Grecia, ¿volver al proteccionismo?

El futuro de Grecia sigue siendo incierto. Aparentemente, después del receso de verano va a haber nuevas elecciones, porque Tsipras no puede gobernar si los legisladores de su partido no le dan el apoyo que necesita. De este modo, la posibilidad de que el país abandone la zona euro sigue flotando en el aire. El acuerdo con la Unión Europea no fue garantía de nada.

En las entradas anteriores expresé mi opinión al respecto. Sigo pensando que fue un error que Grecia entrara en la zona euro y creo que la única manera de que el país salga de la crisis económica y financiera que sufre es el «grexit». Pero ojalá no sea Syriza quien tenga la difícil tarea de sacar la nave griega de la tormenta en que se encuentra y dirigirla hacia corrientes que le sean más propicias…

Pero, ¿por qué insisto en que Grecia debe abandonar (y abandonar de buena gana) la zona euro? Bueno, por una serie de razones. La primera es que el «grexit» ofrecería la ocasión para «reestructurar» la deuda. Los acreedores deberían aceptar importantes recortes, y con ello el monto de la deuda podría descender a niveles tolerables (el monto de la deuda griega debería, al menos, pasar a ser la mitad de lo que es hoy). La reestructuración implicaría, además, la posibilidad de diferir la fecha de los vencimientos. (Todos sabemos que la deuda, así como está, es impagable.)

La segunda razón tiene que ver con la reintroducción de la dracma. Abandonar la zona euro supondría volver a la dracma, una moneda que se devaluaría rápidamente frente al euro y al dólar, lo que volvería al país más competitivo. Concretamente, las importaciones se reducirían drásticamente, al tiempo que se crearían fuertes incentivos para exportar, que es lo que está necesitando urgentemente el país.

La tercera razón es algo más compleja. Al salir de la zona euro, Grecia podría también dejar de ser miembro de la Unión Europea. Ello le ofrecería al gobierno griego la posibilidad de redefinir la política de importación y exportación. Por ejemplo, podrían crearse barreras aduaneras muy fuertes que limitaran la importación «a lo que es esencial» y, paralelamente, fomentar las exportaciones y la producción local. Esto implicaría, a su vez, volver a un cierto «proteccionismo» económico: sí, por más que hoy parezca mala palabra, proteccionismo: proteger el agro, la minería y la industria nacional, con el fin de que vuelvan a crecer hasta alcanzar y superar los niveles de producción que tenían antes de entrar al club europeo.

Pero alguien podría objetar que hablar de proteccionismo en tiempos de globalización es un despropósito. De hecho, si uno le pregunta a un político o a un economista de centroderecha o de centroizquierdar cuál es su opinión al respecto, la respuesta es siempre más o menos esta: «la globalización es un hecho, es una realidad innegable; intentar ignorar ese fenómeno o reaccionar con esquemas propios de las décadas pasadas, es lisa y llanamente erróneo. La clave está en abrirse lo más posible al juego que propone la globalización, adaptarse y buscar el nicho en el nuevo mercado internacional. No hay que concentrarse en las amenazas de la globalización, sino en las oportunidades que nos brinda. Si una rama económica en un país determinado se extingue por efecto de la apertura económica, es porque no tenía razón de existir. La globalización actúa como la naturaleza, que premia a los mejores. El proteccionismo no es más que una forma de mantener a empresas ineficientes, parásitas, obsoletas. Hay que aprender a especializarse en las fortalezas que tiene el propio país para asegurarse así un espacio en el comercio internacional, e importar todo el resto. Tal es la dinámica de nuestro tiempo.»

¿Mi respuesta? Ahí va: es innegable que hay algo de cierto en el «discurso oficial», tan servil a la globalización. Pero el punto para mí es este: el proteccionismo se asemeja a un remedio muy efectivo, pero muy agresivo, esto es, con muchos efectos colaterales desagradables y peligrosos. Frente a determinadas enfermedades graves, no queda otra que someterse a esa terapia y sufrir los efectos indeseados, hasta curarse.

Concretamente, en un país como Grecia, la protección temporaria de la producción nacional puede ser una medida adecuada.

Pero hay que tener presente tres cosas. Primero, el proteccionismo debe implementarse «en la medida justa» («con la dosis adecuada»). El aislamiento total de la economía terminaría siendo peor que la situación anterior. En tal caso, bien se podrá decir que «fue peor el remedio que la enfermedad». Segundo, el proteccionismo debe durar el tiempo necesario, y no extenderse indefinidamente. El objetivo es proteger la actividad productiva nacional hasta que se recupere y vuelva a ser competitiva. El proteccionismo por tiempo indefinido da lugar a malformaciones de todo tipo. Tercero y último, el proteccionismo, como el remedio de nuestro ejemplo, no es una panacea; por el contrario, es un medicamento con muchos efectos colaterales. Por ejemplo, la protección de las empresas locales fortalece la posición económica y política de las oligarquías nacionales; la industria nacional protegida lleva a que los productos y los servicios ofrecidos sean caros y de mala calidad, etc.

Concluyo: el proteccionismo no es una cuestión de «blanco o negro». Hay muchos argumentos en contra, pero, en ciertas situaciones y en los términos adecuados, puede ser el único remedio para un estado tan crítico como el que se encuentra Grecia.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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