El debate sobre el aborto en Argentina (segunda entrega)

Una de las expresiones usadas en el debate que más me enervan es la de “estar a favor de la vida”, por ejemplo cuando un periodista le pregunta a un político si es favorable al aborto y este responde: “No, yo no; yo estoy a favor de la vida”. Pero en este contexto no quiero hablar de mis sentimientos ni de por qué me enerva ese tipo de declaraciones que son, al fin y al cabo, irresponsables (¡qué fácil es afirmar de dientes afuera que se está a favor de la vida y luego, como individuo y como político, hacer poco y nada por ello!). Lo que sí creo es que tales expresiones confunden los tantos en el debate público. Quien está a favor de la legalización del aborto puede estar tan a favor de la vida como cualquier otro individuo. Yo ya he dicho que soy pro legalización y me siento tan amante y defensor de la vida como cualquier otro individuo en sus cabales. En este momento, mientras escribo estas líneas, hay más de siete mil seiscientos millones de personas respirando en todo el planeta. ¡Siete mil seiscientos millones! La cifra es altísima. Ninguna otra especie biológica compleja ha podido reproducirse tanto y expandirse por las más diversas geografías, incluso al punto de que su éxito reproductivo y adaptativo amenace seriamente su supervivencia. Este es un tema muy serio, que en el futuro nos traerá aparejados problemas cada vez más urgentes. De todos modos, estoy a favor de la vida de todos y cada uno de estos siete mil seiscientos millones de seres humanos. Y es justamente porque quiero tanto la vida humana, que quiero que sea una vida con calidad. ¡Vida humana, sí señor, pero vida con calidad! Por eso me parece que no hay nada peor que traer un ser al mundo que no contará con un mínimo de calidad. El aborto, entendido responsablemente, no es parte de una “cultura de la muerte”, como predican muchos, sino todo lo contrario: parte de una cultura de la vida con calidad.

     Pero no nos vayamos a África ni a Asia a la hora de encarar estos problemas. Pensemos simplemente en una de las millones de familias de clase media argentina, que con amor y dificultad han tenido y educan a uno, dos o máximo tres hijos, porque sinceramente hasta allí les da el bolsillo, el cuero, el tiempo. ¿Qué hacer si en un momento se dan cuenta de que “por un descuido” ella está de nuevo embarazada? Quiero ser claro en este punto. Estar a favor de la legalización del aborto no es lo mismo que ser un abortista, alguien que cree que el aborto es un trámite simple que resuelve de golpe todos los problemas. Lo que sí pienso es que esa pareja debe poder contar con todas las opciones posibles. Supongamos que después de pensarlo concienzudamente ambos llegan a la conclusión de que no pueden permitirse otro hijo, de que fue un error “no haberse cuidado aquella noche”; entonces, en tal caso, es mejor acabar de una buena vez con eso que empezó (una vida humana en su estado embrionario) pero que no podrá continuar bien. Esa decisión, la de abortar –en el caso de que ambos padres así lo quisieran– es una decisión a favor de la vida: a favor de la calidad de la vida que llevan ellos –la pareja– y los hijos que ya tienen.

     Claro que el haber dado un ejemplo concreto me obliga a considerar otros ejemplos, con el fin de abarcar los distintos “casos típicos”, en vistas a ir analizándolos uno a uno, ya que no es lo mismo el destino de esa familia que, digamos, la suerte de una adolescente violada con tanta mala suerte que también queda embarazada, o la perspectiva de una mujer con una severa complicación en el embarazo que la lleve a optar o por su vida o por la del futuro niño. Intentaré ofrecer una “tipología” en las próximas entradas; lo que me interesa ahora es aclarar la diferencia entre vida humana y persona humana, diferencia clave a la hora de discutir la licitud del aborto.

     En el pasado, que no se sabían tantas cosas y que la medicina no estaba tan desarrollada como en el presente, ambos conceptos hasta cierto punto coincidían. En la actualidad, no. ¿Qué entendemos por vida humana? Esta expresión, que parece meridiana, no lo es en absoluto. De hecho, ya los griegos distinguían entre bíos y zoé (ο βίος, por un lado, η ζωή, por otro). O sea, una cosa es la vida orgánica del ser humano, su bíos, y otra, su vida biográfica, su zoé. Hoy sabemos que la vida orgánica de un ser humano comienza desde el momento en que un óvulo se une con un espermatozoide; pero la vida biográfica, la biografía de ese individuo, empieza mucho más tarde. Por lo pronto, hasta que un niño no comienza a hablar, a tener recuerdos conscientes y a proyectarse sobre el futuro –aspectos que de ninguna manera comienzan a darse antes de los dos años, si no más tarde–, no hay biografía. Todo es, a lo sumo, un paciente ir sentando las bases para que luego arranque esa biografía. Incluso si usamos el concepto de vida biográfica de un modo poco preciso, todo lo que podemos decir es que durante los últimos meses de la gestación y en los primeros dos años de vida se va dando el desarrollo físico, emotivo y cognitivo que hará posible luego la biografía. Es la fase previa –imprescindible, pero previa al fin– de la existencia biográfica.

     Lo mismo ocurre con la fase final de la vida: la existencia orgánica no coincide siempre con la existencia biográfica. Pensemos el caso de un paciente que ha sufrido un accidente grave que lo ha dejado en coma irreversible: lo que allí tenemos es una vida orgánica mantenida artificialmente en funcionamiento gracias a la biotecnología actualmente disponible en las unidades de cuidados intensivos de nuestros hospitales, pero en ningún caso tenemos un ser que continúa su vida biográfica. Hoy entendemos que lo decisivo es la muerte cerebral, no la muerte cardio-pulmonar. De hecho, cuando el médico declara que un paciente está cerebralmente muerto, puede comenzarse con donación de los órganos, si así lo había dispuesto el individuo.

     Tener una existencia biográfica solo es posible mientras el individuo dispone de un sistema nervioso central que funcione adecuadamente (o, en algunos casos excepcionales, más o menos adecuadamente). Mientras los órganos del sistema nervioso no se han desarrollado (en el caso del embrión humano), o una vez que los órganos han dejado de funcionar (en el ejemplo del paciente en coma apenas mencionado), todo lo que tenemos es vida orgánica, pero no vida biográfica.

     Cuando destruimos un embrión, por ejemplo, en un aborto, o cuando le quitamos el respirador artificial a un enfermo en coma irreversible, no estamos terminando un vida biográfica (en el primer caso, todavía no ha empezado, en el segundo, ya ha terminado), sino que todo lo que hacemos es poner fin a la vida corporal, al bios, no a la zoé.

    Tras haber distinguido vida orgánica de vida biográfica, quiero pasar ahora a definir lo que entiendo por persona. Mientras que el concepto de vida (sea corporal, sea biográfica) cumple un propósito primordialmente descriptivo-explicativo, el concepto de persona es claramente normativo. O sea, cuando hablamos de persona o de personalidad (en el sentido antropológico-filosófico, no en el psicológico), podemos tratar de caracterizar a esa entidad, pero nuestro objetivo último será saber a qué cosas o seres debemos incluir en esa categoría. La razón es evidente: si digo que algo o alguien es persona, eso implica ipso facto que posee derechos fundamentales e inalienables, en primer lugar, el derecho a la vida y a las libertades básicas. (Insisto: por eso me interesa distinguir el concepto de vida biográfica del de persona: hablar de persona nos mete de lleno en la ética y el derecho.)

     Solo podemos predicar de algo o de alguien “que es persona”, si posee un núcleo de facultades. En particular, lo que distingue a las personas de los seres que no son personas es que estas poseen voluntad libre y entendimiento. Si un ser es capaz de querer algo voluntariamente y de entender, esto es, de hacer uso de su racionalidad, entonces ese ser es una persona. Acto seguido, se le adscriben todos los derechos de los que normalmente gozan las personas: principalmente, el derecho a la vida y a las libertades básicas. Si un ser no posee las facultades volitivas y cognitivas que le permiten querer y entender (como un gato) o si las poseía pero las perdió definitivamente (como el comatoso del ejemplo) o si aún no las posee y probablemente no las llegue a poseer nunca (como un embrión apenas formado pero que en unos días se perderá por un aborto natural o una intervención médica), entonces no son personas y no poseen los derechos básicos de que hablábamos.

     Obviamente, no es que podamos hacer lo que queramos con los gatos, los comatosos y los embriones. El que no sean personas no implica que no tengamos deberes y obligaciones para con ellos. ¡Muy por el contrario! Torturar a un gato es un delito, pero no porque el gato sea una persona, sino porque es (tan solo) un ser dotado de sensibilidad, siendo moral y legalmente erróneo producir dolor innecesariamente en un ser sensitivo.

     Ahora bien, alguien puede objetarme lo siguiente: “La doctrina católica de la persona es incorrecta porque hace coincidir el inicio de la personalidad con el inicio de la vida biológica del ser humano. Sin embargo, si esa concepción es “demasiado amplia” o «demasiado personalista», tu concepción es “demasiado restringida”, ya que al definir persona como quien puede querer y entender racionalmente, estás limitando su uso a partir del momento en que los niños que ya han adquirido el lenguaje. Un bebé no sería persona.”

     En realidad, no creo que esta objeción pueda poner en jaque mi posición, sino que solo muestra la necesidad de complementar la teoría expuesta hasta ahora. Porque lo cierto es que no podemos ligar el concepto de persona al uso efectivo de esas capacidades. Para poner un ejemplo extremo: cuando duermo profundamente, no realizo actos volitivos ni utilizo mi racionalidad por todo el tiempo que dura el sueño, pero nadie podría suspender la atribución de persona a los durmientes. Por eso hago hincapié en el concepto de facultad: mientras escribo estas líneas estoy usando mis facultades mentales superiores, pero cuando vaya a dormir esta noche, no las pierdo (esas capacidades quedan latentes mientras no me despierte).

     Ahora voy a la objeción: afirmo que el concepto de persona debe ser lo suficientemente amplio para abarcar no solamente a los seres que efectivamente poseen voluntad y entendimiento, sino a todos aquellos que se encuentran en proceso de desarrollar tales facultades. Por eso, por ejemplo, extendemos el concepto de persona al neonato: de hecho, el recién nacido no posee una voluntad ni tampoco puede razonar, pero se halla ya en el proceso –en el largo y trabajoso proceso– que le permitirá, al cabo de unos años, disponer y hacer uso de tales facultades. No obstante, ¿cuánto más atrás debemos ir con la atribución de personalidad moral? En mi opinión, en la opinión de la mayoría de los científicos y en la opinión de la mayoría de los ciudadanos de los países que han legalizado el aborto, la respuesta es esta: debemos considerar persona al feto humano desde el momento en que empieza a desarrollar los órganos constitutivos del sistema nervioso, que son los órganos claves que le permitirán más tarde hablar, razonar y elegir voluntariamente.

     Un embrión no tiene cerebro (ni tiene corazón, ni tiene hígado). Podrá tenerlo en el futuro, pero de hecho no lo posee. Por eso no lo incluimos en la comunidad de las personas humanas. Y por eso es lícito el aborto, esto es, por eso es lícito terminar con esa vida orgánica, si existen razones de peso para ello. (Atención, insisto: no estoy diciendo que podamos hacer cualquier cosa con un embrión; hay deberes que nos impiden torturar a un gato y hay deberes que nos llevan a tratar con la debida consideración a un embrión. Los animales y los embriones son objetos morales –aunque no sujetos morales o, como veníamos diciendo, personas–.)

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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Una respuesta a El debate sobre el aborto en Argentina (segunda entrega)

  1. carlosjcuestas dijo:

    Marcos, muy bueno poder leer tus publicaciones. En especial me interesaba esta de la interrupción voluntaria del embarazo. Solamente tengo una reflexión muy personal para lo cual, te cuento una historia de dos mujeres que pensaron que los respectivos embriones que llevaban en su vientre eran personas o se convertirían futuramente en ellas. Esos dos embriones hoy son mis dos hijos adoptados. Cómo evalúa la filosofía esas interrupciones en detrimento de una posibilidad concreta de vida de calidad para las madres, los médicos, los embriones y las familias adoptivas ?. Un abrazo.

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