Diario de la pandemia (13 de diciembre de 2021)

Hoy no voy a comenzar este diario con las odiosas cifras epidemiológicas, sino con algunas observaciones generales.

Por lo pronto, si alguien aterrizara de golpe en Atenas y se diera una vuelta por la ciudad, no tendría la sensación de que estamos en el medio de la cuarta oleada pandémica: el tráfico volvió a su ritmo enloquecedor, los bares están abarrotados de clientes, y la gente va y viene, pasea, compra, algunos con la mascarilla siempre puesta, otros no. De algún modo, por las calles se respira un aire de normalidad, como si la pandemia ya hubiese quedado atrás.

Claro que esta impresión es engañosa. Es difícil entablar una conversación con el comerciante, con el taxista o con el vecino sin que tarde o temprano se vuelva a los temas de marras: la situación exasperante de los hospitales, las nuevas variantes del virus, la conveniencia de vacunarse.

A propósito de la vacunación, ayer casualmente pasé por delante del “Prometheas” uno de los dos principales centros de vacunación masiva de Atenas, y de nuevo estaba lleno. A pesar de ser domingo a la tarde, había una larga cola, muchos para la tercera dosis, algunos para la primera. No veía tanto movimiento desde las semanas previas al verano, cuando la campaña de vacunación había empezado a toda máquina, antes de perder fuerzas y decaer. (Claro que en casos como estos uno no puede evitar el odioso “somos hijos del rigor”. Si el Gobierno no hubiese amenazado con fuertes restricciones y multas a los no vacunados, el “Prometheas” seguiría tristemente vacío, como hasta hace poco.)

También ayer me di una vuelta por el Museo de Arte Cíclada para ver la nueva exposición “Κάλλος”. Debo reconocer que en los museos, así como en los grandes negocios, se respetan a rajatabla las normas del protocolo: para entrar es necesario mostrar el certificado de vacunación junto con el documento de identidad y el uso de la mascarilla es obligatorio, excepto, obviamente, en las mesas previstas para tomar un refrigerio.

Otra novedad de estos días fue la apertura de la plataforma para la vacunación de los chicos de 5 a 11 años. Nosotros registramos a las chicas el mismo día que se habilitó la página web, el viernes pasado, y ya tenemos los turnos correspondientes para las dos dosis (fines de diciembre y principios de enero).

La única diferencia que veo con la vacunación de los restantes grupos de la población es que no hay tantos hospitales o centros disponibles. Creo que la razón es que no todos tienen el personal y las instalaciones adecuados a los niños. Me inclino a pensar que si de acá a unas semanas se ve que la demanda excede la limitada oferta, el Ministerio va a habilitar otros centros, aunque por el momento parece que no hay motivo para apurarse. Según una encuesta realizada días pasados, solo el 33 % de los padres están dispuestos a vacunar a sus pequeños.

Yo estoy convencido de que la vacuna no solamente es muy segura, sino que constituye el arma más efectiva de que disponemos para proteger también a los niños en edad escolar. Por el momento, no se habla de obligatoriedad para esta franja de la población, pero como padre confieso que me voy a sentir más seguro cuando mis dos hijas se vacunen. Por lo que hemos visto en los últimos meses, en las escuelas los contagios se han vuelto algo casi cotidiano. De ser así, prefiero que se contagien teniendo ya el sistema inmunitario preparado, por más de que hasta ahora el virus se esté mostrado poco agresivo con los menores.

No me gustaría que alguien piense que estoy haciendo una campaña publicitaria velada en favor de las grandes compañías farmacéuticas. Lejos de mí mover incluso el dedo meñique para que empresas como la Pfizer, BioNTech y Moderna sigan enriqueciéndose al ritmo vertiginoso en que lo están haciendo. Es más, veo con pesar que estos gigantes hacen poco o nada por revertir la situación mundial. Las dos semanas pasadas nos hartamos de repetir que mientras que en Europa el promedio de vacunación arriba al 70 %, en África es de apenas el 7 %. Quisiera ver un compromiso digno de ese nombre en las principales empresas productoras de vacunas basadas en la tecnología del ARN mensajero.

Por otro lado, me causa un profundo malestar el que no estemos haciendo prácticamente nada por evitar no solamente que el coronavirus vuelva a mutar (la variante ómicron no va a ser la última en despabilarnos), sino que estalle una nueva epidemia de esta magnitud. Si las epidemias que azotaron el globo en los últimos veinte años tuvieron en la mayoría de los casos un origen zoonótico, y si ese origen se debe a que nuestra especie está degradando la naturaleza a límites injustificables, entonces es necesario concluir que la próxima plaga está a la vuelta de la esquina. Los casi dos años de restricciones y cuarentenas, las decenas de cumbres mundiales y los miles de informes científicos apenas han servido para algo. Lo cierto es que hemos vuelto a maltratar a la Tierra del mismo modo frenético y suicida en que lo hacíamos antes del coronavirus.

Antes de cerrar, las cifras epidemiológicas que prometí al comienzo. En realidad, nada ha cambiado significativamente respecto de las últimas semanas. Ayer, por ejemplo, hubo más de 3000 contagios (la cifra habría sido mayor si se hubiese tratado de un día común y corriente de la semana), el número de intubados sigue por las nubes (más de 700) y hubo unos 90 muertos. La conclusión salta a la vista. El que quiera ver el vaso medio vacío bien puede escandalizarse con estos guarismos; el que en cambio prefiera verlo medio lleno puede suspirar pensando que, al menos, las curvas siguen transitando la meseta.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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