John Rawls decía que la tolerancia se ha vuelto nuestro modus vivendi, nuestro modo de vida. Las guerras que hemos padecido a lo largo de la historia, en especial aquellas surgidas de la intolerancia religiosa o ideológica, nos enseñado algo: que es mejor aprender a tolerar al otro, a los individuos y a los grupos que son distintos de nosotros, ya que no hay alternativas razonables a la tolerancia. Ser intolerante es, o bien querer asimilar al otro por la fuerza (hacerlo despiadadamente uno de nosotros), o bien pretender aniquilarlo, borrarlo completamente de la faz de la tierra. Ambos cursos de acción son éticamente reprobables. Además, raramente el otro permanecerá pasivo ante nuestra agresión. Es comprensible que busque defenderse. Como nuestra intolerancia alimentará la suya, terminaremos todos arrastrados en una espiral ascendente de violencia y destrucción.
La tolerancia no es solo una idea, es también -y sobre todo- una virtud, una disposición moral que nos lleva a soportar al otro, a aguantarlo, mal que nos pese. La tolerancia es una virtud sustentada por la prudencia. El hombre prudente, al reflexionar, ver la conveniencia de adoptar una postura tolerante, una forma de vida basada en el respeto al otro.
Por cierto, quien busca trascender los (estrechos) límites de la prudencia, esto es, quien busca ir más allá del interés propio promovido de manera sagaz, desarrollará una sensibilidad moral que lo hará superar la tolerancia hasta arribar al pluralismo, es decir, hasta aceptar plenamente al otro como distinto. El tolerante acepta al otro a pesar de las diferencias. El pluralista, en cambio, acepta al otro plenamente, reconociendo esas diferencias.
El pluralista entiende que la mayor ofrenda que uno le puede brindar a otro ser humano es aceptarlo como tal, con su forma distinta de pensar y de ser. Igualmente, la mayor consideración que me puede ofrecer el otro es aceptarme tal como soy, no ya «a pesar de» mis particularidades, sino con todas ellas.
El pluralista acepta al otro íntegramente porque es capaz de identificarse con él. En cierto modo, ve en el otro una forma posible de realización personal. «También mi destino hubiese podido ser el destino de ese que, a primera vista, detesto. Yo podría ser él.»