Sabemos que la gestación subrogada es ya una realidad en muchos países, pero ¿en qué consiste concretamente esa práctica médica? Pongo un ejemplo: María y Carlos son una pareja que desea tener un hijo pero, como no pueden ser padres de manera natural, recurren primero a la fecundación in vitro; una vez fecundado el óvulo, el equipo médico lo implanta en el útero de una tercera persona, digamos Romina, la hermana de María, que sí puede ser madre, con el fin de que ésta lo geste hasta el momento del nacimiento. Una vez nacida la criatura, será hija de María y Carlos, los padres biológicos. Romina siempre seguirá siendo la tía, por más que sin sus nueve meses de asistencia ese nuevo ser no habría podido venir al mundo. Ella no tiene derecho a reclamar la maternidad del bebé, porque solo lo gestó.
Obviamente, el ejemplo puede complicarse. Supongamos que los espermatozoides de Carlos no están en condiciones de fecundar el óvulo de María y por ello la pareja debe recurrir a la donación de esperma. Una vez fecundado el óvulo con los espermatozoides de un donante anónimo, se procede a implantarlo en el útero de Romina. (Tampoco esta tendrá aquí el derecho a reclamar luego la maternidad, aun cuando el padre biológico no sea, estrictamente hablando, Carlos.)
No deseo seguir complicando el caso (si, por ejemplo, la pareja se viera forzada a recurrir tanto a espermatozoides como a óvulos donados), sino simplemente unirme a las voces de todos aquellos que reclaman la legalización de esta práctica, es es, la correcta regulación legal de la gestación subrogada en nuestros países.
Asimismo me interesa detenerme un momento en lo que algunos llaman “alquiler de vientes”. Comparto la opinión de aquellos que sostienen que esta expresión es ofensiva. Y estoy de acuerdo con ellos porque uno puede alquilar una cosa, no una persona. Uno puede alquilar un auto, pero si quiere un auto con chofer, contratará adicionalmente el servicio de un conductor y no “alquilará sus manos”. Gestación subrogada es una locución inusual, pero, al fin y al cabo, neutra, una locución que con el tiempo puede imponerse sin problemas (como hoy se escucha a diario “tengo que hacerme una tomografía computarizada”.)
Una vez aclarado este punto, paso al siguiente: no veo ninguna dificultad en que la persona que ofrece gestar al nuevo ser lo haga movida también por interés económico. En el caso que ponía, Romina era la hermana de María y se supone que su motivación era totalmente altruista: ayudar a que a su hermana y su marido se les cumpla el deseo de tener un hijo. Pero yo no creo que la legislación deba especificar que la gestante haya de ofrecer su colaboración sin ningún tipo de beneficio monetario, si es que así lo desea. La razón es, para mí, muy clara: gestar durante nueve meses a un nuevo ser es un trabajo como cualquier otro, como el trabajo que tendrá luego la niñera y, más tarde, la maestra que lo educará. ¿A quién se le ocurriría decir que los maestros deben enseñar gratuitamente a los niños, solo movidos por valores morales? Claro que todos esperamos que un maestro no se dedique a la docencia solo por el dinero, sino porque entienda que esa es su vocación; pero es justo que el maestro viva de su profesión. (Los alumnos de una escuela privada no «alquilan» el cerebro de los maestros y profesores que les enseñan.)
Esto lo señalo porque algunas personas comparan la retribución económica de la gestación subrogada con la venta de órganos, lo que es erróneo. Si, digamos, Lucrecia se encuentra sin trabajo y reúne una serie de condiciones (no fuma, está dispuesta a gestar durante nueve meses un ser que no será su hijo, es una persona responsable y psicológicamente estable, etc.), bien puede ofrecer su servicio a parejas como María y Carlos. ¿Por qué no? Es algo perfectamente legítimo. Ahora bien, esto es totalmente distinto del caso de una persona que, debido a su situación económica, se ve llevada a vender un riñón. Todos podemos donar nuestros órganos, pero debe continuar prohibida la venta de órganos. Es intolerable que en pleno siglo XXI algunas personas se encuentren en un estado de desesperación y miseria tal que consientan en someterse a algunas mafias que les compran sus órganos para salvar las vidas de algunos ricos. Por ejemplo, la red que desbarataron hace un par de semanas en Egipto hacía justamente eso: aprovechándose de la situación de tantos miserables en ese país, les compraba los órganos para venderlos a los adinerados (egipcios y de otros países). Es elogiable que una persona, movida por el altruismo, done un riñón para que otro se cure; pero es bochornoso que alguien deba vender su riñón para poder seguir comiendo.
Concluyo: la gestación puede ser vista como una tarea más, como educar. Al fin y al cabo, todos trabajamos y nos ganamos el pan con nuestro cuerpo: el cantor con su garganta, el pianista con sus manos, el atleta con sus piernas. Por tanto, no está mal que alguien ofrezca su servicio (gestación subrogada), como tampoco está mal el que, más tarde, una tata y un docente lo hagan (hablaría aquí de «educación subrogada», ya que casi ningún niño hoy se educa en casa). El “desgaste” que puede tener un cuerpo adulto tras la gestación en nada se diferencia del desgaste que implica todo trabajo a tiempo completo. Por último, es erróneo hablar de “alquiler de vientres” (decir, en todo caso: «contratar el servicio de gestación») y, sobre todo, es incorrecto asociar ese “alquiler” con la venta de órganos.
Adenda: Publiqué esta nota hace cinco meses atrás. Hoy la he vuelto a leer y la he retocado levemente. Lo que me impacta es que algunos posmodernos, muchos de ellos intelectuales adinerados, se opongan a la gestación subrogada, sobre todo si esta está sujeta a retribución económica, alegando algo así como que «con el cuerpo, que es sagrado (si fuesen católicos dirían: que es templo de Espíritu Santo), no se comercia».