de producción de materias primas (carne, cuero, leche)?

La vida moral es, en definitiva, un equilibrio entre dos fuerzas en direcciones contrarias: los intereses propios, por un lado, y la consideración de los intereses ajenos, por el otro. El punto es cuánto peso van a tener cada uno de esos extremos, cuánto privilegiar, por ejemplo, mis intereses particulares en desmedro de los intereses ajenos.

El egoísta es el que le da prioridad absoluta a la satisfacción de sus propias necesidades y de sus propios deseos, sin importarle qué suceda con los demás.

Algunas emociones morales prosociales ayudan a moderar el excesivo “amor propio”; la empatía es una de ellas, unida a la piedad, la misericordia, el altruismo, etc. Pero a veces ese excesivo amor propio que se traduce en el egoísmo puede verse consolidado gracias a emociones antisociales, como la indiferencia, el desinterés por el otro, la frialdad, cuando no directamente el odio, la repulsión, la venganza, etc.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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