Hay tantos problemas en Latinoamérica –y son tan urgentes–, que parece superfluo detenerme ahora a considerar el caso de los jóvenes cubanos que, dentro de la Isla, luchan pacíficamente por más libertad civil, más bienestar económico y más participación política. Sin embargo, nada es superfluo, ni el reclamo de la juventud cubana, ni el de la chilena o el de la colombiana. Las cosas adquieren su verdadera dimensión cuando se las percibe dentro del contexto en que se insertan.
Por lo que sé, el lunes pasado, 15 de noviembre de 2021, debía realizarse una marcha de protesta por el centro de La Habana y no pudo llevarse a cabo porque el régimen anquilosado en el poder desde hace más de sesenta años mostró sus colmillos, una vez más.
Es indignante que la gente, joven o no tanto, lo mismo da, no pueda expresar su descontento ni hacer públicas sus propuestas para forjar un país mejor, por sentir el efecto directo o indirecto de la represión.
Y al usar el término indignante veo que me quedo corto y por eso me corrijo ahora mismo: es éticamente reprobable. Yo, que tanto me debato en el ámbito de la medicina actual por la libertad y la autonomía, en particular por la libre decisión del paciente grave e irrecuperable que quiere terminar con su vida de una buena vez, no puedo sino denunciar los artilugios –burdos, por lo demás– que usaron las autoridades cubanas desde la madrugada del domingo 14 de noviembre para hacer abortar la protesta.
Expreso, por tanto, mi solidaridad con todos los cubanos de buena voluntad que pujan por una vida más gratificante y más digna, y los insto a que sigan buscando, de manera creativa y pacífica, vías para salirse con las suyas. No hay que desesperar, gutta cavat lapidem, enseña Ovidio, hasta la roca más dura es horadada por la gota. Y menos caer en la tentación de usar la violencia. Y esto lo digo no solamente por mi adhesión al pacifismo, sino sobre todo en vista de que en las últimas décadas los regímenes autoritarios han mostrado mayor resiliencia de lo que se suponía. La experiencia de la Primavera árabe, por solo citar un ejemplo, se traduce en una exhortación inconfundible a la prudencia.
Los autoritarismos de nuestra época son como esos monstruos de las fábulas que no solamente aplastan con facilidad a sus adversarios, sino que se nutren de ellos. ¡Quién hubiese dicho allá en la década de 1990, cuando soplaban otros vientos y parecía que la democracia era una tendencia implacable que iba a rejuvenecer a todos los pueblos del globo, que poco más de veinte años después íbamos a tener que sentarnos a la mesa con un Erdogán, un Putin y un Xi Jinping, con un Al Sisi, un al-Ásad y un Saied, con un Maduro, un Ortega y un Díaz-Canel!
Pero ¡de ningún modo estoy predicando la resignación! Cuando los regímenes coartan nuestras libertades básicas, como lo son la libertad de expresión y la de organización, siempre hay maneras de seguir la lucha por otros medios, desde fuera y desde dentro del país. Ya llegará un día en que nos parezca inadmisible que unos jóvenes no hayan podido simplemente salir a protestar por las calles de La Habana vestidos de blanco y con flores en las manos, y todo debido a que están cansados de tener que hacer filas por horas para hacerse de un plato de comida o de una cajita de medicamentos, cansados de tener que cerrar la boca para no perder el trabajo, cansados de tener que agachar la cabeza para que el burócrata de turno le ponga el sello al documento que necesitan.
Gracias Marcos por tu solidaridad. Un abrazo