La urgencia de vacunar ya a todo el mundo contra el covid

Hoy es Noche Buena y normalmente tendría que enviar por este medio mis saludos a todos los lectores y amigos, añadiendo mis deseos de salud y prosperidad para el próximo año. Pero esta pandemia, que estos días comienza su tercer año de vida, se me ha vuelto como una suerte de espejo en el que se reflejan horriblemente los defectos de la humanidad: el cortoplacismo, la avidez, la estupidez, el gregarismo.

No interesa ahora indagar acerca de cuál fue efectivamente el origen de este coronavirus. Al fin y al cabo, si se escapó de un laboratorio a causa de un descuido o si le saltó a un empleado de un mercado de carnes porque parece que ya no podemos satisfacer nuestro paladar si no es ingiriendo enormes cantidades de animales, lo mismo da.

Luego, la sorprendentemente veloz difusión que tuvo el virus en todo el planeta (en un par de semanas llegó incluso a las remotas bases antárticas de Chile) nos muestra una vez más el desquicio de la excesiva movilidad, uno de los rasgos de lo que celebramos con el término globalización.

¿Cómo no recordar aquí el nacionalismo de las primeras reacciones para combatir la difusión del virus? Países supuestamente hermanados en una misma familia cerraron sus fronteras y acapararon mascarillas y alcohol con una mezquindad y un atolondramiento que creíamos superados. (¡Cuánta razón tenía Freud al afirmar que la civilización es una cáscara y que basta un cambio en las situaciones eternas para que emerja nuestra verdadera naturaleza, que es la animalidad!)

Pero lo que más me preocupa y me entristece no fue lo que pasó hasta ahora, sino lo que está pasando en estos días y lo que seguirá pasando en los próximos meses o años. Insisto en algo que escribía la semana pasada: la pandemia a esta altura ya debería estar totalmente controlada y si continúa representando una grave amenaza es por motivos políticos, lo que es decir, por motivos humanos.

Permítanme ponerlo en términos futbolísticos: este es un partido que ya deberíamos haber ganado y ganado por goleada, y resulta que ahora entramos en el tiempo suplementario y no sabemos todavía cuándo y cómo vamos a terminar.

Creo que el surgimiento y la difusión de la variante ómicron ha sido la gota que rebalsó el vaso. La ómicron nos vuelve a acorralar, nos hace retroceder, nos lleva de nuevo a los casilleros de partida.

Los contagios vuelven a aumentar en todo el mundo y con ello las hospitalizaciones y las muertes, los gobiernos vuelven a implementar restricciones (acá en Grecia a partir de hoy hay que volver a utilizar la mascarilla incluso al aire libre), y mientras tanto no somos capaces de tomar el toro por las astas.

La única manera de ponerle punto final a esta pandemia es vacunar a toda la población mundial y hacerlo ya. Por eso me sumo al llamado lanzado por Peter B. McIntyre y sus colegas en una nota de The Lancet, aparecida el 16 del corriente. Incluso vacunando a todo el mundo con solo una dosis, si es que no hay vacunas para todos, podríamos derrotar al virus.

Los autores argumentan convincentemente que basta un solo pinchazo de una de las vacunas basadas en el ARN mensajero (como la de Pfizer) o en el adenovirus (como la de AstraZeneca) para lograr un nivel de inmunidad planetaria que evite al menos el surgimiento de nuevas variantes, aparte de reducir drásticamente el número de muertes y enfermos graves.

¿Qué hacemos mientras tanto? Seguimos tolerando que haya gente que no quiere vacunarse por los motivos más estrafalarios (y no solamente en Europa… ¡en África es apabullante el número de gente que no quiere arremangarse alegando las cosas más disparatadas!) y –lo más importante– seguimos sin organizar efectivas campañas de vacunación a nivel global.

En algunos países de ingresos medios y altos ya se están reservando vacunas para la cuarta dosis… ¡y, paralelamente, aceptamos que haya cientos de millones de personas ni hayan tenido la primera dosis!

Necesitamos esquemas de pensamiento y de acción globales, pero seguimos aferrados a pautas de comportamiento atávicas. El nacionalismo imperante es un claro ejemplo. Los retos del siglo XXI son planetarios: la pandemia actual, las epidemias por venir, la catástrofe climática en ciernes… pero nuestras estructuras mentales son ridículamente angostas.

Cierro con las palabras finales del artículo citado: “El surgimiento de delta y ahora de ómicron resalta con más claridad la importancia del acceso global y equitativo a las vacunas contra el covid-19 para la salud de todos. La restringida oferta de vacunas ha introducido oportunidades para que el SARS-CoV-2 mute, volviéndose más infeccioso. El surgimiento de ómicron ha enfatizado que una mayor demora en la suministración generalizada de al menos de la primera dosis acarrea un peligro para todos.” (Peter B. McIntyre et al., «COVID-19 vaccine strategies must focus on severe disease and global equity», The Lancet, 16 de diciembre de 2021)

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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