El lunes pasado se llegó a un acuerdo, a una «sinfonía» como le dicen acá, entre Grecia y los restantes socios europeos. La noticia no me entusiasmó, y por dos motivos. En primer lugar, porque me parece que el acuerdo no sienta las bases para un nuevo comienzo, ni para una salida de la crisis griega. En segundo lugar, porque si aun me equivocara y el acuerdo sí contuviese la solución del problema económico y financiero griego, el camino a seguir está plagado de dificultades políticas. Anoche salió a la luz una de esas dificultades. Una buena parte de los parlamentarios de Syriza votó en contra de la propuesta de su líder, la de aprobar el paquete de leyes que le pedían los socios europeos antes de desembolsar la ayuda financiera. Nos encontramos ahora en una situación ridícula y peligrosa a la vez. El primer ministro griego no cuenta con el apoyo de la mayoría parlamentaria que lo llevó al poder (o sea, los parlamentarios de Syriza, más el grupito de ultraderecha de Anel). Si las aguas no estuvieran tan agitadas, lo lógico sería, antes de dar cualquier paso, incluso el paso que se dio anoche, convocar a nuevas elecciones. Es una desfachatez que los parlamentarios que votaron en contra de la propuesta de Tsipras argumenten de esta manera: «estamos en contra de la propuesta, pero le seguimos dando apoyo al primer ministro». ¿De qué apoyo se trata, alguien me puede explicar, si le votaron en contra de la principal medida que tomó el gobierno en los ya casi seis meses que está en el poder? Obviamente, la propuesta de Tsipras fue aprobada por el parlamento porque Nea Dimokratía, el Pasok y To Potami votaron a favor, como ya habían anunciado y como se sabía que harían.
Confieso que Syrisa nunca me cayó simpático como partido; pero no me esperaba tantos mamarrachos, tanta incompetencia y tanta vileza de la mayoría de los «syriceos». Por lo pronto, subieron al poder transando con un partiducho, el Anel, que, en lo que hace a la agenda social y cultural, se encuentra en el extremo opuesto. Luego tuvieron en vilo al país durante cinco meses con una farsa de supuestas negociaciones que no solamente no llevaron a ninguna parte, sino que terminaron tirando por la borda los modestísimos logros a los que había llegado el gobierno anterior. Cinco meses para que siguiera aumentando la desocupación, el déficit público, la deuda internacional y volviera a contraerse el PBI. Ese es el resultado de cinco meses de teatro, acompañado de discursos vacíos en los que no hacía más que hablarse de «solidaridad», «democracia», «soberanía», en una clave retórica populista. Y luego, para colmo de los colmos, la convocatoria a un referéndum inconstitucional. Y esto no hay que olvidarlo: el referéndum no fue tan solo inútil, fue también inconstitucional. Fue inútil, porque si Tsipras tenía que tomar el toro por las astas, no necesitaba un nuevo respaldo de la población; la victoria de enero ya le daba toda la legitimidad que necesitaba para emprender un nuevo camino. Fue inútil, porque la pregunta del referéndum no tenía sentido (se votó sobre si aceptar o no los términos de un documento de un programa que caducó días antes del referéndum). Fue inútil, porque, como sabemos, Tsipras terminó haciendo lo contrario de lo que significaba el «no». Pero sobre todo fue inconstitucional, porque en Grecia sólo se puede llevar a cabo un referéndum sobre cuestiones que afectan la seguridad interna o externa, y no sobre cuestiones presupuestarias. Fue inconstitucional, porque la pregunta era tendenciosa. Fue inconstitucional, porque el plazo establecido entre la convocatoria y la votación fue de solo una semana. Con ello, se sentó un gravísimo precedente en Grecia. En el futuro, cualquier partido populista, de derecha o de izquierda, podrá convocar a referéndums, avalado por la experiencia pasada. Y, por último, el referéndum tuvo consecuencias desastrosas, porque todos los griegos, simpatizantes y opositores de Syriza por igual, minutos después de que se anunciase la propuesta del referéndum, salieron en piyamas a retirar sus ahorros de los cajeros automáticos. Ese fin de semana la gente retiró más de mil millones de euros. Estaba cantado que al lunes siguiente los bancos no podrían abrir. Desde entonces se introdujo el corralito y el control de capitales.
¿Cómo puede ser un político como Tsipras tan caradura, como para convocar un referéndum, arengar a la población para que vote por el no, salirse con las suyas (porque, efectivamente, el 62 por ciento optó por el «oxi») y, días después, presentarse ante los colegas europeos para pedir «please» un nuevo rescate, proponiendo y aceptando condiciones aún más desastrosas que las que se habían establecido en el pasado? ¿Cómo se puede ser tan descarado? La única alternativa para salvarle el honor al muchacho es pensar que es una víctima, un fantoche que va de acá para allá, según los vientos que soplan al interior de Syriza, ese partido que es un rejunte de un poco de todo: de verdes, de marxistas, de comunistas románticos que ven en la Venezuela de Chávez el ideal al que aspirar, de socialistas moderados, de antiguos miembros del Pasok que abandonaron el partido cuando Papandreu nieto los traicionó.
Concluyo con una reflexión final. Ayer se votó, en las condiciones que todos sabemos, el primer paquete de medidas. Seguirán muchas otras votaciones parlamentarias, porque la ayuda europea está condicionada al hecho de que se implementen estas y otras reformas. Con esto, Tsipras determinó su futuro político. Ahora no puede salirse de la línea que el mismo terminó marcándose, a pesar de sus amagos. Si hace las cosas bien, terminará siendo un buen alumno, e imitando la línea del tan odiado gobierno anterior. Si da un paso en falso, se le va a caer todo el edificio encima.
Imaginemos que le va bien, que termina siendo un «Samarás dos»; entonces, me pregunto: ¿es este nuevo acuerdo la solución de los males que afligen a Grecia? Me temo que no. Me temo que, aún en el mejor de los casos, todo va a servir para estabilizar la situación, pero no para resolver el entuerto. El acuerdo prevé asistencia por tres años, con unos 80 mil millones de euros destinados a… a lo que ya se sabe: a recapitalizar los bancos y a pagar los vencimientos de todas las deudas que contrajo Grecia (las facturas se van acumulando…). De acá a tres años, nos vamos a encontrar de nuevo – ojalá me equivoque – con un escenario parecido al de diciembre del año pasado. La gente va a decir: «Y bien, todo este esfuerzo de otros tres años, ¿para qué?» Yo sigo pensando que fue un error tremendo el que una economía como la griega entrara en la zona euro, y me parece que habría que buscar una vía adecuada para la salida del país, al menos por unos años. La salida de la zona euro no debe interpretarse como un castigo por parte de los socios del norte, ni como un fracaso de los griegos. Es abandonar un esquema económico y monetario que, para un país como Grecia, no es adecuado.