Por qué votaría por el no en el referéndum boliviano

El próximo domingo 21 de febrero de 2016 tendrá lugar un referéndum en Bolivia. Si fuese ciudadano de ese país, votaría por el no, señalando mi total desacuerdo con la reforma del artículo 168 de la Constitución nacional. Ningún gobernante, ni de izquierda ni de derecha, debe permanecer en el poder por más de dos mandatos. Hace tres años escribí una entrada en este blog dando mis razones. Aquí la reproduzco:

La alternancia del gobierno es la esencia de la democracia

Tratar de precisar qué es la democracia es una empresa sumamente ardua pero necesaria a la vez. Vivimos en sociedades democráticas y nos enorgullecemos de eso –y con razón-. Pero ¿qué es la democracia? ¿qué caracteriza a las sociedades democráticas? Los politólogos se esfuerzan por dar una teoría de la democracia y los filósofos políticos tratan de resaltar los valores del sistema democrático: la discusión está más viva que nunca antes.

Los filósofos, por lo general, tienen una relación casi ambivalente con el fenómeno democrático. Por un lado, la democracia se les presenta como un bien que vale la pena defenderlo incluso con la vida. Por otro, la democracia, tal y como se da concretamente, dista mucho del ideal que tenían los ilustrados. La democracia real es una caricatura de la democracia ideal.

Pero la democracia es como la salud: sólo la valoramos cuando la perdemos.

Creo que las reflexiones de Norberto Bobbio sobre la democracia son sumamente valiosas y actuales. Es cierto que en la última década ha ocurrido una serie de acontecimientos importantes a nivel internacional que debe ser tenida en cuenta, pero la obra de Bobbio sigue siendo un punto de referencia para el debate.

Bobbio ha hecho popular una definición de democracia que, más allá de su aparente simplicidad, tiene un gran poder explicativo y, a su vez, ofrece una sólida guía normativa. En su libro Il futuro della democrazia, establece que

Por régimen democrático se entiende primariamente un conjunto de reglas de procedimiento para la transformación de las decisiones colectivas, en el cual está prevista y facilitada la participación más amplia posible de los interesados.

Concretamente: hay reglas claras e indelebles que establecen el modo en que han de sucederse los gobernantes y esto se da por votación universal. El “recambio” del poder, o, para ser más precisos, el recambio no violento y sin derramamiento de sangre del poder, es una característica central de la democracia. Y tal traspaso pacífico no se da gracias a un acuerdo entre el predecesor y el sucesor, sino (a) por medio de la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas y (b) mediante la aceptación de la clase política de las «reglas de juego». Nada más, ni nada menos.

Que esto esté muy lejos de lo que imaginaban y soñaban los ilustrados de derecha o de izquierda, es algo que no podemos poner en duda. Pero que esta regla, esta simple regla, sea reconocida y respetada a pie juntillas, es aún, en pleno siglo XXI, todo un desafío.

Hace unos días, la corte de un país latinoamericano decidió que el presidente de turno puede postularse para un tercer mandato. En Latinoamérica y en otras regiones del mundo se dan, una y otra vez, casos del estilo; intendentes, gobernadores y presidentes buscan y logran perpetuarse en el poder. Dejo de lado la discusión acerca de la validez de la sentencia de la corte en cuestión (¿se ha tratado de una sentencia de jueces independientes y serios?). Tampoco interesa aquí evaluar la gestión del político que nos ocupa, ni sus perspectivas a futuro, ni si los cambios que realizó eran imprescindibles y urgentes. En lo que creo que debemos ser intransigentes es en el principio democrático fundamental de que hablaba Bobbio. Por excelente que sea un presidente, tras el segundo mandato, es necesario que traspase el poder a su sucesor. Toda constitución decente debe prohibir estrictamente el tercer mandato. La alternancia en el poder es el meollo de la democracia. Es preferible un gobierno de mediocres pero respeten a rajatabla esa regla, al gobierno por tiempo indefinido de una sola persona, por más liderazgo, competencia y honestidad que tenga. El respeto de las “reglas de juego” es el indicador más importante de la madurez política de una sociedad.

Existen otros argumentos contra un “tercer mandato”, que son de orden pragmático (y que uno pensaría que todo gobernante más o menos astuto debería tener presente…). Realmente me cuesta encontrar siguiera cinco casos de gobernantes que hayan hecho un buen tercer mandato. El poder desgasta.

Concluyo: es de vital importancia el respeto incondicionado a las reglas del juego democrático. Y no se trata de “fetichismo de las reglas”, sino de entender que la mejor «obra de gobierno» que puede hacer un político es contribuir a fortalecer la vigencia de las leyes, sobre todo de la ley que fija en dos mandatos el tiempo máximo de permanencia de un dirigente en el poder y que obliga al traspaso pacífico del mando a su sucesor.

Nota: con motivo de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales argentinas de 2015 escribí un artículo retomando estas ideas. Ver aquí.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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