Las próximas semanas van a ser decisivas para Grecia. Por un lado, la cifra de los contagios diarios superó incluso los niveles más altos de los peores meses del invierno y la primavera pasados, al tiempo que, por otro, empieza a agotarse el “tiempo de gracia” –el “changüí”, como se diría en Argentina– que nos han dado el calor y el veraneo. A juzgar por el tráfico que había este lunes a las 8 de la mañana en Atenas, uno puede concluir que ya ha vuelto la mayoría de la gente. En dos semanas más, el 13 de setiembre, reabren las escuelas, con lo que se llega al funcionamiento “normal” de la ciudad. ¿Debemos esperar un ascenso brusco en la curva de contagios para finales de setiembre o principios de octubre? Tal vez.
Ahora bien, lo decisivo a esta altura en países como Grecia no es tanto el número de contagios diarios, sino la cuestión de cuántas de esas infecciones se traducen poco después en consultas en el hospital, en internaciones, en ingresos a la terapia intensiva, en intubaciones y, finalmente, en muertes. Ya se sabe: si el destino del virus es volverse endémico, todos nos vamos a contagiar, tarde o temprano. El punto es cuántos de estos contagios van a llevar a que se desarrollen síntomas graves.
La otra particularidad de esta “cuarta ola” (“τέταρτο κύμα”) es que los principales afectados están siendo los no vacunados. ¿Quiénes integran ese grupo? Por el momento, no tanto los niños (ya veremos qué sucede a partir del primer día de clase), sino sobre todo los adultos, especialmente las personas de la tercera edad, que por diversos motivos psicológicos no han querido vacunarse.
Doy un dato para evidenciar lo que quiero decir. El lunes pasado, 23 de agosto, había 319 pacientes intubados por covid en todo el territorio griego. De ellos, el 91 % eran personas que no se habían vacunado. O sea, solo el 9 % de esos enfermos se había vacunado. Creo que la conclusión salta a la vista: si hoy en día estuviese vacunada toda la población griega (excepto los niños menores de 12 años, para los que aún no hay una vacuna aprobada), la pandemia habría dejado de ser la rotura de cabeza que aún hoy es.
Es interesante constatar que hay países del sur de Europa, como España y Portugal, menos reacios a la inoculación que Grecia. Ahora bien, el fenómeno de los “no vacuna” no es algo exclusivamente heleno. Por este motivo, creo que hacen bien gobiernos como los de Grecia, Italia, Francia, etc., en ir extendiendo progresivamente la obligatoriedad de la vacunación. Así como ya es obligatorio vacunarse para todo el personal sanitario, lo tiene que ser en breve para el personal docente, policial, militar, etc.
Al resto de las personas, por cierto, no se las puede arrastrar por la fuerza al centro de vacunación, pero se les puede hacer la vida más difícil. Por eso también concuerdo con el paquete de medidas tomados por el Ejecutivo griego la semana pasada que introduce una serie de controles y restricciones para los no vacunados. Concretamente, a partir del 13 de setiembre quienes no quieran vacunarse tendrán que someterse a tests de antígenos una o dos veces por semana, según el caso, pagándolos de su propio bolsillo, no del bolsillo del Estado como hasta ahora; no podrán entrar a lugares de diversiones cerrados, etc.
Quiero decirlo sin rodeos: para mí no hay ninguna razón ética de peso que justifique el rechazo de un grupo tan grande de la población a la vacuna. Le he dado vuelta más de una vez al tema y no encuentro argumentos serios. Si alguien no quiere vacunarse por motivos ideológicos o religiosos, muy bien, hay que respetarlo. Pero no es posible condicionar la vida de millones de ciudadanos por ese motivo ni el funcionamiento “normal” de la sociedad. Para mí es una vergüenza que, a unos días de comenzar setiembre, recién se hay vacunado con la pauta completa menos del 55 por ciento de la población del país (y, con al menos una dosis, menos del 60 por ciento).
También estoy de acuerdo con la disposición del Gobierno de no refuncionalizar más algunos hospitales para que atiendan exclusivamente a los pacientes con covid. No habrá más “νοσοκομεία COVID”. Desde el momento que hay vacunas, todos los pacientes deben tener el mismo derecho de acceso al sistema de salud público. Ya dejamos atrás el momento crítico de la pandemia. No puede ser que pacientes que se han vacunado y que padecen cáncer o problemas cardíacos no puedan ir al médico porque el sistema está saturado de enfermos con el coronavirus que no han querido vacunarse oportunamente.
Creo que en este sentido es posible comparar la conducta del no vacuna con la del fumador. Está claro que fumar aumenta el riesgo de sufrir enfermedades graves e, incluso, de morir. Pero nadie puede ejercer coerción a un fumador empedernido: mientras fume solo y en su casa, que se fume sus dos atados por día, si quiere. Lo que sí, el día que le dé un ataque o le aparezca una cosa rara en el cuerpo, su caso no puede tener prioridad respecto de otros. Libertad implica responsabilidad. El que fuma tiene que ser consciente de que se está sometiendo a un riesgo y que enfrentar ese riesgo va a ser una carga para él y para todo el resto de la sociedad.
La otra cuestión que ocupa a los expertos y a la ciudadanía griegos es la de la “tercera dosis”, como se la ha denominado (“τρίτη δόση”). En realidad, para el que se puso la vacuna de la Johnson y Johnson, sería la segunda, no la tercera dosis. Por ese motivo es mejor llamarla “dosis de refuerzo” (“ενισχυτική δόση”, aunque acá también se oye “αναμνηστική δόση”, o sea, “dosis recordatoria”, esto es, para “recordar” al sistema inmunitario).
A partir de este miércoles se abre en Grecia la plataforma en línea para que la gente se inscriba para recibir la dosis de refuerzo, que será con la vacuna de Pfizer o la de Moderna, esto es, en base a la tecnología del ARN mensajero. Se va a comenzar con los individuos más vulnerables, sobre todo con aquellos que no poseen un sistema inmunitario fuerte debido a la edad, a los tratamientos que siguen, a ciertas enfermedades, etc., y, con el tiempo, se va a pasar a los sectores de mayor exposición al virus, como los médicos y, probablemente, llegará un momento en que todos nos debamos volver a vacunar.
Yo tengo mis dudas respecto a la fundamentación ética de esta medida. El problema es el que ya planteaba la OMS. No es posible que haya países en el mundo sin vacunas o con una ínfima porción de su población vacunada. Esto no solamente constituye una injusticia global, sino que implica un enorme riesgo para todos: el riesgo de que vuelva a surgir una mutación, esta vez más peligrosa incluso que la delta. O nos salvamos todos o no se salva nadie. Es muy cortoplacista de los gobiernos el querer proteger enteramente a su población, mientras se deja al resto del mundo sin las debidas defensas.