Esta que pasó fue otra semana negra para Grecia, con muchos contagiados, hospitalizados y muertos. Tal vez la única noticia positiva –si algo puede ser positivo en este contexto– es que no hubo nuevos saltos en las curvas epidemiológicas, que parecen haberse amesetado.
Para dar una idea más concreta, ayer el número de contagios rondó los 4000 (siempre los fines de semana el número es menor que los restantes días, que últimamente registran de seis a ocho mil casos); la cifra de intubados arañó los 650 (en las peores semanas de la oleada pasada llegamos a superar los 800, umbral a partir del cual el sistema de salud ya deja de dar abasto); y la cantidad de muertos volvió a ubicarse en la centena (y, de este modo, es muy probable que hoy superemos holgadamente las 18.000 defunciones desde el inicio de la pandemia).
Debo decir que toda esta situación no ha llevado a que se tomaran nuevas medidas restrictivas, al menos para los vacunados. Ayer domingo, que hizo buen tiempo, había gente en todos lados, en los parques, en las calles del centro, en los cines, en los estadios…

Calculo que el Gobierno no descarta taxativamente un nuevo confinamiento, pero considera que esa medida es la última carta que tiene para jugar en el caso de que la situación no se estabilice y llegue a ser desesperante.
Lo que sí ha cambiado es la dinámica de los contagios. Si antes decíamos que los niños difícilmente se infectaban, hoy tenemos que reconocer que uno de cada cuatro contagios en Grecia concierne a un menor de 18 años. Eso se nota no solamente en las estadísticas, sino en la vida cotidiana de las familias con chicos. Por ejemplo, nosotros todas las últimas semanas venimos teniendo alguna que otra “sorpresa” semanal. La última fue que un compañerito de mi hija mayor de la clase de inglés resultó positivo, con lo cual tuvimos que iniciar inmediatamente el programa de rapid y self tests por una semana.
En mi opinión, la mejor noticia de los últimos días fue que la EMA, la agencia europea encargada de aprobar el uso de nuevos medicamentos, dio –¡finalmente!– luz verde a la vacuna de la Pfizer para los niños menores de 12 años (y mayores de 5). Todavía falta la aprobación final de las autoridades griegas (de la Εθνική Επιτροπή Εμβολιασμών), pero doy por sentado que van a trabajar a toda máquina en estos días para que los chicos de la primaria puedan empezar a inmunizarse antes de fin de año.
Por lo que sé, para los más pequeños se va a usar la misma vacuna que ya conocemos de la Pfizer/BioNTech, aunque se les va a administrar solamente un tercio de la dosis, tanto en el caso de la primera como de la segunda inoculación. (Tienen que ponerse las dos dosis, y luego quedará por ver si son necesarios refuerzos.)
Otro de los aspectos epidemiológicos que va cambiando es el de la composición de los pacientes en terapia intensiva. Hace unos meses, se repetía hasta el cansancio que más del 90 % de la gente que estaba mal no se había puesto la vacuna. Hoy esa cifra se sitúa en el 80 %, lo que significa que la gente que se puso las dos dosis no está del todo cubierta. Ponerse la tercera dosis, la de refuerzo, pasó a ser una recomendación más, como seguir usando la mascarilla o guardar distancia interpersonal.
Mientras tanto, llegó a Grecia el nuevo remedio para el covid, el de los anticuerpos monoclonales. Seguramente, es una buena noticia, aunque me parece que hay que ser cautos. En primer lugar, porque solo llegó un número limitado de dosis (creo que unas 2000) y, en segundo, porque no van a ser para cualquiera, sino para el grupo de pacientes más vulnerable (por ejemplo, para quienes padezcan inmunosupresión o para las embarazadas). Por lo que se escucha, aparte de tratarse de un remedio carísimo, es efectivo solamente si se toma en los primeros días de la enfermedad, no más tarde (porque poco después pierde la efectividad).
Lo último que tengo para destacar es que aquí también la flamante μετάλλαξη της Μποτσουάνα, la variante de Botsuana o, mejor dicho, la variante ómicron, nos ha hecho preocupar. Vamos a ver qué pasa. Por lo pronto, puede ser que se trate de una de esas mutaciones que finalmente no logran prevalecer, al menos en Europa. Sin embargo, toda esta historia no deja de ser un recordatorio más de que la pandemia es un fenómeno global: si no la vencemos entre todos, nadie va a quedar a salvo. Es un poco como la emergencia climática: si no cambiamos todos el modo de producción y de consumo –y ya, no de acá a otros treinta años–, nadie va a poder terminar tranquilo este siglo XXI.