El fin de semana pasado se llevó a cabo un referéndum en Irlanda con el objetivo de determinar cuál era el parecer general respecto al aborto: ¿se debía cambiar la restrictiva ley vigente o no? El sí ganó ampliamente, con más del 65 por ciento de los votos. Amparados en esa clara mayoría pro elección, ahora será tarea del parlamento irlandés reemplazar la normativa actual por una ley moderna y pluralista.
Con el resultado del referéndum, Irlanda se aparta un paso más de esa imagen que aún muchos perseveran en asociar con el país. Irlanda no es uno de los PIGS -léase, de los cerdos- que derrocha los activos públicos y luego no sabe cómo salir de la crisis; Irlanda no es un país ultracatólico que prohíbe el matrimonio entre personas del mismo sexo; Irlanda, a partir de este fin de semana, tampoco es el país europeo de cierta magnitud -quedan, por cierto, el Vaticano y Malta- que penalizan el aborto, incluso en casos aberrantes de violación.
¿Qué va a cambiar una vez que se formule y entre en vigor la nueva ley? Mucho. Por lo pronto, muchas de las mujeres que hasta ahora no abortaban por temor a las sanciones (lo que incluía desde el estigma hasta años de cárcel), ahora podrán optar por sus preferencias; muchas de las mujeres que, sorteando los controles, abortaban en la clandestinidad, podrán ahora hacerlo en hospitales estatales con profesionales capaces; por último, muchas mujeres que iban a abortar a Inglaterra o a Holanda, ahora podrán hacerlo en su propio país, sin tener que esconderse de nadie ni entregar su dinero a clínicas privadas.
Lo que estoy seguro que no ocurrirá son los escenarios apocalípticos que pintaban los conservadores. La sociedad irlandesa no se volverá una sociedad asesina, ni se les endurecerá el corazón a los hombres y las mujeres «en edad reproductiva». Las irlandesas seguirán haciendo lo mismo que hasta ahora, esto es, abortando cuando se descubren en un embarazo no deseado, solo que, insisto, sin tener que caer en la ilegalidad o volar a países vecinos.
Todo esto lo pienso siendo consciente de que el aborto no es ninguna solución mágica a los diversos problemas que tienen que ver con la reproducción. Por ejemplo, hay que mejorar la calidad de la educación sexual en las escuelas; hay que poner a disposición de hombres y mujeres los distintos métodos anticonceptivos (aquí también vale eso de que «mejor prevenir que curar»); hay que facilitar los procedimientos para dar y tomar niños en adopción, etc.
Cierro con una pregunta: ahora que se está discutiendo en el parlamento argentino este mismo tema (la legislación en Argentina no es tan retrógrada como en Irlanda, pero debe ser cambiada porque solo permite el aborto en «casos extremos»), ¿no es una ocasión para aprender de los irlandeses? De hecho, creo que deberíamos llevar a cabo un referéndum, lo que mostraría que la mayoría de nuestra población también está a favor de la legalización. Tal vez esa sería el detonante para que muchos de los legisladores, esos que tanto se golpean el pecho en público y procaman con hipocresía los valores de la vida y la familia, abandonen la conveniencia política de mostraste partidarios del no.