El debate sobre el aborto en Argentina (quinta entrega)

En esta entrada voy a examinar el último argumento que generalmente se presenta contra el aborto, el así llamado “argumento de la pendiente resbaladiza”. (Esta expresión está tomada del inglés, slippery-slope argument.) El razonamiento aquí puede resumirse como sigue: “Dejemos por un momento la discusión acerca de si la interrupción voluntaria del embarazo es una práctica en sí misma moralmente errónea o no. Supongamos incluso que en tal o cual caso pueda no serlo. Así y todo, lo cierto es que si se despenalizara el aborto y si se lo comenzase a practicar asiduamente, ello provocaría una erosión tal de nuestra sensibilidad ética y un relajamiento tan grande de nuestra disciplina moral, que nuestra sociedad pronto terminaría descarriándose y aceptando todo tipo de prácticas moralmente abominables, como los campos de concentración, el infanticidio, la tortura, la eutanasia forzada, etc. Por lo tanto, si queremos que ello no ocurra, si nuestro deseo más firme es que la sociedad no se degrade completamente, entonces no debemos permitir que ocurra ningún desliz más. Legalizar el aborto implicará acercarse peligrosamente al precipicio moral. Una vez que se sobrepasan ciertos límites morales, la situación se vuelve incontrolable y la caída es la consecuencia inevitable.”

      Una aclaración: en alemán se conoce a este tipo razonamiento ético también con el nombre de Dammbruchargument, esto es, “argumento de la ruptura del dique”. La imagen es aquí igualmente elocuente: transgredir un límite moral, como por ejemplo permitir el aborto, es equiparable a hacer –o a permitir que se haga– una fisura en el muro de contención de un lago. Una sola rajadura en un dique, por insignificante que pueda parecernos, muchas veces basta para que toda la pared ceda a la presión del agua estancada y esta se desborde, con consecuencias trágicas.

      Hay varias cosas que me gustaría aclarar aquí. En primer lugar, el argumento de la pendiente resbaladiza ha perdido fuerza tras revelarse una alarma exagerada. De hecho, creo que no posee la relevancia que tenía en la década de 1960 y 1970, cuando empezada a legalizarse el aborto en algunas sociedades pioneras (recordemos que la Abortion Act británica es de 1967). Hoy en día contamos con una prueba irrefutable: en las sociedades occidentales que han legalizado la interrupción voluntaria del embarazo no se han dado los escenarios apocalípticos que preveían los sectores conservadores. Por ejemplo, tras la introducción del aborto sociedades tan diferentes entre sí como la inglesa, la alemana o la española no se han desbarrancado en una pendiente escabrosa; tampoco ha reventado el muro de contención moral de sus ciudadanos. Si en estas sociedades puede hablarse de la tan mentada “crisis de valores”, es en todo caso por otras causas. (Y, por cierto, si vamos a hablar de crisis de valores, no veo por qué no incluir a sociedades que aún condenan el aborto voluntario, como la Argentina. ¿Acaso somos los argentinos moralmente más meritorios que los españoles o los alemanes por el hecho de no haber legalizado el aborto?)

      En segundo lugar, es comprensible que todo cambio social, cultural y moral despierte entusiasmo en algunos, pero resquemores en otros. Lo que unos festejan como “progreso”, representa una amenaza para el resto. Y es natural cierto temor ante lo desconocido y nuevo. Sin embargo, el punto es que el argumento de la pendiente resbaladiza ha sido y sigue usándose por muchos intelectuales conservadores con el fin de oponerse ciega y tajantemente a toda transformación social, sin que luego, lo subrayo una vez más, aparezcan las consecuencias tan temidas.

      Me acuerdo, por ejemplo, del debate en torno al divorcio. Yo estaba entonces terminando la escuela primaria y recuerdo aún los escenarios apocalípticos que vaticinaban los opositores. Finalmente, en 1987, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, se aprobó la ley 23.511 que permitía que las parejas se divorciaran… ni ese año, ni los siguientes sobrevino la catástrofe social que se anunciaba. Por cierto: si hay una “crisis de la familia” en Argentina, ello no de debe a esa ley, que lo único que hizo fue terminar normalizando la situación de muchas parejas que ya de hecho vivían separadas o que incluso habían formado nuevos hogares. Otro tanto podría decirse de la introducción de la ley de matrimonio igualitario, impulsada por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

      En este contexto, quisiera citar una observación de Govert den Hartogh, un estudioso del tema, que concluye un artículo titulado justamente “El argumento de la pendiente resbaladiza” de este modo:

“En general, las predicciones de desliz en la pendiente no están avaladas por ninguna prueba; sin embargo, se las presenta como verdades y se decide así la cuestión en favor de la posición que refleja el statu quo.”

     Esto no implica –y con ello paso al tercer aspecto que quería comentar– que no deba actuarse con prudencia a la hora de legalizar el aborto. De hecho, esa es la razón por la que tiendo a no usar el término despenalización, porque más que despenalizar una práctica como el aborto, lo que debemos hacer es legalizarla, esto es, establecer un marco legal claro y preciso que indique cómo han de realizarse los actos en cuestión. Debemos contar con una ley que fije bajo qué condiciones puede realizarse y bajo qué condiciones no puede realizarse el aborto y cuáles serán las modalidades a seguir. Despenalizar significa simplemente que ni la mujer que decide abortar ni el médico que lleva a cabo ese acto podrán ser luego imputados. Pero lo que importa aquí es no solamente reformar el código penal, sino ofrecer una ley clara, moderna y amplia que determine cómo habrá de procederse y cuáles serán las sanciones para quienes no respeten las nuevas condiciones fijadas; esa ley, además, habrá de promover la creación de instituciones de control y supervisión para el buen desempeño de la nueva práctica.

     Concluyo con una última observación. La relevancia de los argumentos de corte consecuencialista no se manifiesta tanto en las posiciones contra el aborto sino, por el contrario, en las de sus defensores. En efecto, existen varios motivos para pensar que la legalización del aborto en Argentina (y en muchos otros países) tendría una incidencia positiva, contribuyendo sobre todo a reducir el número de mujeres que mueren por causa de un aborto clandestino mal hecho o que contraen infecciones o quedan directamente estériles por la mala praxis. Incluso cuando debamos tomarlas con pinzas, me interesa dar algunas cifras que se manejan en los medios. Supongamos que la cifra de abortos ilegales por año en nuestro país asciende, como se dice, a unos 450.000. Tal vez podamos dudar de la corrección de este número, pero lo que nadie discute son las 60.000 internaciones que hay cada año de mujeres que han sufrido un aborto mal hecho. Por otro lado, según números del Ministerio de Salud, de las 245 mujeres embarazadas que murieron en 2016, 43 casos se debieron a abortos practicados clandestinamente, con lo cual esta pasa a ser la principal causa de mortalidad materna en nuestro país. Repito: en espera de nuevos estudios, tomo todas estas cifras cum grano salis. Pero aunque las nuevas estadísticas no sean tan elocuentes, no creo que nuestra realidad vaya a diferir mucho de la de otros países “en vías de desarrollo”, y menos aún de la de los países más pobres del mundo. Margaret Pabst Battin, una renombrada bioética, afirma:

“Entre setenta y ochenta mil mujeres, casi todas pobres y/o residentes en los países pobres o de países donde el aborto es ilegal, mueren cada año a causa de abortos mal realizados”.

     Si lo que realmente nos interesa es proteger la vida, entonces hay buenas razones para legalizar el aborto.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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