Acabo de leer el libro de José Luis Pardo, Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas (2016), y quisiera hacer simplemente un par de comentarios al respecto.
Para decirlo en dos palabras, el objetivo del autor es reflexionar sobre la historia de las ideas del último siglo para así poder entender por qué las fuerzas “anti-sistema” o “antihegemónicas” están ganando cada vez más terreno. Pardo sostiene que vivimos ahora en un estado de malestar caracterizado no solamente por el desmantelamiento progresivo de su opuesto, esto es, del estado de bienestar a partir de finales de la década de 1970, sino también por la difusión paralela de un clima de insatisfacción que se expresa concretamente en una oposición política –ciega e irracional– a todas las instituciones de la modernidad en nombre de una pretendida “autenticidad”. En vez de intentar individualizar las causas reales de las transformaciones sociales de las últimas décadas, la frustración reinante se canaliza en un rechazo generalizado al poder político establecido, una suerte de “que se vayan todo” o de deseo de tirar todo por la borda, no importa sin con el agua del baño se arroja también al bebé. Esta oposición vehemente al “sistema” o a las “instituciones de la modernidad” muchas veces está motivada por el rechazo a cualquier forma de poder por considerar que el poder es intrínsecamente malo, rechazo que se acompaña de la fantasía según la cual la victoria permitirá instaurar una sociedad sin coerciones y, por ello, auténtica.
Lo preocupante es que ese rechazo incondicional al poder que en sus inicios puede tener la forma de un movimiento más o menos espontáneo, pronto termina organizándose y adquiere el temible rostro del populismo. ¡Vaya ironía! , el malestar, que en un principio se manifiesta en un rechazo contra el sistema (contra todo poder), luego decanta en un partido político más que compite por el poder. El populismo es incapaz de atacar la verdadera causa del desmantelamiento del estado de bienestar y es igualmente incapaz de perfeccionar la democracia parlamentaria que tenemos: su rechazo posmoderno a todo poder luego de concretiza en una organización política premoderna, con su importante cuota de fascismo. Y lo curios es que este proceso involutivo puede darse, bien por la derecha, bien por la izquierda. El rechazo antihegemónico decantado más tarde en populismo es lo que une a un Trump con un Maduro, a Syriza con Anel, a Alternativa para Alemania con Podemos. La izquierda y la derecha radicales dejaron de ser incompatibles entre sí, ya no son el aceite y el vinagre de antaño. Ahora los amalgama el mismo malestar, el mismo rechazo, la misma ansia de autenticidad.
En este sentido, el libro de Pardo es una contribución para entender uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, el populismo.
Pardo escribió este libro cuando todavía nos mirábamos consternados y nos preguntábamos una y mil veces: “¿Cómo pudo un Trump llegar al poder de los Estados Unidos?” Yo leí el ensayo de Pardo la semana pasada, presa de una incógnita del mismo tipo: “¿Cómo pudo en Puigdemont llegar a declarar la independencia de Cataluña?”
Y a este punto se revela uno de los rasgos más aborrecibles del populismo (de derecha, de izquierda, nacionalista…): la necesidad de contar con enemigos. El populismo es una fuerza que reagrupa virulentamente a la sociedad en bandos opuestos por aquí los leales amigos, por allá los execrables enemigos. “Todos los problemas de los Estados Unidos se deben a los mexicanos, a los chinos, a los musulmanes”, vocifera Trump; “Todos los problemas de Cataluña se deben a los españoles”, despotrican los separatistas catalanes.
El populismo, como movimiento retrógrado que es, lleva a la tribalización de la sociedad, a pensar que somos una tribu compacta con un líder que nos guía y nos defiende de las hordas.
¿Cuál es el remedio contra el populismo? Este es un tema que Pardo no aborda. Su objetivo es, como ya dije, entender por lo pronto qué nos pasa y cómo esta situación es resultado de una historia intelectual que él sitúa sobre todo en el origen de las vanguardias artísticas. El malestar, como todos sabemos, no es nuevo. Ya Freud en 1930 había publicado un importante ensayo titulado justamente El malestar de la cultura (que Pardo, curiosamente, no cita ni una sola vez). Tampoco la decantación de ese malestar en rechazo absoluto del poder (léase: de las instituciones de la modernidad) es algo novedoso. Por último, la mutación de ese rechazo en populismo es asimismo de sobra conocido: allí está el origen de la Primera y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial.
En mi opinión, la parte menos convincente del libro de Pardo son los primeros capítulos, en los que se propone rastrear las ideas que habrían articulado y, como efecto de esa articulación, que habrían exacerbado el malestar. Hay demasiadas lagunas en su genealogía, hay demasiados saltos bruscos de una corriente de pensamiento a otro, y el recorrido intelectual que va delineando es bastante caprichoso. (Para colmo el texto, que por lo general corre a buena velocidad, por momentos se estanca en párrafos interminables, en frases pantanosas, en reiteraciones innecesarias.)
Querer entender el malestar de nuestro tiempo sin una historia de las ideas que lo vocalicen es un disparate, y es justamente ahí donde está la riqueza de algunas intuiciones de Pardo (por ejemplo, en el capítulo quinto, “El virus Schmitt”, en que analiza el revival que ha tenido el pensamiento de Carl Schmitt). Pero pretender comprender el malestar de nuestro tiempo solo en referencia a una historia de las ideas es desacertado. (Esto no lo digo contra el libro de Pardo –en sus casi 300 páginas no se pueden abordar también las transformaciones socioeconómicas que sería necesario analizar–; lo digo pensando en la necesidad de una síntesis con otros enfoques complementarios.)
Una cosa que sí me gustó del libro es que Pardo no quiso hacer solo una “fría” historia de las ideas como si fuesen entidades claramente definidas, productos terminados y empaquetados con moño. El autor nos invita a recorrer en varias ocasiones las aulas y los pasillos de las facultades de filosofía, allí donde se “cuecen” las ideas al calor de la multitud de profesores y estudiantes que festejan a tal autor o polemizan con tal otro. Lo suyo es, además de inspeccionar el plato con la comida que nos presenta el mozo, echar un vistazo a la cocina.