La cuestión de la eutanasia en Amoris laetitia

Hace unos días se dio a conocer la exhortación apostólica Amoris laetitia. En ese documento el papa Francisco hace referencia, si bien marginalmente, el tema de la eutanasia, por lo que deseo expresar aquí mi opinión.

Antes que nada, quisiera señalar que Amoris laetitia es un documento emanado del seno de la Iglesia católica (tras la labor de dos sínodos) y destinado a guiar a sus autoridades y sus fieles en lo que hace al matrimonio y, en general, a la vida en familia. En una sociedad pluralista, moderna y democrática, cada iglesia tiene derecho a presentar su visión del mundo y de la buena vida; por su parte, los fieles tienen el derecho, sea de adherir a tal concepción (y de seguir sus lineas), sea de abandonar tal comunidad, en caso de discrepar. En consecuencia, no tengo ningún problema que, en el documento que nos ocupa, se reitere la posición de la iglesia contra la eutanasia y el suicidio asistido. Cada persona ha de poder vivir y morir como le parezca correcto. Tendría problema, en cambio, si ese escrito pretendiese establecer un tipo de legislación en los distintos países occidentales que luego cercenase las libertades de aquellos ciudadanos que no pertenecen a la iglesia católica. Pero, lo admito sin tapujos, a lo largo del documento prevalece un tono más bien conciliador y respetuoso con quienes quieren vivir y morir de manera diferente a la que señala el catolicismo.

Habiendo hecho esta aclaración, paso ahora a los pocos lugares en que se hace referencia a la eutanasia. La primera es en el párrafo 48, al final, donde se sostiene:

«La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para la familia en todo el mundo. Tal práctica es legal en muchos Estados. La Iglesia, mientras que se opone férreamente a tales prácticas, siente el deber de ayudar a las familias que se ocupan del cuidado de sus miembros ancianos y enfermos.»

Al final del párrafo 83, el documento vuelve al tema:

«Del mismo modo, la Iglesia siente la urgencia no solo de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el encarnizamiento terapéutico y la eutanasia, sino de rechazar firmemente la pena de muerte.»

La tercera y última mención que se hace es en la nota al pie núm. 344, donde, en realidad, solo se cita un documento de 1980 sobre el tema.

Como la cuestión principal de Amoris laetitia es la vida familiar y el amor, en tanto el principal sentimiento que debería unir y contener a los miembros de la familia, es comprensible que se insista en el afecto y la asistencia que los miembros de la familia deberían dar a sus ancianos.

Estoy de acuerdo con el documento en que la vejez, la enfermedad e, incluso, la decrepitud de uno de los miembros de la familia ha de entenderse como una parte inevitable de la existencia y que, es más, esa fase puede convertirse en un período privilegiado para dar amor, para ejercitar las virtudes, para acercarse al otro, etc. En lo que no estoy de acuerdo es en que se sugiera que la eutanasia y el suicidio asistido son medios con los que cuenta la sociedad moderna para deshacerse de los allegados que se han vuelto un peso. La eutanasia es un acto moralmente legítimo toda vez que nace de la voluntad firme e informada del enfermo terminal, que desea para sí una muerte digna.

Más aún, quisiera recordar aquí que teólogos católicos como Hans Küng y movimientos cristianos como la Iglesia valdense reconocen que la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido son prácticas permitidas, siempre y cuando quien la solicite sea el enfermo terminal que busca así poner fin a una agonía plagada de dolores físicos y sufrimientos morales que lo único que hacen en degradarlo como persona.

Reitero mi posición: claro que, como individuos, podemos hacer más por nuestros ancianos en su fase final, brindándole afecto y asistencia; claro que, como sociedad, podemos dar mucho más, ofreciendo un óptimo servicio de medicina paliativa a todo moribundo. Pero también es cierto que la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido son vías a las que puede recurrir el enfermo terminal cuando siente que, para él, la mejor manera morir es poniendo oportunamente el punto final a su biografía. No veo nada diabólico, ni siquiera nada antirreligioso, en el hecho de que un individuo quiera tener las riendas de su destino en todo lo que le es posible.

Es encomiable que el papa Francisco se oponga claramente al encarnizamiento terapéutico, para que no haya dudas entre los médicos. Si una persona no quiere seguir viviendo más, cuando «seguir viviendo» significa ser víctima del ensañamiento de la medicina moderna, está en su derecho el solicitar que se lo deje morir en paz. La muerte natural es un derecho de todo ciudadano. Pero, ¡atención!, no es ni más ni menos que eso, que un derecho. No se trata jamás de una obligación, la obligación de la muerte natural. Puesto que, además, ¿qué significa «muerte natural» en una sociedad en la que ya nada es «natural», mal que nos pese reconocerlo? Hoy en día, «dejar morir a una persona naturalmente» es más complejo de lo que se piensa. Por lo pronto, muchos de los pacientes que se oponen al encarnizamiento y que rechazan los tratamientos desproporcionados deben ser sometidos a algún tipo de sedación, incluso a la sedación terminal, para «morir naturalmente».

 

 

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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