Escritoras argentinas e igualdad

A continuación transcribo el texto que leeré esta tarde:

El objetivo de esta charla no es proporcionarles una descripción detallada de la situación actual de las escritoras argentinas, ni ofrecerles una lista de explicaciones plausibles acerca de las causas que han llevado a algunas victorias, aún parciales y provisorias, en lo que respecta a la igualdad de género en el ámbito de la producción cultural. Tal objetivo excedería mis capacidades. Lo que me propongo es, simplemente, mostrar algunas etapas de un recorrido personal y, por tanto, necesariamente arbitrario: el recorrido que he seguido en mi intento por acercarme a este fenómeno.

(1) La última dictadura militar argentina (1976-1983) buscó implantar un modelo social retrógrado, en el cual el rol de la mujer se centraba sobre todo en el de ser el núcleo de la familia: la mujer aparece allí como madre cariñosa, como esposa fiel y como ama de casa; en este proyecto, la mujer podía aspirar a desempeñar, a lo sumo, trabajos considerados “femeninos”, como el de ser maestra de escuela o vendedora de cosméticos.

Con la vuelta a la democracia, la sociedad pudo retomar el desarrollo que, no sin dificultades, había emprendido décadas atrás. La apertura o, mejor dicho, la reapertura del país en 1983 a lo que pasaba en el resto del mundo trajo vientos de cambio. En este sentido, una de las leyes más importantes del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) fue la ley 23.515 o la ley del divorcio, aprobada en 1987. De este modo, la mujer casada no quedaba ya “de por vida” sometida jurídicamente a las decisiones del hombre.

En lo que respecta al ámbito laboral y social, podemos afirmar que durante las décadas de 1980 y 1990, las mujeres fueron ocupando espacios que antes estaban reservados casi exclusivamente a los hombres. Adicionalmente, la ley de cupo femenino (ley 24.012) estableció un incremento de la participación femenina en la composición del parlamento nacional; finalmente, la universidad, que a comienzos de siglo había estado cerrada a señoritas y señoras, vio por primera vez que el número anual de egresadas superaba al de egresados.

Los años Noventa en Argentina pueden ser caracterizados como los años de las grandes trasformaciones culturales; son los años en que la Argentina ingresó de lleno en la globalización y, así, en la posmodernidad. De algún modo, la apertura económica trajo aparejada la total apertura cultural. La popularización de la video, el acceso a la televisión por cable, la disponibilidad cada vez mayor de la internet, el abaratamiento de los viajes al exterior, la internacionalización de la economía, entre tantas otras cosas, implicaron la entrada irrestricta de modelos de pensamiento y de conducta nuevos y permanentemente cambiantes.

El entonces presidente Carlos Saúl Menem (1989-1999) era un político sumamente pragmático. Cuando le convenía, hablaba de la sacralidad de la vida y dejaba satisfecha a la Iglesia católica con vericuetos legales que dificultaban la legalización del aborto. Pero también podía, si le convenía, exportar armas de contrabando a países en guerra, como por esos años Ecuador y Croacia, o indultar a los militares que habían sido condenados de por vida a causa de los crímenes cometidos en la última dictadura, o reintroducir en el debate público el tema de la pena de muerte como manera supuestamente eficaz de remediar la criminalidad creciente que azotaba, sobre todo, a las grandes ciudades del país.

Más allá de las duras críticas que deben hacérsele al gobierno de Cristina Fernández (2007-2015), es justo reconocer que en esos años se aprobaron tres leyes que han redundado en una mayor igualdad de la mujer. En primer lugar, la ley 26.485 o ley de Protección Integral de las Mujeres; en segundo lugar, la ley 26.743 o ley de Identidad de Género; por último, la ley 28.844 o ley de Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares;

Por supuesto, a esta lista hay que agregar la ley 26.618 o ley de matrimonio igualitario, que entró en vigor en 2010 y que ha permitido el casamiento de personas pertenecientes al colectivo de LGTB y la eventual adopción de hijos.

Dicho sea de paso, Cristina Fernández fue la segunda mujer argentina que llegó a la presidencia; la primera había sido la tristemente famosa María Estela Martínez de Perón, quien gobernó desde fines de 1974, tras la muerte de su esposo, Juan Domingo Perón, hasta comienzos de 1976. Es curioso notar que en Europa las mujeres al mando de un país son más bien conservadoras: Angela Merkel en Alemania y, hasta hace poco, Theresa May en Inglaterra, mientras que en Latinoamérica las mujeres presidentas han sido de izquierda. Al ya mencionado caso argentino hay que añadir el de Michelle Bachelet, en Chile, y el de Dilma Rousseff, en Brasil.

Considero importante mencionar dos aspectos más que atañen a la situación actual de las mujeres en Argentina. Los días pasados fue llevada al Congreso, una vez más, la propuesta de ley para legalizar el aborto. La situación es rayana en el ridículo, ya que existen sentencias firmes que hacen entender que el aborto ha quedado prácticamente despenalizado en Argentina; pero, paralelamente, la mayoría de los senadores se resiste a la legalización y la consecuente reglamentación del ejercicio de la interrupción voluntaria del embarazo. Gran parte de las intelectuales argentinas adhieren a la propuesta por la autonomía femenina y se suman así a la multitudinaria protesta de los «pañuelos verdes».

El otro aspecto a mencionar es igualmente crítico y tiene que ver con la toma de conciencia a nivel nacional de las vejaciones y los maltratos que han seguido padeciendo las mujeres, en algunos casos seguidos de la muerte, por parte de hombres (hermanos, padres y, sobre todo, novios y maridos). El asunto adquirió relevancia hace un par de años a partir de una seguidilla de casos atroces de uxoricidio o, como se prefiere decir ahora, feminicidio. La campaña “ni una menos” en Argentina moviliza regularmente a millones de mujeres que reclaman protección efectiva frente a los abusos machistas y un cambio radical de la cultura tradicional.

En este contexto también es posible destacar la falta de una ley que regule claramente el ejercicio de la prostitución en Argentina. La prostitución es un tema espinoso que pocos quieren abordar con franqueza y apertura mental, y por ello está prácticamente relegado a una zona legal gris. Libre de hipocresía, la sociedad debería permitir sin tapujos el debate entre abolicionistas y legalistas. Personalmente creo que el abolicionismo es una posición extrema e irrealizable en Argentina y por eso abogo por una forma de legalismo que, como en Alemania, Holanda y Dinamarca, termine considerando a la prostitución como un trabajo más, con lo cual la prostituta –y, dado el caso, el prostituto– quedarán amparados por todos los derechos de que gozan los trabajadores.

En síntesis, si uno compara la situación de la mujer argentina en 1919 y la de 2019, hay motivos para alegrarse; entonces la mujer no podía ni siquiera votar. Pero esa alegría no debe desfigurar los hechos: aún quedan muchas e importantes batallas por librar.

 

(2) Dentro de la nutrida lista de grandes escritores argentinos hay un grupo importante de mujeres. Cómo no recordar aquí la respetable producción poética de una Alfonsina Storni, de una Alejandra Pizarnik o de una María Elena Walsh; igualmente, es imposible hablar de la historia de la literatura argentina en el siglo XX sin mencionar a Victoria Ocampo, mujer que se destacó no solamente como una intelectual feminista, sino que jugó un rol decisivo en la promoción cultural.

Angélica Gorodischer es una escritora de primer nivel que ha ahondado en cuestiones que hace a la igualdad de géneros. Sus relatos nos han hecho posible entender la posición de la mujer desde un nuevo punto de vista: el de una mujer que lucha por encontrar su identidad y abrirse un espacio. Hay un cuento admirable de esta autora, «La cámara oscura», que describe la vida dura de una mujer aparentemente sumisa, Gertrudis, al servicio de su marido y sus hijos, judíos colonos en el campo de Entre Ríos, hasta que un día, sin que nadie lo sospechara, fue capaz de abandonar todo su pasado y de ignorar todos los condicionamientos sociales por un amor; o, tal vez, más que por un amor, diría, por la lealtad a sí misma.

En 2007, la cineasta argentina María Victoria Menis llevó a la pantalla una adaptación encantadora de este cuento de Gorodischer. La película de Menis, que conserva el título del relato, La cámara oscura, tiene la virtud de recrear con mayor profundidad la vida interior de la protagonista, de la abnegada y sensible Gertrudis, si bien deja de lado lo que tal vez era un aspecto esencial del cuento: el de cómo reaccionaron las generaciones posteriores a la fuga «alocada» de la mamá o, según los casos, de la abuela.

Silvina Ocampo, la hermana de Victoria, ya mencionada más arriba, también produjo un tipo de literatura audaz y feminista. En su relato «El retrato mal hecho», esta autora presenta un hecho escalofriante: el homicidio de un niño pequeño a manos de la empleada doméstica de una familia rica y tradicionalista. La fiel y sufrida empleada, tras años de entrega absoluta, un día se rebela matando al niño menor de la familia. Cuando se entera de lo ocurrido, la dueña de casa, en vez de atacar ferozmente a la asesina que acaban de descubrir en el altillo con la víctima, se le acerca y la abraza, y lo hace porque, en el fondo, se siente solidaria con esa persona doblemente oprimida: oprimida por ser mujer, como ella misma, y estar así condenada a la tiranía del hogar, y oprimida por ser pobre.

A este punto quisiera recordar la labor de una de las principales realizadoras cinematográficas de las últimas décadas, María Luisa Bemberg, que planteó el tema de la diversidad de géneros con películas que la hicieron famosa, tales como Camila (1984), la pecaminosa historia de un amor prohibido o De eso no se habla (1993), que tematiza la búsqueda de una vida auténtica por parte de una mujer enana, primero sobreprotegida por una madre incapaz de enfrentarse a la realidad (al enanismo de su hija) y luego por un marido que, si bien amoroso, nunca fue capaz de entenderla totalmente. Bemberg también es la realizadora de Yo, la peor de todas (1990), una película acerca de la vida de una de las principales mujeres intelectuales de todos los tiempos, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695).

Ya que estamos hablando de realizadoras de cine, me parece pertinente mencionar en este espacio a Lucía Puenzo. Su película XXY de 2007 ha sido importante para introducir plenamente en Argentina el tema de la diversidad sexual. Básicamente, la historia se centra en los conflictos familiares, escolares y sociales a los que está expuesta una persona adolescente que decide seguir siendo así como es. Porque Alex no es ni mujer ni varón, sino trans, y no quiere que ni la medicina ni la cultura la encasille en alguna de las dos categorías tradicionales: la de ser hombre o mujer.

Mencioné ya un puñado de poetisas, escritoras y cineastas; quisiera cerrar el recorrido indicando, al menos, una de las grandes ensayistas contemporáneas, Beatriz Sarlo. Sarlo, en su larga labor como profesora y también como editora de la revista Punto de Vista, supo introducir la teoría sociológica como herramienta indispensable para entender la producción literaria.

Concluyendo: el campo cultural argentino, inútil negarlo, sigue estando ocupado fundamentalmente por hombres. Sin embargo, las mujeres han hecho y continúan haciendo aportes decisivos a la cultura. Ojalá esta evolución continúe su marcha y que en un futuro no muy lejano las mujeres igualen a los hombres en la cantidad y calidad de obras realizadas.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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