Reflexiones sobre el igualitarismo (segunda parte)

En la entrada anterior caracterizaba al igualitarismo como una doctrina político-filosófica que aspira a la igualdad de todos los ciudadanos, no importa qué costos deban pagarse en el logro de ese objetivo. Distinguía también este igualitarismo tout court de otras posiciones que, si bien incluyen elementos igualitarios, rescatan otros valores. Por ejemplo, se puede ser igualitarista en lo que respecta a la distribución de las libertades civiles y a la participación política, sin ser igualitaristas en lo que respecta a los recursos económicos, sociales, culturales, etc.

En lo que respecta a este último punto de vista, muchas veces se compara la vida de los individuos con una carrera. Es justo que todos los competidores empiecen desde la misma línea de largada; pero también es justo que el más rápido de los corredores llegue primero a la meta. El igualitarismo “restringido”, a diferencia del igualitarismo “total”, vela solamente por las condiciones iniciales, no por los resultados finales.

El argumento que esgrime Mackie contra el igualitarismo total es de corte netamente antropológico. La idea básica es que podemos y debemos limitar el egoísmo de cada uno de nosotros. Una sociedad de egoístas sin ningún tipo de freno es imposible. Pero lo contrario también es una fantasía: creer que los hombres estamos en grado de dominar nuestras tendencias egoístas de modo que la consideración de los intereses de los restantes miembros de la comunidad ocupen un lugar similar en nuestra “economía moral”.

Si uno pudiera meterse en la cabeza de un igualitarista genuino, vería que su psiquis es capaz de otorgarle el mismo peso a sus necesidades y deseos que a las necesidades y los deseos de los demás. Los intereses del ser más remoto contarían exactamente lo mismo que sus propios intereses. Esto no quiere decir que el igualitarista sea un ser que secretamente se odia a sí mismo, pero sí que tiene una conformación psicológica muy particular: él es capaz de contemplar sus propios intereses con la misma distancia y con la misma ecuanimidad con las que por lo general consideramos los intereses de cualquier otro ser.

Los filósofos morales utilizan aquí el término imparcialidad para describir el estado mental de aquella persona que tiende a darles igual consideración a todos los intereses: sus propios intereses, los intereses de su familia, de sus amistades, de sus connacionales, de sus correligionarios, etc., no tienen ninguna preeminencia frente a los intereses de los miembros de otras familias, de otras naciones, de otras religiones, etc.

En contraste, el egoísta moderado razona de este modo: “Yo no siento la obligación de velar por los intereses de gente que está lejana, incluso que me es desconocida; pero, por lo mismo, yo no pretendo ni espero que ningún desconocido se preocupe por mi bienestar. Todo lo que quiero es que me dejen perseguir mis objetivos, que incluyen mi bienestar y el bienestar de las personas que quiero, comprometiéndome a respetar la libertad de los restantes de perseguir su propio bienestar. La sociedad puede funcionar muy bien sin igualitaristas abnegados, basta que todos respetemos y hagamos respetar las reglas básicas de convivencia.”

A esta altura me parece importante notar que hay una diferencia nada menor entre el igualitarista y el altruista (para que nos entendamos, entre el “igualitarista total” y el “altruista universal”), y es que el primero quiere que sea el Estado quien promueva y asegure la igualdad en todos los órdenes; es el Estado, por medio de sus instituciones, quien debe hacer efectiva la igualdad económica, social, educativa, etc. Por eso decimos que el igualitarismo es una doctrina político-filosófica. A diferencia de ello, el altruista es un ser que, movido por el sentimiento que los primeros cristianos llamaron agapē, esto es, el amor universal, realiza acciones puntuales para mejorar la suerte de los demás, en especial, de los que peor están. Claro que un altruista puede actuar conjuntamente con otros altruistas, pero esa acción “colectiva” se moverá siempre en el marco de la sociedad civil.

No es paradójico afirmar que un igualitarista puede ser muy poco altruista, ya que espera la realización de su ideal político de manos del Estado; por lo mismo, un altruista universal puede ser liberal en lo que concierne a sus convicciones políticas, puede incluyo aborrecer la perspectiva de un Estado burocrático y nivelador que busca concretar, incluso con el uso de la violencia, el modelo de igualdad total.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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