Este es un llamado a terminar con la pandemia de SARS-CoV-2 ahora mismo. No podemos tolerar ni un día más que la pandemia siga extendiéndose y diversificándose. Contamos ya con todos los recursos necesarios para ponerle coto a esta plaga, y si no lo estamos haciendo se debe exclusivamente a motivos políticos, no a la complejidad de la pandemia en sí misma ni a la insuficiencia de nuestros medios farmacéuticos, económicos, tecnológicos o logísticos para cerrar definitivamente este absurdo capítulo de la historia reciente.
El surgimiento de la variante ómicron y su veloz difusión en decenas de países de todo el mundo nos muestra con ejemplar nitidez que si no actuamos ya con firme decisión política a nivel global, la pandemia va a continuar flagelándonos por años, agravando la situación económica de la mayoría de los países y causando más muertes, más hospitalizaciones, más secuelas físicas y mentales en los contagiados y más angustia en la población en general.
En estos días se cumplen dos años del inicio de esta calamidad. Es cierto que al inicio el virus nos tomó a todos por sorpresa. Nadie sabía exactamente cómo se transmitía ni qué debíamos hacer para frenar su difusión. Tampoco contábamos con terapias, medicamentos ni vacunas para curar a los infectados. Por eso aceptamos las restricciones y soportamos las cuarentenas que se impusieron en todo el mundo, fenómeno no visto desde, al menos, la Segunda Guerra Mundial.
Es este sentido, nadie podía esperar sensatamente que la pandemia durara menos de un año, de un largo año. Pero desde el momento en que se aprobaron las primeras vacunas y comenzaron a administrarse con éxito, las reglas del juego cambiaron radicalmente a nuestro favor. La vacuna es el arma principal de que disponemos, un arma tanto segura como efectiva para derrotar a este “enemigo invisible”, como se lo motejaba al coronavirus al inicio de la pandemia.
Mientras escribo estas líneas, se contagian, ingresan en los hospitales, se intuban o directamente mueren miles y miles de personas en todo el mundo, sobre todo en extensas partes de Asia, de Europa y de América del Norte, regiones del globo que en este momento transitan por la famosa “cuarta ola” de la pandemia, favorecida por la época invernal. Es una realidad triste pero más que triste, indignante, porque esos contagios, hospitalizaciones, intubaciones y fallecimientos hubiesen podido ser, en la mayoría de los casos, evitables.
Hay dos grandes factores que explican la persistencia y el recrudecimiento de la pandemia después de 24 meses de su inicio: por un lado, la negativa absurda de vacunarse de un grupo importante de personas en los países más poderosos y ricos de la Tierra, desde Rusia hasta los Estados Unidos, pasando por Alemania y Gran Bretaña. Por otro lado, la insuficiencia, igualmente absurda, de las acciones de los Estados, de las empresas farmacéuticas y de las organizaciones de la sociedad civil, esto es, de los principales agentes globales que deberían estar en este mismo momento materializando una campaña veloz y efectiva de vacunación a lo largo y ancho del orbe.
No nos olvidemos que las dos últimas variantes del virus que están azotando nuestras sociedades, la variante delta y ómicron, han surgido en las regiones más pobres y menos inmunizadas del mundo: en el subcontinente indio, en el caso de la primera, y el sur africano, en el caso de la segunda.
¿Hasta cuándo vamos a tolerar que en las sociedades más pudientes del planeta la gente siga muriendo de covid porque no quiere vacunarse? ¿Y hasta cuándo vamos a permitir que surjan nuevas variantes, cada vez más sofisticadas, porque los Estados, las grandes empresas y las organizaciones internacionales no hacen lo que debieran hacer: vacunar sin más demoras a todo el mundo?
Es repudiable que, por citar solo un ejemplo, en Europa el 70 % de su población esté vacunada y en África el 7 %. Y es repudiable por dos motivos: porque en Europa el porcentaje debería estar ya por encima del 80 %, para lograr así la famosa inmunidad del rebaño a escala continental; y porque en África el porcentaje debería estar igualmente por encima del 80 %, para lograr de ese modo la inmunidad del rebaño a nivel mundial.
Es un problema exclusivamente político el que hoy siga muriendo gente en el Viejo Mundo y es un problema exclusivamente político el que hoy sigan surgiendo variantes en el África subsahariana.
Las dos medidas centrales para derrotar la pandemia en los próximos meses son, en primer lugar, la introducción de la obligatoriedad de vacunarse sumada a, en segundo lugar, la realización de campañas gratuitas de vacunación masiva en todo el mundo.
Los políticos que no quieren implementar la obligatoriedad de la vacunación en sus territorios nacionales son pusilánimes y responsables de las muertes que allí ocurren.
En apariencia, el segundo objetivo, el de vacunar a todo el mundo, el de realizar campañas de vacunación masivas incluso en las regiones más pobres y remotas del globo, es más complejo. Sin embargo, se trata de una complejidad relativa, porque –insisto– lo que faltan no son recursos, lo que falta es voluntad política.
El objetivo por el que abogo puede expresarse con claridad: en junio de 2022 el 80 % de toda la población mundial debe estar vacunada, esto es, debe haber recibido la dosis única de vacunas como la de Johnson y Johnson, o bien debe haber tenido las dos dosis, de tratarse de los restantes tipos de vacuna. Este es el objetivo a corto plazo, al que deberá añadirse el objetivo a mediano plazo, que incluye la continuación de las campañas de vacunación iniciadas, de modo que todos puedan acceder, en su momento, a las dosis de refuerzo correspondientes.
Repito una vez más: contamos ya con los recursos necesarios. Contamos con la vacuna, el arma más efectiva; es más, contamos con una diversidad de vacunas, todas en principio igualmente buenas para el fin propuesto. Contamos con el dinero necesario: para los principales países del mundo, una nueva restricción a la actividad socioeconómica sería mucho más onerosa que donar los montos necesarios para llevar a cabo las campañas de vacunación masiva a nivel mundial. Contamos con el brazo para ejecutar esta acción: COVAX, que más allá de las críticas que podamos y debamos hacerle a esta estructura de la ONU y la OMS, dispone de la potencialidad para vacunar a todos los pobres del globo.
Urge realizar una cumbre mundial en la que los principales Estados del mundo se comprometan a donar dinero ahora para financiar las acciones de COVAX, cumbre en la que deben participar todas las organizaciones y las empresas más importantes del globo, in primis las empresas farmacéuticas que más rédito están obteniendo de esta situación, como la Pfizer/BioNTech y Moderna.
Es inaceptable que las principales empresas farmacéuticas de todo el mundo sigan extrayendo pingües ganancias de la crisis.
Quiero ser claro: no estoy abogando por acciones controvertidas como suspender los derechos de propiedad intelectual de las principales empresas farmacéuticas. Lo que estoy diciendo es que es intolerable el que muchas de las empresas productoras de vacunas, como así también de equipamiento, de remedios y de métodos diagnósticos para afrontar el covid, empresas que en este momento están disfrutando de ganancias inimaginables, no contribuyan generosamente a ponerle fin ahora mismo a la pandemia que nos asola.
Aquí huelga preguntar por qué. Si no nos mueve la caridad ni el principio ético de justicia global, baste el autointerés. No conozco experto que no repita la letanía: si no nos vacunamos todos, no vamos a terminar más con esta pandemia. Lo que decía Mike Ryan de la OMS sigue siendo absolutamente sensato: “No one is safe until everyone is safe”, nadie está a salvo a menos que todos lo estemos.
Bravo! 👏