Hoy empiezo con una primicia: desde esta mañana ya no es necesario el uso de la mascarilla en los espacios abiertos. La anulación de la medida tiene su lógica: por todo lo que sabemos, el riesgo de contagiarse haciendo ejercicio en un parque, tomando sol en una playa o caminando por una calle es despreciable. Sigue siendo obligatorio, en cambio, el uso de la protección de la nariz y la boca en los espacios cerrados, porque ahí el virus sí puede pasar con facilidad de persona a persona.
Es curioso notar que tan difícil como adquirir nuevos hábitos es abandonar los ya internalizados. Esta mañana, mientras esperaba que pasara el colectivo, veía que la gente –no todos, pero la gran mayoría– seguía caminando con su mascarilla… y eso a pesar del calor sofocante que está haciendo desde el fin de semana pasado.
No sé cuándo va a poder dejarse sin efecto la obligatoriedad de usar mascarilla en los espacios cerrados (oficinas, aulas, salas de teatro, etc.). Por lo que entiendo, una cosa del estilo sería solo posible en caso de que todos los miembros de la sociedad (o de una comunidad, si está lo suficientemente aislada) estuvieran vacunados y que, por lo tanto, la circulación del virus se hubiese minimizado. Para este escenario, acá en Grecia aún falta un poco. (De todos modos, es imaginable que mucha gente siga usando la mascarilla de por vida en los espacios cerrados, al fin y al cabo ha demostrado ser una manera efectiva de protegerse contra otras enfermedades que se contagian por el aire.)
La derogación de las medidas que vemos semana tras semana es posible porque la imagen que dan las cifras epidemiológicas son alentadoras. Por ejemplo, ayer hubo “tan solo” unos 500 nuevos contagios en todo el país y 14 muertes por el covid, a la vez que el número de intubados ronda los 270 (una tercera parte de lo que llegó a ser en los meses críticos).
Por supuesto, el virus no ha desaparecido. Las mismas cifras que les daba permiten una lectura optimista pero también una mucho menos “festiva”. En todo caso, lo bueno es que, al menos hasta ahora, la temible variante Delta, la que tuvo su origen en India y se ha difundido ampliamente en el Reino Unido, aún no se ha extendido por acá.
Lo más inquietante para mí en este momento es qué va a pasar con la campaña de vacunación en el próximo trimestre. Hasta ahora, hay más de 4.600.000 vacunados. No es una cifra pequeña, pero aún falta un trecho para lograr la inmunidad del rebaño. Si uno a esta cifra le agrega todos los que están en lista de espera (o sea, los que ya se anotaron y están esperando el día del pinchazo), el guarismo asciende a 7.700.000. ¡No está mal! Ya con esa cantidad vamos a poder empezar a hablar de inmunidad comunitaria. Pero es como estar viendo una película en la que los protagonistas buenos ya tienen el plan para atrapar al malo y ahora tienen que ejecutar las acciones previstas sin que nada falle y en tiempo récord.
Curiosamente, dentro del grupo de los que no se han vacunado ni piensan hacerlo (a menos que cambien drásticamente las reglas de juego) hay un sector importante constituido por… profesionales de la salud: médicos, enfermeros, administrativos. Cuesta creerlo, pero es así. La Comisión Nacional de Bioética se reunió los otros días e hizo pública su recomendación. Prometo decir algo al respecto en la próxima entrada. Por lo pronto, me limito a señalar una característica muy acentuada entre los griegos: el aferrarse a ciertas creencias y ciertos hábitos.
¿Me van a creer se les digo que acá, por ejemplo, se sigue fumando en los hospitales? No, no les estoy tomando el pelo. Se sigue fumando. Claro que hay leyes y de todos los colores que prohíben el tabaco en los lugares públicos, pero muchos griegos hacen simplemente oídos sordos a esas directivas. Para bien o para mal, el pueblo heleno es bastante resiliente. No es que el médico vaya a fumar en el consultorio delante del paciente, pero es posible que uno y otro, después de la consulta, vuelvan a encontrarse en la entrada del nosocomio para hacer unas pitadas.
Como sea, y para volver a nuestro tema, tanto los especialistas griegos como los extranjeros coinciden en un punto, en que nadie puede darse por satisfecho con haber vacunado al 70 % de sus connacionales, cuando hay aún miles de millones de personas en todo el mundo que no tienen acceso a ninguna vacuna contra el covid. Israel, que durante semanas fue señalado como un buen ejemplo, mantiene su puesto “top” en la escala mundial no solo porque ha vacunado a un número importante de la población, sino porque impide estrictamente el ingreso de personas. Hasta que no se vacunen todos y en todas las latitudes, el virus seguirá estando, lo que significa: seguirá replicándose y en cada replicación existe la probabilidad de dar con una mutación más “exitosa” aún que las anteriores.