Diario de la pandemia (20 de agosto de 2021)

Esta semana la pandemia no gozó de la exclusividad mediática: tuvo que compartirla con los incendios, que siguen arrasando hectáreas de bosques y un sinnúmero de propiedades en varios puntos del país, y con la célere toma de poder de los talibanes.

De Afganistán no voy a decir nada, porque han aparecido en todos los medios cientos de noticias y comentarios; solo me limito vaticinar, con tristeza, que en un par de días casi todos se olvidarán del tema (¿alguien se preguntó en estos días cómo están las cosas en Libia, en Siria, en Myanmar, por citar tan solo tres naciones que en los últimos meses han acaparado el interés mediático por algunas horas para luego desaparecer, como si allí las cosas se hubiesen resuelto por arte de magia? Y ni hablemos de Haití…).

De los incendios en Grecia solo les voy a decir que ayer a la tarde escuchaba con gran pesar que se quemó el último bosque virgen que quedaba en Ática. Aclaro que hay muchos bosques en esta región, incluso no muy lejos de Atenas, pero ninguno de ellos es virgen (casi todos son producto de reforestaciones). Las últimas hectáreas intactas, ubicadas al oeste de Ática en una localidad llamada Vilia (τα Βίλια) quedaron literalmente hechas cenizas. Algo irrecuperable se perdió, tal vez por la desidia de algunos o la perversión de otros (se sabe que algunos incendios fueron provocados por seres humanos, quedará por ver si fue por descuidos o por algún motivo siniestro).

Paso ahora al tema de este diario, la pandemia. Para decirlo sin más rodeos, las cosas no van bien. En esta última semana han aumentados sustancialmente todas las cifras que preocupan a los epidemiólogos: superamos los 4.000 contagios diarios, una cantidad solo comparable a las de la segunda y tercera olas; los pacientes intubados han aumentado hasta llegar a más de trecientos; la ocupación de las camas en terapia intensiva ya asciende al 60 % de la capacidad nacional, etc. Conclusión, estamos plenamente dentro del τέταρτο κύμα, de la cuarta ola.

Lo más preocupante, no obstante, es qué va a suceder en las próximas semanas, porque hasta ahora un número considerable de la población sigue de vacaciones y pasa buena parte de su tiempo al aire libre. Pero, tarde o temprano, los chicos volverán a la escuela, los adultos al trabajo, los jubilados a sus actividades, y el tiempo empeorará. O sea, estarán dadas las condiciones óptimas para que el virus se replique a sus anchas.

Bueno, tengo que corregirme: no podrá “replicarse a sus anchas”, porque hay mucha gente que se cuida y, además, porque hay un número importante de la población está vacunada y la vacuna es, por todo lo visto, la única arma efectiva, segura y económica con la que contamos por el momento.

Yo por este motivo disiento profundamente de todos los que no quieren vacunarse. Grecia apenas ha pasado el 50 % de los vacunados con la pauta completa, cuando en este mismo momento esa cifra tendría que estar veinte puntos más arriba.

Ayer constataba con perplejidad cómo un grupo de médicos, enfermeros y empleados administrativos, entre otros, se reunían en la entrada del hospital “Alexandra”, uno de los principales nosocomios griegos, a protestar apasionadamente contra la obligatoriedad de la vacuna. Como recordarán, el Primer Ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, decretó el carácter obligatorio de la vacunación para todo el personal vinculado con el área de la salud, desde los médicos hasta los administrativos que tengan contacto con el público. Las alternativas son claras: o se vacunan o pasan a licencia sin goce de sueldo hasta que termine la pandemia.

La medida es dura, pero casi no difiere de lo que adoptaron otras naciones europeas (Italia primero y, contemporáneamente con Grecia, Francia). Yo estoy totalmente de acuerdo con estas disposiciones y, en este caso, doy mi apoyo a Mitsotakis. Lo dispuesto es correcto y ahora no le debe temblar el pulso: el que no se quiera vacunar, que se busque otro laburo, no puede seguir en un hospital, en una clínica de cuidados de ancianos o en un centro de atención a personas con discapacidad. El reclamo de libertad (“ελευθερία”, “δημοκρατία”, exigían ayer los negacionistas, “οι αρνητές”) es infundado.

¡Qué mala defensa le hacemos a la causa de la libertad! En Occidente hemos tergiversado las cosas y confundimos ser libres con hacer lo que se nos canta, incluso cuando las consecuencias de esas acciones repercuten negativamente en terceros.

Los manifestantes colgaron en la entrada del hospital una pancarta con su rechazo a la medida: «No a la vacunación obligatoria»
Los negacionistas cortaron luego una de las avenidas del centro.

De todos modos, la cuestión es sumamente compleja, porque aun si todos los dependientes del área de la salud se vacunaran hoy mismo, de buena o mala gana, no importa, quedaría un porcentaje importante de la población sin la inmunidad necesaria.

Como yo no soy político, se me ocurre proponer una medida para “incentivar” a la gente a vacunarse. A ver qué les parece. Que el Gobierno decrete que el que no se vacune debe hacerse cargo de los eventuales gastos que tendrá su internación en caso de contagiarse y enfermarse de covid. No manejo exactamente las cifras, pero supongamos que mantener un paciente intubado por día nos cuesta 3.000 euros. Entonces, si Fulano o Mengano no se vacunó y va a parar a un hospital, yo después le enviaría la cuenta su domicilio. ¿Necesitó estar dos semanas intubado, más una semana previa hasta que se tomó esa medida extrema para salvarle la vida, además de las semanas posteriores de rehabilitación, ya que a nadie se lo saca de la intubación para mandarlo a la hora a su casa? Muy bien, sumemos y multipliquemos. ¿Qué lo que estoy diciendo es totalmente impopular? Sí, lo sé. Pero no tenemos que olvidarnos que la Libertad –permítanme usar la mayúscula– va de la mano de la Responsabilidad. Los fondos públicos no deberían ser malgastados para solventar los caprichos de la gente, sino para cosas realmente urgentes e importantes, que las hay.)

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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