Esta vuelta quería compartir con ustedes un llamado, el llamado que recientemente han hecho 18 médicos y bioéticos encargados de la dirección de algunas de las más prestigiosas revistas de ética aplicada en todo el mundo. Se trata, concretamente, de la exhortación dirigida a los gobiernos y a las distintas agrupaciones de la sociedad civil para que tomen en serio la crisis climática en ciernes y adopten medidas urgentes y efectivas para contrarrestar los peores efectos de lo que, con toda probabilidad, va a sumarse a lo que ya vemos.
El cambio climático está en boca de todos. Es raro que pase un día sin que escuchemos una noticia al respecto, sin que aparezca en una conversación incluso intrascendente con el vecino, sin que los chicos lo traten en las escuelas. Pero la realidad es que no hacemos nada o casi nada para cambiar nuestro estilo de vida y para presionar a los gobiernos con el fin de que impongan otras reglas de juego a la producción y el consumo. ¿Es que todo es de la boca para afuera? ¿Lo decimos pero en nuestro fuero íntimo no lo creemos? ¿O es que no vamos a reaccionar como es debido hasta que, literalmente, el agua nos llegue al cuello?
Yo no soy fatalista ni tampoco pesimista. Simplemente creo que se han acumulado muchas pruebas que indican con claridad meridiana que no podemos seguir mirando para otro lado. Si algo nos enseñó la última pandemia del coronavirus, de la cual aún no hemos salido, es que hay que ser realistas y tomar en serio las advertencias que formulan los científicos y estudiosos, o sea, gente común y corriente pero que posee los conocimientos adecuados y la buena fe necesaria para abordar el problema.
¿Se acuerdan cuando estábamos en enero de 2020? Con la mano en el corazón, ¿cuántos de nosotros no dijimos, al escuchar las noticias de venían de Wuhan: “Bah, esto es una exageración, seguro que va a ser como con las epidemias pasadas, se va a quedar todo ahí, por la zona, acá no va a llegar”? No tengo empacho en reconocerlo: como no soy virólogo ni epidemiólogo, pensé que ese era un escenario posible, que la cosa no iba a pasar de China, que todo se iba a controlar en un par de meses, que todo entonces iba a seguir como antes. Pero me equivoqué. Y como quiero aprender de mis errores, desde entonces les presto más atención a las advertencias emanadas de las instituciones científicas serias. Los científicos no son infalibles (nadie es infalible), pero, insisto, si se abocan a su tarea equipados con los mejores conocimientos e instrumentos y lo hacen provistos de buena fe, entonces lo que nos digan debe merecer nuestra atención y consideración.
¡Ojo!, soy consciente de que no hay que interpretar los signos a la ligera. Por ejemplo, este 2021 ya quedará en la historia de la meteorología griega por algunos fenómenos extremos. Mientras que en febrero tuvimos una nevada en Atenas y región como hacía añares que no se veía, a partir de junio se nos vino un verano infernal que concluyó en el agosto más caluroso de que se tiene registro (de hecho, el observatorio astronómico y centro meteorológico de Thisío, que funciona desde 1890, ha confirmado que este agosto fue el más tórrido de que se tiene noticia).
Claro que alguien puede replicar que la naturaleza es cíclica y que tal vez estos extremos de frío y calor se repiten cada tanto, en unidades de tiempo que solo pueden medirse en siglos o milenios. Aquí mi única respuesta es la que he aprendido de los científicos: sí, es cierto que existe esa posibilidad, es pensable que esto que pasó en Grecia en 2021 sea una coincidencia, pero contamos con pruebas sólidas que muestran sin que haya lugar para la duda, primero, que la temperatura media del planeta Tierra está aumentando; segundo, que el ser humano es –si no totalmente, al menos en buena medida– responsable de ese incremento.
Mucha gente comete el siguiente error. Cuando se le dice que la temperatura media del planeta se ha incrementado ya en 1,1 °C, se encoge de hombros y piensa: “¿Cuál es el problema? Un grado más, un grado menos, ¡qué más da!”. Esta falacia se debe a que el ciudadano de a pie compara el incremento de la temperatura global con, por ejemplo, el simple aumento de temperatura que puede aparecer de un día para otro. Si ayer hizo 27 grados al mediodía y hoy hace 28, ¿cuál es, al fin y al cabo, la diferencia?, tal es el razonamiento.
Creo que la gente puede corregir ese error comparando el planeta con un organismo. Si yo hoy me pongo el termómetro y constato que tengo 36,8 grados, entonces puedo quedarme tranquilo; pero si mañana repito la medición y veo que tengo un grado más, o sea, 37,8, entonces va a estar justificado el preocuparme un poco. Para el cuerpo humano, un incremente de la temperatura de “tan solo” un grado es todo un signo de que algo no va bien. Lo mismo puede pensarse con respecto al planeta.
El otro error que comete la gente nace de no tener en cuenta que la atmósfera terrestre es un sistema sumamente complejo. Esto significa que el cambio de una variable, por pequeño que nos pueda resultar, implica un reajuste que impacta significativamente en todas las otras variables. Pensemos en cualquier sistema complejo que conozcamos: si uno influye sobre “tan solo” una parte, cambiándola “un poquito”, el resultado va a ser un desbarajuste global.
¡No nos confundamos! Pequeñas modificaciones pueden tener un efecto devastador. Si mi reloj adelanta “tan solo” un minuto por día, después de una semana se me vuelve un instrumento inútil y lo mejor que voy a poder hacer es llevarlo al relojero.
En conclusión, es hora de actuar, de actuar ahora y decididamente, porque ya la temperatura “tan solo” ha aumentado 1,1 grado y porque, por el efecto acumulativo, terminará aumentando al final de esta década hasta alcanzar “tan solo” 1,5 grados, respecto de lo que era a finales del siglo XIX. Las consecuencias sanitarias, demográficas, económicas y ambientales de este cambio climático ya se empiezan a sentir y, si no nos movemos en la dirección justa, van a ser, en el mejor de los casos, graves, cuando no directamente catastróficas. Les doy la palabra a los autores del llamado:
“Los riesgos para la salud de los incrementos por encima de 1,5 °C son ahora bien conocidos. De hecho, ningún incremento de la temperatura es “seguro”. En los 20 años pasados, la mortalidad debida al calor entre las personas con más de 65 años se ha incrementado en más del 50 %. Temperaturas más altas han traído una mayor deshidratación y pérdida de la función renal, más enfermedades dermatológicas, más infecciones tropicales, más cambios adversos de la salud mental, más complicaciones en los embarazos, más alergias y mayores morbilidad y mortalidad cardiovascular y pulmonar. Estos daños afectan desproporcionadamente a los más vulnerables, incluyendo a los niños, a la población de mayores, a las minorías étnicas, a las comunidades más pobres y aquellos con problemas de salud subyacentes.”
L. Atwoli et alii, “Call for emergency action to limit global temperatura increases, restore biodiversity and protect health”, Journal of Medical Ethics, 2021.