Ayer las cifras griegas estuvieron una pizca mejor: 1500 nuevos infectados, unos 90 muertos (o sea, bajo la “barrera” de los 100) y, exactamente, 600 intubados. Se confirma así la tendencia de las últimas semanas: los guarismos no bajan, pero tampoco suben.
De todos modos, al dar estas tres cifras diarias, me doy cuenta de que estoy dejando fuera un aspecto que reviste gran importancia: el de los recuperados pero con secuelas, secuelas en muchos casos graves. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que no tenemos presentes los centenares o miles de casos (hablo de Grecia y sé que la cifra es imprecisa) de personas que se contagiaron del virus, se enfermaron de COVID, tuvieron que ser internadas en un hospital, incluso intubadas, y luego sanaron y volvieron a sus casas. Este parece un “happy ending”, y por eso lo pasamos por alto, pero muchas de esas personas continúan con problemas por semanas y meses. Basta pensar solamente en todos los que estuvieron semanas en terapia intensiva (con o sin ventilación mecánica): luego no pueden volver alegremente a sus casas, sino que necesitan tratamiento por meses, rehabilitación, terapia psicológica, etc.
(Hacemos algo parecido cuando hablamos de los accidentes automovilísticos: contamos los muertos, pero nos olvidamos de los que se salvaron aunque hayan quedado con graves trastornos físicos y psicológicos.)
Un detalle de mal gusto: una de las farmacias del barrio decoró el arbolito de Navidad con… ¡mascarillas!. Claro, no con las mascarillas celestes descartables, sino con esas que ahora vienen de tela y con estampados de lo más diversos, por ejemplo, con la cara sonriente de Mona Lisa. Así y todo, ¡qué desagradable!