Eutanasia y liberalismo político

(1) La legalización de la eutanasia voluntaria y del suicidio asistido se inserta dentro de un conjunto de propuestas ético-políticas liberales, orientadas a reformar el sistema legal vigente en muchos de nuestros países. En ello, el objetivo último es garantizar a todos los ciudadanos el goce del mayor número posible de libertades individuales. Así, si un paciente se encuentra en su fase final -ya no es dable esperar una mejoría de su salud- y si ese estado se ha vuelto para él una «carga insoportable», es su derecho, en tanto ser autónomo, racional y responsable, poner fin a sus días con la ayuda de un facultativo.

(2) En muchos casos, no es posible determinar de antemano y con exactitud qué actos han de estar permitidos y qué actos, prohibidos por el sistema legal de un país. La razón es que una acción puede tener consecuencias perjudiciales para terceros, consecuencias no siempre posibles de especificar a priori.

Para John Stuart Mill (1806-1873), el punto de partida de la reflexión ético-política era la concepción del individuo como un ser esencialmente libre. En consecuencia, el individuo debía poder realizar las acciones que deseara, mientras ello no perjudicara a los otros. Así, el poder de coerción estatal debía limitarse a efectuar intervenciones toda vez que un determinado individuo ponía en riesgo el bienestar de los restantes miembros de la comunidad. Mill concluía que toda acción estatal que sobrepasara este marco era, en principio, ilegítima.

(3) En mi opinión, el principio expuesto por Mill posee una simplicidad engañosa. En primer lugar, no es siempre claro de qué tipo y de qué magnitud debe ser el daño (real o potencial) que un individuo pueda causar a otros para que intervenga la fuerza coercitiva del Estado.

En segundo lugar, hay casos en que consideramos justificada la coerción estatal, aún cuando la acción que realice el individuo (o que se proponga realizar) no vaya a afectar a terceros. Pensemos el caso de ciertos actos u omisiones que ponen seriamente en riesgo la vida, la salud o los bienes del propio individuo. En ejemplo de «paternalismo» es cuando se obliga al conductor de un vehículo a abrocharse el cinturón de seguridad: el Estado interfiere en la esfera de libertad del sujeto porque este pone en juego su propia vida al conducir sin cinturón sin que exista una razón de peso para justificar tal omisión.

La tercera y última objeción al principio de Mill que conviene señalar aquí es que presupone una concepción demasiado «simplista» y «estrecha» del ser humano. De hecho, en Mill el individuo aparece a veces (aunque no siempre) como un ser «caprichoso», que quiere satisfacer sus deseos del modo que más le convenga.

Como alternativa a la concepción de Mill, puede contraponerse la visión del individuo en tanto ser primordialmente autónomo, racional y responsable. Conforme a esta visión inspirada en Immanuel Kant (1724-1804), las acciones individuales no se proponen satisfacer deseos inconexos, sino más bien realizar el proyecto de vida que se ha propuesto cada individuo.

(4) El problema con la concepción kantiana del ser humano, podría objetar un discípulo de Mill, es que es demasiado idealista: «Así, de un extremo pasamos a otro, ya que difícilmente puede atribuírsele sin más al individuo de carne y hueso competencias como la autonomía, la racionalidad y la responsabilidad. Tal es, en todo caso, el objetivo al que debería aspirar la educación moral y la formación cívica, pero no la constatación de un estado de cosas en el mundo. Si la concepción de Mill peca de pedestre, la de Kant, de ingenua.»

Un neokantiano en nuestros días podría defender a su maestro de la siguiente manera. Por un lado, admitiría que, de hecho, nuestras capacidades cognitivas son limitadas, que nuestra voluntad a menudo flaquea y que pocas veces logramos sobreponernos a nuestras emociones. No somos, por lo tanto, seres autárquicos, señores absolutos de nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestras pasiones. (Justamente es el reconocimiento de nuestras limitaciones cognitivas, volitivas y emocionales la clave para justificar la existencia de un aparato estatal de coerción.) Pero, por otro lado, el neokantiano señalaría que el defensor de Mill ha cometido un error conceptual. Cuando afirmamos que el ser humano es autónomo, racional y responsable, no queremos constatar tal o cual hecho empírico, sino que buscamos señalar los atributos esenciales del ser humano en tanto ser ético. Una comparación será aquí de utilidad: cuando el matemático postula la lógica como un atributo de nuestro entendimiento, no quiere decir que todos los seres humanos actúen lógicamente en la vida cotidiana; lo que busca dejar en claro es que no es posible desarrollar la aritmética y la geometría en tanto sistemas si no suponemos que los hombres tienen el atributo de la lógica. En otras palabras, a Kant lo que le interesa es establecer las condiciones de posibilidad de la matemática como ciencia formal y de la ética en tanto dimensión práctica de nuestra vida. Por eso habla de autonomía, racionalidad y responsabilidad.

(5) Conclusión (provisoria): cuando establecemos la lista de los derechos de los ciudadanos, debemos proceder como si fuésemos racionalistas alemanes; cuando fijamos el sistema de obligaciones y de sanciones a la infracciones de nuestras obligaciones, debemos proceder como empiristas ingleses.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
Esta entrada fue publicada en Uncategorized y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s