https://misionesonline.net/2020/08/18/eutanasia-muerte-digna-posadas/
Mi primo Germán me ha enviado esta nota periodística que considero muy interesante (se puede escuchar la entrevista en YouTube).
¿Cuál es mi opinión sobre el tema? En primer lugar, creo que el pedido de esa madre es totalmente comprensible. Como madre de esa «criatura» de 22 años ella siente, por un lado, que ha hecho todo lo que su maternidad le exigía; por otro, está cansada de esa existencia que, para ella, se ha vuelto sumamente desgastante y, para el hijo, está despojada de sentido. Aparte se suma la incertidumbre, porque hasta ahora, mal que mal, ella ha podido, junto con el esposo, manejar la situación. ¿Pero si muere o envejece, quién se hará cargo del hijo?
El problema principal en este caso es que, más allá del rechazo de su solicitud con que hasta ahora se ha topado por parte de la comunidad médica, la eutanasia activa y directa está prohibida en la Argentina. Ningún profesional le va a prescribir la dosis necesaria de pentobarbital ni ningún médico o enfermero va a ir a su casa a inyectársela, para que ese hijo «descanse en paz», abandone esa existencia que, cuando está bien, como durante la entrevista, se asemeja a la de un animalillo y, cuando está mal, puede convertirse en un calvario, para él y sus padres.
Hay un aspecto que conviene señalar y es que, incluso si la eutanasia activa estuviera permitida en la Argentina, no se trataría de un caso de eutanasia voluntaria. Recordemos que para ser eutanasia voluntaria la solicitud debe provenir del mismo interesado, cosa que aquí sería imposible. Así, en este caso estaríamos frente a una eutanasia no voluntaria (el paciente, como en el caso de un animal o de un enfermo en estado vegetativo o en un estado de conciencia mínima no tiene voluntad, entendiendo voluntad en su sentido filosófico-jurídico).
¿Qué perspectivas se abren para esa madre en un país como Argentina? Creo que la única vía que un profesional de la salud podría estudiar junto con un abogado y, por supuesto, in primis, con los padres, que son los que deciden por el hijo incapaz, es la de la mal llamada eutanasia pasiva. En realidad, para hablar como corresponde, se trata de la vía, totalmente legal en nuestro país, del rechazo de los tratamiento comenzados o por iniciarse, tratamientos que mantienen al paciente artificialmente en vida. ¿Qué sigifica concretamente? Significa que hay que estudiar la posibilidad de no tratar más al hijo en caso de nuevas recaídas, sino, como tantas veces se dice, «dejar que la naturaleza siga su curso». La única terapia que habría que implementar es la analgésica: ese ser de 22 años, por más que no sea una persona en el sentido jurídico y filosófico del término, es una criatura que tiene derecho a no sufrir inútilmente.
La única perspectiva que, resumo, se abre en el contexto legal de nuestro país -perspectiva que, insisto, es por el momento teórica y que debe ser analizada por los actores sociales que he mencionado- es la de «dejar morir» a ese ser de 22 años, asegurándose, en lo posible, que no sufra.
Si alguien replica que esta perspectiva que he bosquejado es mucho más «cruel» que la eutanasia directa y activa, mi constestación es clara: estoy totalmente de acuerdo, pero justamente este aspecto muestra meridianamente la necesidad de legalizar la eutanasia activa y directa.
Claro que algunos sostendrán que lo que necesitamos es más medicina paliativa y más cuidados médicos, en vez de la eutanasia. Acá también podría estar de acuerdo, pero pregunto: ¿dónde están en Misiones las instituciones religiosas, dónde están los centros de cuidados diurnos y nocturnos, para que esa señora, para que esa madre, pueda dejar a su hijo durante el día, para poder ir a trabajar, para poder ir algunas tardes, por qué no, a despejarse y divertirse un poco, para poder ir incluso a dormir sin la preocupación encima? Si yo supiera que el párroco del barrio donde vive esa señora va a darle una mano todas las mañanas, si yo supuera que a un par de quilómetros de donde vive hay un centro para el cuidado de enfermos como esos, sostenido con el esfuerzo de la comunidad y gestionado por profesionales, entonces sí podría decir que hay otras alternativas a la que he sugerido. Pero la señora esa no parece ni siquiera tener el suficiente «desahogo» económico como para pagar a un personal que esté en su casa abocado las 24 horas al cuidado del enfermo, como podría ser el caso en una familia de clase media-alta.