En las semanas pasadas ha habido una interesante discusión en el British Medical Journal a raíz de un hallazgo: según las últimas encuestas el 55 por ciento de los médicos británicos está a favor de la legalización del suicidio médicamente asistido. Esta influyente revista depende de la asociación médica británica, la British Medical Association, que hasta ahora había adoptado una postura contraria a cualquier modalidad de muerte asistida. Ojalá sea esta la ocasión para que el colegio de médicos de Gran Bretaña revea su posición.
Los médicos opositores a la introducción del suicidio asistido esgrimen dos argumentos: en primer lugar, afirman que si se legalizara esta modalidad de suicidio, el médico se convertiría en un criminal o, para decirlo más sobriamente, el facultativo actuaría contra los principios de beneficencia (bonum facere) y de no maleficencia (primum nil nocere). En segundo lugar, sostienen que lo realmente necesario es mejorar el servicio de medicina paliativa (suponen, así, que si la medicina paliativa fuera excelente nadie solicitaría ayuda para acelerar el arribo de la muerte).
En varias entradas de este blog he mostrado que ambos argumentos son erróneos. El médico que ayuda a morir a un paciente terminal, tras una decisión meditada e informada del enfermo, está obrando bien y colaborando para que tenga una buena muerte. Extender la vida orgánica del paciente que se halla en la fase final de vida, cuando el paciente mismo ha rechazado conscientemente ese destino, no es sinónimo de beneficencia, sino todo lo contrario. Por otro lado, el desarrollo de la medicina paliativa no es incompatible con la introducción del suicidio asistido, sino complementario. El paciente con un pronóstico infausto y sumido en una condición física y psicológica penosa debe poder contar tanto con una óptima oferta de paliación como con la posibilidad de poner punto final a su agonía, si así lo prefiere. Hacer lo posible por que el paciente pase sus últimos meses o semanas sin dolores y con calidad de vida, es tan loable como poder ayudarle a terminar su existencia, si así lo considera.
Pero sospecho que el principal contraargumento a las objeciones conservadoras no han sido esas consideraciones sino la experiencia concreta de las sociedades que han legalizado el suicidio asistido. Nada de lo que presagian los opositores ha sucedido allí: ni la sensibilidad moral de los médicos se ha visto erosionada ni la medicina paliativa ha sufrido un revés. En los últimos años, Canadá ha introducido el suicidio médicamente asistido conjuntamente con un puñado de estados norteamericanos, siguiendo el caso pionero de Oregón. La realidad canadiense y estadounidense muestran que la aprobación de las leyes de “muerte digna”, como frecuentemente se las denomina, no traen aparejado el derrumbe moral de los profesionales de la salud, ni de las instituciones médicas, ni de la sociedad en su conjunto. En el siglo XXI el bienestar del paciente es inescindible del ejercicio de su autonomía.
Por último, me parece interesante recordar que tradicionalmente la asociación médica canadiense, la Canadian Medical Association, también había tendido una postura contraria a la muerte asistida. Sin embargo, haciéndose eco de los cambios de opinión en la sociedad, adoptó luego una posición más abierta e incluso colaboró con las comisiones parlamentarias para la reforma legal. Por eso es posible esperar que ahora la asociación británica abandone su ortodoxia en esta materia y asuma un punto de vista más conciliador.