Debo reconocer que mis predicciones no se cumplieron. ¡Y por suerte! Porque a pesar de la distensión y el relajamiento generalizados que vimos antes, durante y después de las fiestas de fin de año, la curva de infectados, hospitalizados y muertos no ha variado significativamente. Hasta ahora, al menos. Lo digo porque en este terreno no hay que cantar gloria antes de la victoria. Tal vez la situación se revierta abruptamente de una semana para otra. Ya lo vimos en el pasado.
No sé si parte de la explicación de este fenómeno –del que las cosas en Grecia marchen “no tan mal” mientras que la mayoría de los países de la Unión Europea están “en rojo”– se debe a que hasta hace unos días hemos tenido un tiempo excepcionalmente benigno, con sol, temperaturas agradables y vientos leves o moderados. Por tanto, la gente pasó mucho tiempo al aire libre y pudo ventilar regularmente las casas y los lugares de trabajo.
Mientras tanto, los chicos de la primaria volvieron a las aulas. A las aulas reales, no virtuales. Obviamente, respetando las medidas que fija el protocolo: mascarilla todo el tiempo, ventanas abiertas a pesar del chiflete de frío, desinfección de los bancos cada cuarenta minutos.
Los padres nos miramos incrédulos y nos decimos unos a otros: μακάρι, να συνεχίσει έτσι, ojalá, que siga así.
Otro de los temas que nos ocupa es el de la nueva variante del virus. O sería mejor decir: de las nuevas variantes, porque está la sudafricana, está la británica y vaya a saber cuántas otras más. Acá me parece que la pregunta no es si la mutación llegó al suelo griego o no (me parecería muy raro que no fuera así). La cosa es más bien saber cuán difindida/contenida está.
Pero el tema más discutido es, seguramente, el de las vacunas. En la entrada anterior les comentaba que ya habían empezado a vacunar al personal sanitario. Desde hace unos días han empezado también con los mayores de 85 años (que acá en Grecia no son pocos). Mi suegro, que tiene 83 años, tiene que esperar al próximo llamado, que esperamos que sea en breve.
Por lo que tengo entendido, se sigue vacunando sólo con la de la Pfizer-BioNTech. Todavía no llegó la de Moderna, a pesar de estar ya autorizada.
La actitud de la gente es de lo más variada. Mientras hay un grupo que no ve la hora de que le llegue el turno de vacunarse, otros se niegan rotundamente a que le pongan la vacuna. Y esto incluso entre el personal médico. En el círculo en que yo me muevo, los primeros superan ampliamente a los segundos, pero en términos sociológicos esto no quiere decir nada.
De todos modos, dejando de lado la predisposición de la gente, lo cierto es que el número de vacunas que llegó es pequeñísimo comparado con el que sería necesario tener, si el objetivo es haber logrado la famosa inmunidad del rebaño para fin de año.
También hay un problema de coordinación en la vacunación, que podría parecer anecdótico pero que no lo es. Resulta que si un hospital descongela y abre tal o cual número de cajas y prepara las dosis correspondientes, estas deben ser inoculadas rápidamente. Pero muchas veces el número de personas esperando la vacuna para ese día termina siendo menor al de las dosis disponibles, así que, si no se quiere tirar a la basura el costoso líquido, hay que comenzar a llamar por teléfono a todo aquel que pueda querer vacunarse. ¿Hay justo un paciente en el hospital menor de 85 que quiera vacunarse? ¡Tráiganlo inmediatamente! Y, si no, a traer parientes o amigos de los vacunadores, he allí la ocasión.
Lo que no he visto hasta ahora (pero admito que puede deberse a que casi no veo televisión) es una campaña mediática de vacunación, aunque sea un video de uno o dos minutos explicando qué es la vacuna, cómo se la administra, dónde, por qué y cuáles son los efectos secundarios (que hasta ahora siguen siendo despreciables, un poco de dolor muscular en el brazo). Hay una falla en la comunicación que habría que remediar, sobre todo si queremos que la gente vaya voluntaria y masivamente a vacunarse.