La situación epidemiológica en Grecia no cambió mayormente en estos últimos siete días. Con esto quiero decir que el número de contagios diarios sigue estando por las nubes, pero sin que esa enorme cantidad de infectados lleve al colapso del sistema sanitario, del ΕΣΥ. La explicación de este último fenómeno es doble: por un lado, la variante ómicron es menos patogénica; por otro, la gente mal que mal ya ha desarrollado cierta inmunidad, sea gracias a la vacuna o porque ya se había curado de las infecciones con las variantes previas (delta, alfa o directamente con el virus de Wuhan).
Cuando digo que el sistema sanitario (aún) no ha colapsado, no quiero darles a entender que está todo bien por acá. Los hospitales, muchos de los cuales han vuelto a refuncionalizarse para atender solo casos de covid, trabajan sin descanso y las unidades de terapia intensiva están al rojo. Para dar una idea concreta, hasta ayer a la tarde la cifra de intubados era de 680, algo más que hace una semana, una cifra por demás preocupante.
Con respecto a la marcha de la vacunación hay algunas novedades. La primera es que a partir de hoy entra en vigor la ley según la cual los negacionistas deben pagar mensualmente 100 euros de multa. El dinero recogido de esta fuente no se usará para gastos comunes del Estado sino, como diríamos nosotros, “para la causa”, esto es, para darle un respiro a los hospitales, exhaustos en gran parte porque deben atender a los pacientes con síntomas graves que no han querido vacunarse.
Esta medida, dicho sea de paso, parece poca cosa respecto a las políticas que van a implementar otros países. Ayer escuchaba por ejemplo en la radio que Singapur ha dispuesto que no se les brinde más atención médica a los no vacunados. El que no se vacunó, ¡al diablo!, o que se pague el tratamiento con dinero de su propio bolsillo.

La otra novedad de relevancia es que de aquí en más estar completamente vacunado significará tener la pauta completa más la dosis de refuerzo, o sea, 2 + 1. Quien no se haya puesto la tercera dosis dentro de los siete meses posteriores a la segunda, perderá automáticamente su calidad de vacunado (πλήρως εμβολιασμένος) y, por tanto, su certificado ya no será válido.
Esto último me da pie para hacer una reflexión general. Hasta no hace poco tiempo discutíamos si era ético o no que un país organizara campañas para vacunar a la población con la tercera dosis, dado que había (y sigue habiendo, lamentablemente) muchos países pobres y populosos en Asia y África sin siquiera la remota esperanza de obtener el primer pinchazo para amplios sectores de la población. La marcha de la pandemia y, sobre todo, la difusión de la variante ómicron nos están haciendo entender que la tercera dosis no es un lujo de los países ricos (o no tan pobres, como varios países latinoamericanos), sino una necesidad. Sin las dosis de refuerzo, la protección frente a la nueva mutación del virus resulta deficitaria. En otras palabras, ya no estamos frente a un dilema del tipo “o lo uno o lo otro”, sino a un desafío más amplio aún: “lo uno y lo otro”, vacunar con terceras dosis a los ya inoculados, a la vez que avanzar con pasos agigantados en la campaña de vacunación global.
Otro aspecto que quisiera resaltar aquí es que, a una semana de la reapertura de las escuelas, la situación no se desmadró. Por supuesto, aún es prematuro para sacar cualquier conclusión, pero si pudiera extraer de esto una simple hipótesis de trabajo, sería esta: las escuelas, mientras se hagan cumplir estrictamente las normas previstas por el protocolo sanitario, no se convierten en focos de contagio y difusión del virus.
Si esta hipótesis se confirma en las próximas semanas, entonces va a ser claro que los costos de suspender las clases o de continuarlas con las modalidades virtuales superan ampliamente las ganancias en términos de contención de la pandemia.