Hace poco escuchaba una entrevista que le hacían a Paul Krugman. En un momento, tras comparar Norteamérica con Europa, Krugman concluyó: “todo indica que el “robinhoodismo”, al menos hasta cierto punto, esta justificado”. La idea de fondo era que las sociedades en las que se da una mayor redistribución son sociedades con una mayor calidad de vida para todos. Una persona de clase baja en Francia está claramente en una mejor situación que una persona de clase baja en los Estados Unidos.
No quiero discutir esta última idea. Digo, no más, que estoy de acuerdo con Krugman. Lo que, en cambio, me parece problemático es que compare la redistribución con el robinhoodismo de Estado. No es un tal Robin Hood el que roba hoy para los pobres, sino el mismo Estado. Se le saca algo a los ricos para dárselo a los pobres. El robo que se comete es, por cierto, una acción inmoral, pero como tal queda justificada por sus consecuencias. El Estado roba a los ricos (obligándoles a pagar impuestos considerables), pero con ello se asegura una buena calidad de vida para todos. Lo que importan no son los actos en sí, sino las consecuencias de los actos, parece suponer Krugman. Si la consecuencia de un determinado acto es buena, entonces el acto como tal queda justificado.
Personalmente, considero que una manera (subrayo, una manera) de justificar la redistribución es señalando sus consecuencias. Krugman hablaba de calidad de vida para todos. Pero también hay otras consecuencias positivas, como la paz social. Al menos en el hemisferio occidental vale eso de: cuanto más justa es una sociedad, esto es, cuanto menor es el desnivel entre ricos y pobres, menor es el grado de delincuencia y de inseguridad en la sociedad.
Alguien podría hacerme notar que esta manera de hablar es demasiado “fría” o “utilitarista”. Así, se podría añadir que los ricos aceptan que el Estado les saque parte de su riqueza para distribuirla entre los pobres porque ello responde a valores éticos y religiosos. Por ejemplo, la misericordia y la caridad. Los ricos dan parte de su riqueza y tal acto puede entenderse como un acto de misericordia y caridad.
Aquí también entra la justicia como valor moral. Ver que algunos están muy bien y que, al lado de ellos, hay otros que están muy mal, es algo que simplemente nos genera un rechazo morales. Sentimos y pensamos que tal orden social es injusto.
Recapitulando: la redistribución, entendida como “robinhoodismo” puede justificarse sea por las consecuencias positivas que tiene, sea porque responde a ciertos valores: caridad, misericordia, justicia. Pero aun así hay algo que no me convence en el hecho de llamar robinhoodismo a la redistribución. El punto es este: hablar de robinhoodismo y de redistribución implica suponer que el hecho de que existan ricos por un lado y pobres por el otro es algo neutro, es como algo dado, como si fuese un fenómeno natural. Por eso los marxistas no hablan de redistribución. Para los marxistas, el hecho de que haya ricos y pobres es ya producto de un robo, de una injusticia, de una alienación inmoral. Redistribuir, por tanto, no es un acto inmoral que queda justificado por sus consecuencias, sino es la rectificación de un crimen cometido anteriormente. Siguiendo el razonamiento del marxismo, se podría decir que un rico que se queja porque el Estado le está robando parte de su riqueza es más o menos como un criminar que se queja de que el policía que lo atrapó está violando su derecho a la libertad de movimiento.
Hay algo que no me convence de Krugman y también algo que no me cierra del marxismo. Me parece, contra Krugman, que no podemos entender totalmente la redistribución en términos de robinhoodismo, por noble que sea el motivo que lo respalda. Igualmente, me parece extremo pensar que toda riqueza es, de por sí, sospechosa. Pongamos que Juan y Pedro son dos hermanos que han crecido en la misma familia con los mismo recursos. Si Juan luego decide hacerse empresario y le va bien, no puede venir Pedro y acusarlo de malhechor por el simple hecho de que él decidió dedicarse a la música y vivir como bohemio. No hay nada injusto aquí en el hecho de que Juan sea rico y Pedro pobre. Y si Juan, en un determinado momento, ayuda económicamente a Pedro, lo hace por simpatía, por amor, por lo que fuese, pero no porque sea justo que lo haga.
Para mí la clave está en ver la sociedad como si fuese algo más que una agregación de individuos. Es necesario ver a la sociedad como una gran comunidad, como una gran familia, como un gran equipo. No es que todos seamos iguales, sino que todos nos debemos el mismo respeto y la misma consideración. El rico es rico no porque necesariamente explote al pobre, como dice el marxismo. El rico es rico y puede amasar su riqueza gracias al hecho de que comparte una base en común con el pobre. Esa base común es la sociedad, la comunidad, la gran familia. Si no existiera la comunidad por detrás, no habría posibilidad de hacerse rico. Y es justamente ese reconocimiento lo que justifica que se redistribuya.
Se me ocurre una metáfora, un tanto “organicista”. Si la rama de un árbol crece mucho sin que parte de la savia se utilice para seguir consolidando el tronco, lo más posible es que la rama se corte sola con el próximo vendaval. Los ricos no distribuyen a los pobres porque eso tiene consecuencias positivas (incluso para los ricos mismos), sino porque devuelven a la sociedad, al “tronco”, lo que ellos han tomado y toman permanentemente de allí.
Cierro esta entrada con la sensación de que la cuestión es tan compleja que resulta imposible decir algo definitivo en un par de líneas. Tal vez nuestra sociedad actual es tan compleja que solo es posible pensarla, simultáneamente, desde todas las posiciones que mencioné. O sea, tal vez sea necesario hablar en términos de las buenas consecuencias del robinhoodismo; tal vez debamos también interpretar la redistribución en términos de ciertos valores como la caridad; seguramente hay asimismo mucho de verdad en marxismo: nadie puede negar que la historia de la humanidad y la historia pasada y reciente del capitalismo esté llena de pillaje y explotación; y tal vez sea conveniente entender la redistribución no en términos de sus buenas consecuencias, sino porque es parte de un sistema básico de solidaridad, como cuando los miembros de un equipo deportivo se ayudan mutuamente para conseguir un objetivo común (o los miembros de una familia se ayudan para hacer frente a la adversidad). En tal sentido, pensar una sociedad sin redistribución es como pensar un sistema en el que una de sus partes se beneficia del resto del sistema sin contribuir a la estabilidad del todo… hasta que el sistema colapsa. El Estado no redistribuye la riqueza del adinerado sino que garantiza que éste devuelva a lo sociedad lo que ha tomado prestado de ella.
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