Hoy quiero presentar una modalidad de muerte voluntaria a la que pueden recurrir los enfermos graves e irrecuperables sin necesidad de utilizar sustancias farmacológicas de ningún tipo. Me refiero a lo que en inglés se conoce como voluntary stopping eating and drinking (o, por sus siglas, VSED), o sea, el dejar voluntariamente de comer y beber como un modo para acelerar la llegada de la muerte.
Esta técnica –que, por ejemplo, puede utilizar un paciente oncológico en estado terminal para poner fin de una vez a su padecimiento físico y psicológico – ha sido objeto de un amplio estudio escrito y publicado por Timothy E. Quill, Paul T. Menzel, Thaddeus M. Pope y Judith K. Schwarz, Voluntary stopping eating and drinking. A compassionate, widely available option for hastening death (Oxford University Press, 2021).
Aún no me he formado una idea definitiva de esta opción, por eso quisiera discutir con ustedes algunas de sus virtudes pero también de sus defectos.
Por lo pronto, el dejar de alimentarse e hidratarse parece la cosa más natural del mundo en un enfermo que está “en las últimas”, como se dice. Si el apetito es signo de salud y de deseo de seguir viviendo, la pérdida de las ganas de comer es un síntoma más de una vida que se va apagando lenta y naturalmente. ¿Quién no oyó decir de un moribundo: “ya no come, ya no habla, se pasa todo el día durmiendo…”, hasta que finalmente expira?
Ahora bien, es importante no confundir una cosa con otra. Concretamente: una cosa es la anorexia en tanto síntoma que acompaña o abrevia, junto con otros aspectos, la trayectoria natural de la agonía y la muerte de una persona ya muy enferma y debilitada, y otra cosa es este recurso, empleado sistemática y conscientemente, para poner uno mismo fin su vida, cuando otras modalidades más efectivas, como el suicidio farmacológicamente asistido, no estén disponible.
¿En qué consiste concretamente este método? Supongamos un caso típico, el de un paciente con cáncer ya en estado metastásico que comienza a tener complicaciones en todas las funciones vitales, aparte del dolor (por ejemplo, que ya no puede caminar a causa de fracturas en los huesos, que siente mareos frecuentes e intensos, etc.) y que no puede recurrir a la eutanasia ni al suicido farmacológicamente asistido. Bien, este paciente puede decidirse por el método en cuestión: dejar de comer y beber hasta que le sobrevenga la muerte.
Una vez que el paciente toma la decisión, aparecen dos etapas: la primera es la más difícil para el paciente mismo, la segunda para el personal médico y los allegados. Veamos.
La primera etapa es difícil para el paciente, porque la tentación de comer algo o de tomar aunque sea unos sorbos de agua puede llegar a ser irresistible. La clave está en la voluntad y la disciplina del enfermo. Si este persevera en su decisión, a partir del segundo día el deseo de comer desaparecerá casi totalmente, al tiempo que el enfermo entrará en un estado de calma y consunción. (El paciente pasa a un estado metabólico que se conoce como cetosis). Así pueden transcurrir las siguientes jornadas, hasta que el interesado, sobre todo a causa de la falta de agua, entra en un estado de delirio, lo que da inicio a la segunda etapa, quizá la más compleja.
En efecto, en esta segunda etapa el paciente puede empezar a delirar, y aquí es central la ayuda del personal médico y los familiares. Por un lado, puede ser necesario administrarle tranquilizantes si la excitación es importante, mientras que, por otro, no hay que caer por nada del mundo en la tentación de satisfacer su deseo de agua, por más que el enfermo lo pida insistentemente en su confusión mental. Así, el médico, el enfermero y los allegados se mantienen firmes en su compromiso de asistir al moribundo que había optado por poner fin a sus días.
Reitero, la asistencia paliativa es de cardinal importancia: tranquilizar al paciente y, sin ceder a sus reclamos delirantes, buscar paliar la sensación desagradable de sed y sequedad bucal, por ejemplo, hidratando los labios.
Superada esta segunda fase, que puede extenderse por algunos días, el paciente fallece tranquilamente, ya que la inanición y la deshidratación, superado cierto límite, sumen al enfermo en la quietud. (Se calcula que desde la decisión inicial del paciente hasta la expiración puede transcurrir un plazo de 10 días o, a lo sumo, de dos semanas completas.)
Es importante insistir en que la clave de este método reside en la fuerza de voluntad y la constancia, tanto del paciente al inicio como de los asistentes más tarde. Si alguien cede a la tentación, lo que sucede es, lamentablemente, la postergación de la llegada de la muerte, el acontecimiento tan deseado por el paciente en sus momentos de lucidez y autonomía. Unos sorbitos de agua pueden calmar momentáneamente al paciente, pero van a retrasar la muerte en días, con lo cual la agonía se extiende en vez de acortarse.
Como vemos, esta modalidad tiene ventajas y desventajas igualmente claras. Las ventajas tienen que ver con la naturalidad y la legalidad del recurso. Nos parece lo más lógico del mundo que un moribundo “se deje morir”, no comiendo ni bebiendo. Asimismo, este procedimiento no parece contravenir ningún tipo de ley. Si es necesario legalizar la muerte farmacológicamente asistida en las formas de suicidio y eutanasia, aquí el método de abstenerse de comer y beber en principio no plantea dificultades legales.
(Tal vez aquí pueda sonar banal lo que voy a decir, pero creo que no lo es tanto. Para un paciente en un país como Argentina, cuya legislación no contempla la eutanasia, procurarse un frasquito de barbitúrico para suicidarse, por ejemplo, de pentobarbital, puede ser un acto peligroso e ilegal, que termine comprometiendo luego a los familiares, amigos, etc. Además, para muchos pacientes argentinos puede tratarse de una opción costosa. Acá en Europa conseguir por internet los gramos necesarios de pentobarbital cuesta unos 600 euros, una cifra exorbitante en mi empobrecida patria.)
Las desventajas de la abstinencia de comida y bebida saltan a la vista: por una parte, la llegada de la muerte no se da en minutos como en el acto eutanásico “estándar”, sino en días; por otra, es necesaria la colaboración de los allegados y del personal médico, colaboración que implica un compromiso con la decisión original y autónoma del paciente. (Como veíamos más arriba, el ceder al reclamo del paciente ya en la fase de delirio puede retardar el proceso.)
Por esta razón, es importante que el paciente, en el momento de tomar su decisión informada y consciente, redacte las disposiciones anticipadas pertinentes, por caso: que no le den de comer ni beber en ningún momento, que no le practiquen reanimación cardíaca ni intubación en los momentos finales, etc.
Para los autores del estudio que citaba al comienzo, las ventajas superan a las dificultades de este método, y es por este motivo que lo presentan como una alternativa a la eutanasia: “El proceso [iniciado con la abstención de comida y bebida] puede ser un método relativamente pacífico y confortable para morir si está acompañado del apoyo paliativo adecuado”, dicen Quill y sus colegas.