Los defensores de la legalización de la eutanasia basamos nuestra argumentación en la autonomía de la persona: en última instancia, es el individuo quien puede y debe decidir cómo terminar sus días. Sin embargo, algunos opositores de la eutanasia sostienen que la autonomía es más un ideal que una realidad; los seres humanos, dicen, no son siempre autónomos ni eligen libremente según sus convicciones y preferencias. Por ello, concluyen, si se legalizara la práctica eutanásica, muchos pacientes -sobre todo, aquellos enfermos sumamente vulnerables a causa de su estado físico y mental-, terminarían optando por la eutanasia no en virtud de una decisión libre, sino por lo que los parientes, el personal médico, etc. esperan de ellos (o por lo que ellos creen que los parientes, etc., esperan de ellos).
Lo cierto es que nadie duda de que la autonomía de la persona sea un ideal al que debemos aspirar y no una realidad incontrovertible. Sería necio afirmar que los individuos actúan siempre o, al menos, la mayoría de las veces autónomamente. Basta hojear un par de libros de psicología o sociología para convencerse de cuán poco autónomos somos y para asombrarse de cuántos elementos condicionan nuestra voluntad, incluso en los momentos en que nos sentimos plenamente libres.
Pero, por otro lado, la autonomía no es una ficción. En efecto, el derecho moderno se basa en la noción del individuo en tanto ser esencialmente autónomo. Todos los derechos y las libertades consagradas en nuestras leyes presuponen la autonomía de la persona.
Si debiéramos tomar en serio el argumento conservador centrado en la falta de autonomía del individuo, entonces estaríamos obligados a suspender la mayoría de los derechos de que gozamos. Tomemos como ejemplo el derecho al matrimonio; ¿quién puede negar que, al menos en algunos casos, los novios terminan casándose en razón de presiones sociales o familiares? O pensemos en el derecho al voto: ¿no habría que dejarlo sin efecto, ya que innumerables ciudadanos votan por tal o cual partido como resultado no de una elección libre, sino de la propaganda política?
Por otra parte, los críticos olvidan que legalizar la eutanasia no implica «darle luz verde al médico para que ejecute sin ningún tipo de reparo el deseo que acaba de expresar el paciente». Muy por el contrario, legalizar la eutanasia significa fijar claramente una serie de condiciones que deben ser reunidas antes de que se la practique, condiciones que aseguren que la petición del paciente ha emanado de una opción libre e informada. Por ejemplo, una de las condiciones ha de establecer un plazo de al menos una semana entre la primera solicitud del paciente y su confirmación. Otra condición ha de determinar la necesidad de que se realice un peritaje en caso de que alguno de los médicos sospeche que el paciente ha sido manipulado, etc.
(Nótese que el derecho al matrimonio o al voto también están protegidos por una serie de condiciones y de procedimientos destinados a garantizar al menos un mínimo de autonomía: por caso, nadie puede casarse si no reúne una cierta edad, si no tiene a dos testigos, etc.)
Además, si debiéramos continuar prohibiendo la práctica de la eutanasia voluntaria por el argumento de la falta de autonomía, entonces deberíamos volver a dejar sin efecto el derecho que tiene todo paciente terminal de oponerse a nuevos tratamientos considerados desproporcionados o, directamente, fútiles. ¿Quién puede garantizar que también aquí el paciente no hace uso de su derecho en función de las presiones sociales que siente o cree sentir?
Afirmar que la autonomía personal no es un hecho totalmente consolidado sino un ideal no ha de ser un motivo para suspender los derechos individuales; muy por el contrario, ha de constituir el móvil para promover el desarrollo de la toma autónoma de decisiones en todos los ciudadanos. Ya Immanuel Kant en un breve ensayo de 1784 escribía:
«La pereza y la cobardía son las causas de que un número tan grande de hombres, una vez que la naturaleza los ha liberado desde hace mucho tiempo de la dirección externa […], no obstante continúen con gusto a lo largo de toda su vida en la minoría de edad; y son también la causa de que a otros les resulte tan fácil erigirse en sus tutores. […] El hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad […] considere el paso hacia la mayoría de edad moral no solamente fatigoso sino también peligroso: de ello bien se ocupan aquellos tutores que bondadosamente han asumido para sí la supervigilancia de todos.» (en: «Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung»)