De nuevo en cuarentena (9 de diciembre)

Empiezo a ver caras de cansancio entre la gente. Y es comprensible: cada día se vuelve más difícil soportar el confinamiento. Niños, jóvenes, adultos y viejos: todos sufrimos por no poder retomar nuestras actividades normales, por no poder salir de casa, por no poder estar con nuestros seres queridos. ¡Cuánto pagaríamos hoy por irnos a tomar con un amigo un café al bar de la esquina? Como el sediento en el desierto: todo el oro del mundo. Cómo extraño ver a los chicos enfilando todas las mañanas la calle a sus escuelas, cómo extraño dar una charla frente a un auditorio de carne y hueso, cómo extraño los fines de semana lejos, en el mar. Pero hay que armarse de paciencia, el invierno aún no ha comenzado y la segunda ola ya está resultando mucho más aplastante que la primera.

Ayer, antes de empezar mi clase virtual de literatura, una de las participantes me comentaba que una amiga suya de Tesalónica se había contagiado de COVID. Como empezó a sentirse mal, fue al hospital y quedó internada. Pero, como se sabe, desde hace unas semanas todo el norte de Grecia está “hasta las manos” con la pandemia. Y por temor a nuevos contagios, no dejan entrar a nadie a los hospitales que no sea obviamente el paciente mismo. El punto es que el personal sanitario no da abasto. “En las dos semanas que estuvo internada no le cambiaron una sola vez la ropa”, me decía mi alumna. “Y para que le trajeran un simple vaso de agua tenía que insistir por horas, porque las enfermeras estaban tan ocupadas que ninguna podía dedicarse a cosas tan aparentemente simples.” La amiga finalmente se curó y volvió a su casa, pero el recuerdo del hospital le quedará por siempre.

Mientras tanto, ayer fue el “V-Day”, el día en que comenzó la vacunación en el Reino Unido. Desde acá, al este del Mediterráneo, todos seguimos las noticias con una mezcla de interés y recelo. Interés, obviamente, porque creemos poder aprender algo para cuando llegue la vacuna a estos lares; recelo, porque Boris Johnson nos parece un político caprichoso, impulsivo, el típico populista del siglo XXI que cree que con un par de declaraciones explosivas y el decreto correspondiente puede borrar cualquier problema –literalmente– de un plumazo.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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