En clave borgiana

El fin de semana pasado se realizó en Atenas un encuentro de estudiosos de la obra de Jorge Luis Borges. Yo participé con una charla sobre Borges y la filosofía. (Reconozco que la cuestión “Borges, ¿filósofo?” ya no es novedosa, basta consultar rápidamente en Google para ver cuánto ha sido escrito y dicho al respecto.) Anoto a continuación un par de impresiones y reflexiones.

En relación con mi charla: había un joven profesor español, que se doctoró, precisamente, con una obra sobre Borges y el escepticismo. Hablamos poco, pero le dije que yo también pensaba que Borges era, sobre todo, escéptico. Convinimos en que el escepticismo era la filosofía con la que más se sentía identificado Borges.

Pero Borges fue un escéptico especial –me quedé pensando–; no un escéptico recalcitrante, descreído, avinagrado. Borges dudaba de todo, no se dejaba entusiasmar por nada… excepto por el deleite que le prometía la lectura, el ejercicio intelectual, la escritura, el incesante descubrimiento de nuevas teorías y de nuevos enfoques.

Para Sexto Empírico, el escéptico es el único personaje encomiable de la filosofía, ya que se opone tanto al dogmático (que afirma algo sin que le importe hallar una fundamentación satisfactoria de su aseveración) como al incrédulo (que descree de todo esfuerzo cognoscitivo humano al punto de terminar abandonando la búsqueda misma). El verdadero escéptico no se detiene en ningún punto del camino, no se queda “a medio camino”, pero tampoco abandona la marcha ni se sale del sendero, por más que sepa que no hay llegada.

Un profesor francés, ya retirado, me dijo: “Bah, yo creo más bien que para Borges la filosofía era un juego”. Me lo dijo como queriendo darme a entender que, filosóficamente hablando, no hay nada interesante en la obra de Borges. Le contesté que podía ser, aunque, de ser así, sería un juego que tomaba en serio, muy en serio, como un ajedrecista toma el ajedrez en serio (vive de ello y para ello). Me acordé del título de un libro de Ezequiel de Olaso, Jugar en serio.

Una amiga que asistió a mi charla vio muchas similitudes entre Borges y Lacan. (Ella es lacaniana y quiere ponerse a leer Borges.) Tal vez el tratamiento literario que hacía Borges de cuestiones como el yo, el sujeto, la memoria, la historia, el sentido, etc., podría ser capitalizado y reutilizado no solo por los filósofos, sino también por los psicólogos. En todo caso, en mi charla dije que no sabía si Borges había sido un filósofo posmoderno o si podía ser tomado por tal; de lo que sí estaba seguro era de que Borges había sido un crítico de la modernidad o, mejor dicho, de algunos de los supuestos y de las categorías de pensamientos constitutivos del pensamiento moderno. Nada más ni nada menos.

Me acordé de una monografía de Sergio Sánchez en que notaba que el escepticismo de Borges también tenía una dimensión política: fue su manera de oponerse al fascismo y al comunismo, los dos sistemas totalitarios que se consolidaron en los años más productivos del autor. (Borges, a diferencia de muchos luchadores contra las ideas fascistas y comunistas nunca se entusiasmó por la democracia. A veces pienso que Borges era, esencialmente, un animal a-político: ya que el anarquismo no es posible porque es una utopía, él se hubiese hallado a gusto bajo el gobierno de un monarca ilustrado y bondadoso.)

Uno de los expositores observó que en el extranjero Borges se lee sin tener en cuenta todo el contexto cultural argentino, en el cual Borges escribió sus poemas, cuentos y ensayos. Con su ponencia, el quería contribuir a llenar ese hueco: contextualizar ese Borges que para muchos extranjeros flota en el vacío.

Estuve de acuerdo con su observación, pero me quedé pensando si no hacemos lo mismo, nosotros los argentinos, con todos o casi todos los escritores extranjeros. Un amigo mío, conocedor de la poesía de Kavafis, está leyendo ahora una biografía del escritor y eso le permite una mirada distinta del griego (una mirada por momentos enriquecedora, por momentos desencantada). Me pregunto, entonces, si es legítimo leer a un autor sólo por el valor de sus escritos, esto es, desconociendo casi enteramente las circunstancias personales, culturales y sociales en las que escribió. ¿Acaso por cada libro de literatura que leemos no habría que leer otro de teoría literaria? ¿No van literatura y crítica de la mano?

Los traductores de Borges al griego también estaban presentes en el congreso. ¿Se puede traducir Borges al griego, al japonés, al alemán? No me costó entender que esa perplejidad se aplicaba a cualquier buen escritor: ¿se puede traducir a un griego, un japonés, un alemán al español? Me quedé pensando en que para traducir bien un libro de una lengua a otra, el traductor debería ante todo estudiar toda la obra del autor, sumergirse en ella al menos por un par de años; antes de ponerse a traducir la primera línea, debería leer el libro un par de veces, debería conocer la obra completa del escritor, debería conocerlo personalmente o, si ya ha fallecido, debería recrear en lo posible su vida y la época en que vivió, debería haber leído los principales libros que leyó, etc. En resumidas cuentas: un trabajo de un par de años de dedicación exclusiva, como si estuviera escribiendo, él mismo, un libro sobre el autor. Si escribir es una forma de traducir, traducir es también una forma de escribir. Aparte, me dije, como si eso fuese poco, no existe la traducción perfecta. Las traducciones envejecen, y con los años es conveniente intentar una nueva traducción, por mejor que haya sido la precedente. Se supone que el nuevo traductor habrá leído (estudiado) las traducciones anteriores, para que la suya sea más completa. En un momento recordó María Kodama (que también estuvo presente los dos días): “Borges, a pesar de que ya estaba ciego, seguía comprando libros. Le encantaba comprar nuevas traducciones de las obras que ya conocía.” Esa confesión me confirmó mi sospecha: hay traducciones malas (que debemos evitar) y traducciones buenas. Y muchas veces podrá haber una traducción mejor que la anterior. Pero incluso cuando no pueda hablarse de traducciones aún mejores que las otras, el conjunto de las buenas traducciones son como “ventanas” que ofrecen perspectivas/lecturas distintas y complementarias del original. (Una comparación posible: las distintas interpretaciones de los buenos directores de orquesta de una misma pieza, digamos, la quinta sinfonía de Beethoven, son versiones complementarias.)

Otro gran tema de cierre fue este: uno toma un texto de Borges y lo lee y puede interpretarlo de una manera. Si al tiempo vuelve a tomar el texto y lo relee, se le ocurrirá probablemente una nueva interpretación. El proceso de relectura/reinterpretación no tiene fin. Y esa es la característica del buen autor, sea Borges o cualquier otro. No es que el escritor, al momento de concebir su obra, tenga in mente todas las interpretaciones y lecturas posibles de su obra. Su obra, si es lograda, será una metáfora, un “marco” que permitirá/propiciará incontables lecturas. Seguimos leyendo la Biblia y la mitología helena porque en cada lectura descubrimos cosas nuevas e insospechadas. No es que esas lecturas ya hayan estado contenidas en el texto, pero el texto está armado de tal modo que hace posible esa infinidad de interpretaciones y relaciones. Hay obras excelentes pero que solo admiten una lectura; son “obras cerradas”. En cambio, las obras que promueven una y otra vez nuevas lecturas son “obras abiertas”.

Por eso me acordé de Borges cuando criticaba a Benedetto Croce, que decía que la esencia del arte estaba en la expresión. Para Borges, en cambio, el arte no expresa nada, sino que alude, sugiere: es opera aperta. Habrá una diferencia abismal entre el hombre del paleolítico y el hombre del siglo XXI, pero, en el fondo, uno y otro han experimentado los mismos dramas humanos. Uno habrá mandado señales de humo, el otro envía mensajes digitales, pero a uno y a otro los mueven las mismas ambiciones, los encadenan los mismos deseos, los atemorizan las mismas amenazas. En última instancia, hemos evolucionado muy poco. Y la buena literatura es, para Borges, la que engarza con esos aspectos esenciales, ahistóricos, de la existencia humana.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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Una respuesta a En clave borgiana

  1. Madelyn Ruiz dijo:

    Gracias por el review del congreso. Te lo agradezco porque sé que hubo muchas cosas buenas que me perdí.
    Estoy muy de acuerdo contigo en cuanto a la naturaleza del escepticismo en Borges. Es ahí donde veo el punto de contacto entre él y Lacan: un amor por una verdad en la que, sin embargo, no se cree. No soy la primera que advierte esta conexión, otros estudios de psicoanalistas -sobre todo argentinos- han hablado de esto. Sólo que para mí fue una grata confirmación que tú me ilustraste. Gracias otra vez.

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