Eudemonía y desarrollo de las competencias

Estoy preparando una charla que voy a dar sobre la concepción aristotélica de la felicidad, el eudemonismo. Podríamos decir que, para Aristóteles, la felicidad o eudemonía es un estado fuertemente arraigado en nuestra psique y caracterizado por la plenitud, por el rebozar de satisfacción, el sentirse habitado por un buen genio, esto es, por un eu-daimon, un buen demonio.

Según Aristóteles, la eudemonía es el bien supremo al que aspira todo hombre, y es justo que así sea. Todos buscamos la felicidad por sí misma, no como un medio para dar con otra cosa. La felicidad es el fin último del obrar humano.

Ahora bien, la eudemonía no es algo ni totalmente independiente ni totalmente dependiente de la suerte o la buena fortuna, la týche. Para poder ser feliz se necesitan ciertos bienes, muchos de ellos ajenos a nuestra voluntad (por ejemplo, el nacer en una familia que nos nutra, nos eduque y nos brinde afecto); pero, arribar a la felicidad es también el resultado de una decisión humana, no algo que inexplicablemente nos depara el destino, sino la consecuencia de una elección.

En la Ética Nicomáquea, el autor señala que alcanzar la felicidad implica el ejercicio continuo de las virtudes. La eudemonía es una suerte de estado que corona una vida virtuosa.

El hombre es un ser que se caracteriza por poseer ciertas capacidades o, para utilizar el término griego, aretés, o sea, excelencias. Existen, siempre según Aristóteles, excelencias de dos tipos en el ser humano: éticas y dianoéticas. Con esto llegamos a las virtudes éticas y virtudes intelectuales, virtudes que tienen que ver con el obrar correctamente y virtudes que tienen que ver con el pensar correctamente.

Los animales no pueden ni obrar (en el sentido de «actuar ética y políticamente» -lo que se resume en el concepto griego de práxis-), ni tampoco son capaces de pensar, ya que les falta el lenguaje/razón, el logos. El hombre es, esencialmente, el animal que tiene logos.

En mi opinión, si el individuo contemporáneo debiera especificar en qué consiste la eudemonía, respondería algo más o menos así: «En la autorrealización. Un hombre feliz es un hombre que puede realizarse completamente.»

Aquí uno podría indagar, ¿realizarse en qué ámbitos? De nuevo, sospecho que la respuesta sería: «Realizarse en la esfera familiar y profesional». No hay duda de que la familia y el trabajo son los dos pilares sobre los que se asienta la existencia del individuo de nuestros días.

Quisiera notar aquí una similitud y una diferencia con Aristóteles. Empiezo por la primera. Para la concepción contemporánea de felicidad, también hay «excelencias» o, para usar un término que hoy suena más preciso, «competencias», cuyo despliegue, desarrollo y ejercicio continuo constituyen una fuente de dicha.

La diferencia entre la concepción actual y la aristotélica radica en cuáles son las competencias a desarrollar. Como decía, para Aristóteles son dos, resumidas en los términos de virtudes éticas y virtudes dianoéticas. Al final de sus días, el hombre que ha sido virtuoso y que ha dedicado sus energías a la filosofía será feliz.

Difícilmente diríamos que esto es lo que entendemos en nuestra época por lograr una vida plena. Pleno es el que ha formado una familia sólida y se ha destacado profesionalmente, en un trabajo que le ha permitido desarrollar sus capacidades intelectuales, sociales, etc., incluso cuando esa ocupación poco tenga que ver con la filosofía.

¿Y qué pasa si un individuo en nuestros días no forma una familia, por los motivos que fuere? ¿Puede arribar a la eudemonía? Creo que la mayoría diría que sí, porque (y este es un punto sobre el que he vuelto un par de veces en este blog) el trabajo es la esfera más importante para nuestra cultura: somos una «sociedad del trabajo». Es el trabajo, y sólo en segundo lugar la familia, lo que constituye primordialmente la identidad del hombre moderno.

Para Aristóteles, el griego (que era hombre, y no mujer; adulto, y no niño; libre, y no esclavo) era una persona que, o bien no necesitaba trabajar por poseer una fortuna familiar, o bien estaba obligado a trabajar, pero lo consideraba tan solo como una tarea necesaria para vivir. Sea que debiera trabajar o no, lo central es que el griego debía dar lo mejor de sí en el ejercicio de sus virtudes éticas y dianoéticas.

La Ética Nicomáquea es lo suficientemente ambigua como para sugerir dos lecturas. La primera es la que vengo exponiendo: que el hombre pleno es el que puede ejercer sus virtudes éticas e intelectuales a lo largo de su vida, con lo cual se arriba a un punto muy cercano al misticismo: el místico es aquel ocupado principalmente en vivir éticamente y en contemplar la Realidad última, detrás de las apariencias que constituyen este mundo.

La otra lectura es más cercana a nuestra concepción contemporánea: es cierto que Aristóteles insiste en el desarrollo de las excelencias éticas e dianoéticas, pero también menciona otras actividades en las que el hombre puede destacarse y realizarse: la política (como el buen gobierno de la polis), la guerra (la defensa de la polis) y el arte (sea en el arte que busca procurar goce estético: la música, la poesía, el teatro, la pintura, la arquitectura, la escultura, como así también en el arte que se propone crear objetos útiles para la vida, como calzados, casas, etc., lo que hoy llamaríamos industria).

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
Esta entrada fue publicada en Ética, Filosofía antigua y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s