La tarea de la ética

Si alguien me preguntara, ¿pero cuál es, concretamente, el objetivo de la ética?, le respondería: ensanchar nuestra imaginación, abrir nuevos horizontes a nuestra sensibilidad moral, mostrar que al menos es posible concebir una sociedad regida por principios y valores morales – y no por el interés y la fuerza. La ética es, por lo pronto, un «ejercicio espiritual», un ejercicio indispensable para mantener en forma nuestra personalidad, tal como la gimnasia lo es para mantener en forma nuestro cuerpo.

Por más que a los filósofos nos cueste horrores, tenemos que admitir que la filosofía moral no tiene el poder de cambiar el mundo. El filósofo no es rey, y los reyes no son filósofos. Sin embargo, la ética sí puede ejercer una influencia indirecta sobre el mundo social – y eso ya es algo.

La ética no es, ni debe terminar siendo, una suerte de deporte intelectual como el ajedrez, una actividad compleja consistente en combinar conceptos abstractos para dar lugar a majestuosos edificios teóricos. Eso haría de la filosofía moral una actividad auto-referencial, como el ajedrez. Lamentablemente, buena parte de la investigación ética universitaria no es más que eso, un pasatiempo sofisticado – un ejercicio intelectual, no un ejercicio espiritual.

La ética, en esencia, es una reflexión sobre el mundo social con el objetivo de proponer nuevas líneas de conducta individual e social por el simple hecho de que los principios vigentes nos resultan, tarde o temprano, inadecuados, cuando no aborrecibles.

Sin embargo, hay una diferencia entre el filósofo y el político; no es lo mismo un libro de ética que un estudio realizado por una comisión legislativa para reformar tal o cual ley. Es cierto que en algunos casos específicos el filósofo puede abogar por la modificación de una ley, por la implementación de una nueva política social o económica, etc. Pero ahí el filósofo está actuando como ciudadano comprometido, no como filósofo. Porque, insisto, la tarea de la ética es más ambiciosa, aunque a la vez más abstracta. (El filósofo moral, al igual que el escritor, siempre habla de política – solo que habla en otro registro, y está bien que así sea.)

Así, el filósofo moral debe lograr mantener el justo medio entre dos extremos; por un lado, una proximidad excesiva a la política y, por otro, una lejanía igualmente inadecuada del mundo real. Ni crear mundos imaginarios, ni limitarse a las urgencias de la cotidianidad. Ni volar por las nubes, ni reptar por el suelo.

Por esto, la «realizabilidad» (término tomado del inglés, realizability) no es un buen criterio para medir el valor de una obra de filosofía moral. Un sistema ético no debe ser, claro está, irrealizable, pero puede moverse dentro del amplio marco de lo «concebible». Quien le exige a la ética realizabilidad, está confundiendo la filosofía con la consultoría política.

En este sentido, me parece que es muy acertada la posición que una vez expresó John Rawls hablando de la tarea de la ética. El político, dijo Rawls, piensa en las próximas elecciones; el estadista, en la próxima generación; y el filósofo, en dos o tres generaciones por venir.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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