Personas no humanas (III)

Espero no darles la sensación de andar “escurriendo el bulto”. Al fin y al cabo, la manera más directa de hablar acerca de las personas, sean humanas o de otro tipo, parece ser la de proponer una definición de persona, por más temeraria que pueda ser tal empresa. Sí, lo sé, ya llegará la hora de tomar el toro por las astas. Mientras tanto, ensayemos un camino alternativo.

¿Por qué en vez de hablar de personas no nos referimos a los seres valiosos, esto es, a los seres de los que podemos decir que “tienen valor intrínseco”? Si se trata de proteger algo o de proteger a alguien, comencemos por los entes que poseen ese tipo de valor, por los entes valiosos en sí mismos.

Yo soy valioso para mí mismo. Tú, lector, eres valioso para ti mismo. Nuestros seres queridos son valiosos para sí mismos. Hasta aquí, todo bien. Es más, hoy en día no tendríamos ningún problema en afirmar que todo ser humano es valioso en sí mismo, independientemente de su nacionalidad, religión, orientación sexual, etc.

¿Todo claro hasta ahora? Más o menos, diría, porque en el párrafo anterior hay un supuesto implícito. Cuando hablamos de seres humanos pensamos en los niños, los jóvenes, los adultos, o sea, gente que está en la flor de la edad (o está entrando en ella). Pero ¿qué pasa si nos vamos antes o si nos vamos después de ese momento? ¿Los fetos tienen valor en sí mismo? ¿Y los embriones? O, para irnos al extremo opuesto, ¿los pacientes con demencia senil en estado avanzado? Y, ya que estamos, ¿qué vamos a afirmar de por ejemplo un adulto con serios trastornos cognitivos, emocionales, etc.?

Me imagino que ustedes están pensando: “¡Pero sí, hombre! Todos somos valiosos, independientemente de la fase en la que nos encontremos (primeros estadios del ciclo humano, últimos estadios) e incluso de nuestras capacidades: un niño con síndrome de Down, otro esquizofrénico y un tercero aparentemente normal no se diferencian entre sí en lo más mínimo en lo que atañe a su valor intrínseco.”

¡Muy bien! El criterio subyacente, entonces, parece ser este: todo ser perteneciente a la especie Homo sapiens tiene valor en sí mismo porque es capaz de tener una vida, no importa cuán exitosa en términos económicos o profesionales; en otras palabras, porque puede desarrollar su existencia en los planos biológico, psicológico y social. Toda vida humana es valiosa porque es manifestación del maravilloso acto de existir.

De acuerdo. De todos modos, si hemos dejado atrás todas las fronteras que separaban a los hombres entre sí (fronteras que tenían que ver con la nacionalidad, la religión, el sexo, la edad, la condición mental, etc., etc.), ¿por qué no somos consecuentes y extendemos la comunidad de seres con valor en sí mismo a los animales? ¿Acaso un pájaro, una vaca o una iguana no tienen vidas dignas de ser vividas, no son expresiones de eso que llamamos la maravilla de existir?

No quiero que pierdan de vista al punto de lo que estoy proponiendo. Ya veo que algunos de ustedes sacaron las consecuencias éticas de esa posición, ligadas a la liberación animal, a la abolición de toda forma de esclavitud y de sometimiento. Por el momento, lo que me interesa subrayar es esto: si vamos a decir que el universo está poblado de seres con valor intrínseco y que esos seres son todos aquellos que pueden tener una vida biológica y psicológica, entonces también tenemos que concluir que en el mundo hay seres que no reúnen esas condiciones.

Por ejemplo, la computadora en la que estoy escribiendo estas líneas y la computadora en la que tú estás leyendo estas líneas no son seres vivos capaces de tener una existencia psicológica. Por tanto, las computadoras personales son entes con valor extrínseco, no con valor intrínseco.

Aquí llegamos a lo que me interesaba resaltar: hablar de seres con valor intrínseco implica hablar de cosas con valor extrínseco. Otra manera de expresarnos podría ser esta: mientras los seres humanos y los animales somos seres valiosos como tales, las cosas del mundo tienen valor instrumental. Yo no soy instrumento de nadie; mi vecino, por más que ya no reconozca ni a sus propios hijos por la enfermedad mental que padece, no es instrumento de nadie; el pez que nada en el río no es instrumento de nade; pero estas computadoras son nuestros instrumentos, nuestras herramientas para comunicarnos. El valor de estas cosas es “derivado”, proviene de nosotros, que se lo otorgamos.

Supongamos que un beduino y su camello se topan en el medio del desierto con dos lagunas, una con agua dulce y otra con agua salada. Mientras que la primera tendrá en enorme valor instrumental, la segunda será absolutamente despreciable. El agua es solo valiosa porque satisface nuestra necesidad.

Una última observación: hasta acá, todo parece claro, el mundo se divide en dos bandos, la de los seres con valor intrínseco y la de las cosas con valor extrínseco. Sin embargo, hay entidades que parecen pertenecer a un terreno intermedio entre uno y otro bando. Pensemos por ejemplo en un magnífico roble. El árbol es un ser vivo y por lo tanto parecería tener valor intrínseco; de todos modos, al no tener vida psicológica, no reúne los requisitos que señalábamos más arriba. El tema es justamente este: tratar al árbol como una mera cosa es algo que no nos convence, pero tampoco el considerarlo “uno más de nosotros”.

¿Y qué de una obra de arte? Aquí sucede algo parecido. Nadie diría que una estatua es equiparable a un montón de piedras, pero lo cierto es que una estatua no tiene vida, ni biológica ni psicológica. Lo que sucede es que la estatua es resultado de la plasmación de un estado de ánimo, es la objetivación de una subjetividad, y por lo tanto nos parece que es parte del ser humano que la ha creado y de la comunidad que la ha adoptado.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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