A veces me pregunto si estamos en la fase final de esta pandemia, en lo que se llama anhelantemente el comienzo del fin. Claro que pienso desde Grecia y, por ende, desde Europa. Seguramente, la sensación de desaliento o de indiferencia que cunde en países como Argentina no permite este “lujo intelectual”.
Cuando iba a la primaria, la seño de música nos enseñó un viejo villancico español:
Hoy comamos y bebamos,
y cantemos y holguemos
que mañana ayunaremos.
El hombre, en lo más recóndito de su mente, tiene guardado este saber: el mañana muy probablemente será malo; así que si tu presente es favorable, aprovéchalo, extráele todo el jugo, “que mañana ayunaremos”.
¿A qué apunto con todo esto? A que esta me parece ser la mentalidad que se a apoderado del ciudadano de a pie griego. En las interacciones cotidianas la gente ha vuelto a comportarse casi como si el virus nunca hubiese estado entre nosotros. O, en todo caso, como si hubiese sido una triste realidad pasada y enterrada allá en la lejanía y, simultáneamente, como si fuese aún una amenaza, pero igualmente lejana, allá distante, cuando se termine este verano que aún no ha comentado, cuando vuelva el otoño. Mientras tanto, comamos y bebamos, bailemos y holguemos.
Sin embargo, una vez que uno sale del círculo de las acciones e interacciones cotidianas, se topa con las medidas restrictivas. Ejemplo: este fin de semana mi esposa tiene un congreso de medicina, pero ya le avisaron que no tiene que concurrir a las sesiones, justamente para evitar amontonamientos en espacios cerrados. Así que tiene que seguir las charlas desde casa, obviamente vía “streaming”, e ir a la sala del congreso solo el día y la hora fijados para su presentación. Además, la cena prevista para homenajear a los ponentes va a estar limitada a ellos, sin que puedan sumarse otros invitados.
Otro ejemplo: ayer mi hija mayor tuvo el acto de fin de curso. Normalmente, la maestra invita para esa ocasión a los padres a que vean en un acto de hora y media lo que han hecho los chicos durante el año lectivo. La reunión tiene lugar en la misma aula de los chicos. Obviamente, este año era imposible organizar el acto en la modalidad “presencial”. Así que los padres nos conectamos por Webex a la hora indicada para ver a nuestros hijos leer, cantar y presentarnos los logros y los momentos inolvidables de los meses pasados… a la distancia.
Cuando terminó el acto y caducó el enlace, me quedé viendo la pantalla con la mirada perdida, pensando que había sido la reunión de fin de año más triste que me tocó presenciar (aunque también me consolaba razonando, “al menos, este año hubo un acto de fin de curso, el año pasado no tuvimos ni eso”). ¿Serán así los sucesivos actos de fin de año? ¿Me terminaré acostumbrando a la virtualidad? ¿Tendré que aprender a individualizar a mi hija y a reconstruir su imagen más diestramente, a partir del puñadito de pixeles que me brinda mi pantalla?
Por lo demás, ¿cómo sigue la pandemia? Sigue así, tal como estuvo evolucionando las semanas pasadas: las curvan van en descenso, si bien esa disminución no es todo lo significativa que se quisiera. Por ejemplo, ayer tuvimos unos mil trescientos nuevos contagios, unos treinta muertos y el número de pacientes intubados en terapia intensiva está por debajo de los cuatrocientos. Como se ve, si uno se atuviera estrictamente a las cifras epidemiológicas, habría muchos menos motivos para relajarse.
Respecto a la campaña de vacunación, los tantos son estos: con unos cuarenta mil pinchazos por día, Grecia ya pasó la cifra de los cuatro millones de vacunados con al menos una dosis. De esos, solo dos millones y medio completaron las dos dosis o se pusieron la vacuna de Johnson, que requiere solo una inoculación.
Si ahora uno incluye en estas magnitudes a los que ya han solicitado turno y esperan vacunarse en las próximas semanas, la cifra asciende a casi seis millones y medio de personas. De concretarse todo esto, estaríamos empezando el verano con más de la mitad de la población vacunada, lo que no es despreciable, pero tampoco es suficiente. El gran desafío sigue siendo vacunar al 70 % de la población griega con las dos dosis antes de setiembre, el mes que vuelven las actividades (trabajo, escuela, universidad, etc.) y que las golondrinas inician su vuelo en busca de zonas más cálidas.
