Hace poco alguien comentaba que todo ser que tenga la potencialidad de ser persona –en particular, el feto–, debe ser tratado y respetado como si ya fuese persona.
Dos años atrás escribí una entrada sobre el tema dando las razones de mi rechazo al famoso «argumento de la potencialidad», esgrimido con frecuencia en los círculos cristianos.
Para mí, el punto sigue siendo este: potencialidad no es un estadio único, sino que comprende, más bien, una serie progresiva de estadios. Para decirlo claramente: un embrión en su primera semana de vida tiene la potencialidad de volverse una persona humana, pero ese grado de potencialidad no es el mismo que el de un feto en el noveno mes de embarazo.
Otorgar automáticamente el estatus moral de persona a todo organismo que tenga la potencialidad de volverse persona, nos llevaría a absurdos. Un óvulo no fecundado e incluso un simple espermatozoide tienen también la potencialidad de volverse personas, pero sería descabellado tratar de impedir que se pierdan esas células porque tenemos frente a ellas los mismos deberes y responsabilidades que tendríamos frente a un adulto.
O, por poner otro ejemplo, solo un tercio de todos los óvulos fecundados logra insertarse en el útero; todos los restantes se pierden (lo que se conoce como «abortos espontáneos»). ¿Deberíamos entonces lamentar cada año la pérdida de millones y millones de «personas», como lamentamos las víctimas de un terremoto o un huracán?
Alguien puede replicar lo siguiente: «debemos tomar seriamente en consideración el argumento de la potencialidad ya que estamos vivos. Si nuestros padres no hubiesen respetado el feto que éramos, no estaríamos en este mundo.»
Aquí la respuesta es clara: esta «visión retrospectiva» o «reconstrucción del pasado» no es una prueba del principio según el cual habría que tratar ya como persona a todo organismo que tenga la potencialidad. Para decirlo con otro ejemplo: si Juan es hijo único, estará agradecido por el hecho de que sus padres hayan decidido tenerlo y criarlo. Pero ¿quien podría reprocharle a los padres de Juan el no haber tenido más hijos, es más, el no haber tenido todo los hijos que pudieran haber traído al mundo? Pensemos: si antes o después de Juan la pareja realizó un aborto o simplemente se cuidó usando diversos métodos anticonceptivos, ¿cómo imaginar que todos esos «seres» que ni siquiera se llegaron a formar pero que podrían haberse formado le pueden reprochar algo a los padres de Juan? Quien no vino nunca al mundo, esto es, quien nunca fue persona, no puede exigirnos actuar de cierta manera, porque simplemente no existe.
Por último: dije que el argumento de la potencialidad no es lo suficientemente sólido como para obligarnos a tratar a los embriones como personas, pero eso no significa que no debamos tener frente a ellos ningún tipo de consideración moral. Un animal no es una persona y, sin embargo, en principio debemos respetarlos como animales. Un feto no es una persona y, por lo mismo, debemos tratarlos con el cuidado que exige su condición. Si los futuros padres tienen buenas razones para interrumpir el embarazo, están en su derecho de hacerlo, siempre que tengan buenas razones avalando tal decisión.