Hace poco me contaron un caso de eutanasia «casera» ocurrido en un país de Latinoamérica. Don Luis (llamémoslo así) había cumplido 85 años y estaba ya muy enfermo. Hacía años que sufría de varias dolencias, complicadas por un cuadro de alzheimer bastante grave. Don Luis había sido contador y tenía tres hijos. Su mujer, más joven que él, lo cuidaba lo mejor que podía.
Durante las últimas semanas de Luis, su situación empeoró enormemente, por lo cual la esposa decidió internarlo. Todos los familiares y amigos sabían que no saldría ya del hospital con vida, pero nadie osaba decir cuánto duraría la última etapa. ¿Días, semanas, meses?
Al cabo de casi un mes de visitas diarias, la esposa fue esta vez al hospital con el hijo mayor, el único de los tres hermanos que se preocupaba sinceramente por el padre. Don Luis estaba casi todo el tiempo sedado y era evidente que no mejoraría. Así las cosas, madre e hijo decidieron que «ya no tenía más sentido que papá siguiera con vida». Como el médico era de familia, no fueron necesarias muchas explicaciones. Al día siguiente, volvieron a «visitar» a don Luis. El médico dijo tener que ausentarse por unos minutos y los miró, al cerrar la puerta y dejarlos solos, como haciéndoles un guiño con el ojo. La esposa y el hijo besaron al padre en la frente y le sacaron el respirador. Como seguía sedado, don Luis murió sin darse cuenta y, en apariencia, sin ningún tipo de sufrimiento.
Este caso sucedió en un país de Latinoamérica en que la eutanasia activa voluntaria está prohibida. La familia de don Luis, en particular la esposa, se considera católica aunque, por lo que entiendo, ninguno ve que haya un conflicto entre lo que se hizo y la religión.
La persona que me relató esta historia condena lo ocurrido, no porque se trate de un caso de eutanasia, sino porque supone que la intención que guiaba a la esposa de don Luis y a su hijo no era buena («querían librarse de la ‘carga’ –la carga de tener que ‘cuidar al viejo’- y quedarse con la plata»).
No me interesa averiguar si la persona que me refirió el caso está en lo cierto. Allá ellos. Lo que sí, la historia me hizo pensar en varias cosas. Por lo pronto, me confirmó que en toda Latinoamérica la práctica de la eutanasia velada y «casera» es una realidad, una realidad mucho más extendida de lo que se supone. La gente necesita contar con recursos claramente especificados para terminar con su propia vida o con la vida de sus allegados en el caso de que «no tenga más sentido seguir hospitalizado».
Lamentablemente, la hipocresía de muchos legisladores y jueces impide que se discuta abiertamente y se regule una práctica que, nos guste o no, se da en nuestras sociedades. El cerrar los ojos a la realidad y perseverar en una postura conservadora no hacen más que empeorar las cosas. Si en el país de don Luis existiera una legislación decididamente moderna y acorde con el principio de autonomía de la persona, la historia que me relataron habría sido muy distinta. Don Luis, por ejemplo, hubiera podido dejar escrito un testamento biológico en el que especificara su voluntad, en particular, el deseo de no ser tenido artificialmente en vida cuando el cuerpo y la mente no le dieran más. Por otra parte, el médico, en vez de encubrir la práctica eutanásica y dejar a la esposa y al hijo a la buena de Dios, hubiese podido obrar de manera profesional, injectándole a don Luis una sustancia letal.
Colombia es el único país latinoamericano que ha despenalizado la eutanasia voluntaria. La corte suprema del país entiende que el «homicidio consensuado» no es un delito, mientras el paciente haya dado su consentimiento y sea un médico quien ponga fin a la vida del enfermo. Falta ahora que los legisladores colombianos aprueben una ley que regule la práctica. La despenalización de la eutanasia voluntaria es un paso importante, pero necesita ser complementado con la regulación legal correspondiente.
Justamente, el elemento que enturbia la historia de don Luis (los motivos de la esposa y el hijo) surgen de la falta de una cultura de autonomía de la persona en ese país: el paciente, cuando aún es capaz en términos jurídicos, puede y debe expresar su voluntad acerca de cómo acabar sus días; el médico puede y debe hablar del tema con el paciente; los allegados del moribundo pueden y deben no solo actuar con misericordia, sino sobre todo respetar la determinación del enfermo.
Ojalá que el ejemplo de Colombia promueva una reflexión sincera en el resto de los países latinoamericanos, de modo que la eutanasia deje de practicarse de manera clandestina y «amateur», como en el caso de don Luis.
Creo con todo respeto que se debe legalizar la eutanasia ya vivir una enfermedad incurable o degenerativa debe ser difícil y si la persona tiene la ventaja de decidir su muerte debe ser un gran alivio para el enfermo
¡Gracias, Lourdes, por tu comentario!