El par de categorías antitéticas natural/sobrenatural no es primordial de la experiencia religiosa. Sólo se ha vuelto un eje central en ciertas religiones de formación tardía. Incluso se puede observar que en el desarrollo mental del niño, la religiosidad no se manifiesta primeramente como “aquello que pertenece al ámbito sobrenatural”. En el niño, no hay una distinción clara entre la naturaleza y aquello que supuestamente está más allá de esta. Para el niño, lo religioso tiene que ver, sobre todo, con lo extraordinario (como distinto de lo cotidiano u ordinario) y con lo que genera emociones características e intensas, como el pavor, el asombro y la ternura. Solo con el tiempo y si es expuesto a un determinado tipo de educación, el niño llegará a pensar que todo lo extraordinario es, a su vez, sobrenatural. Es importante subrayar que en el niño todo es natural (o, si se quiere, todo es sobrenatural, desde el momento que no hay una polaridad). La lluvia es para él un fenómeno tan “mágico” como lo podría ser la aparición de un espectro.
No creo que sea correcta la tesis de algunos sociólogos evolucionistas que emparentan la infancia del individuo con la prehistoria de la humanidad. Lo que sí me parece acertado es señalar una coincidencia: como en el caso de la religiosidad infantil, muchas religiones autóctonas tampoco se estructuraban según la distinción entre un mundo natural y otro sobrenatural. Para muchos aborígenes, los acontecimientos del mundo eran profanos o sacros, previsibles o imprevisibles, corrientes o extraordinarios. Traducir esa experiencia del mundo según nuestros propios esquemas, en los cuales se destaca lo natural y sobrenatural, es simplemente erróneo. Para nosotros, los mundos físico, biológico y social forman parte de una categoría exhaustiva: la naturaleza. Para el creyente, existe un mundo que está más allá de la naturaleza. El ateo, en cambio, es esencialmente naturalista. No sólo niega que exista dios, sino que exista algo que estaría más allá de la naturaleza. El todo coincide con la naturaleza; no tiene sentido hablar de algo más allá de la naturaleza porque sería como hablar de una parte que estuviese más allá del todo. El habitante de una isla remota puede suponer (correctamente) que en la lejanía hay otras islas como la suya pobladas por seres como él. Del mismo modo, podemos suponer que en la lejanía del universo hay otros mundos como la tierra poblados por seres conscientes como nosotros. ¿Pero tiene sentido suponer que más allá de este universo, de la naturaleza como “todo”, hay otros universos sobrenaturales? Aquí la analogía es errónea. Todo lo que existe, todo aquello con lo que nos podemos relacionar, es este universo. Por eso la expresión “sobrenatural” no tiene sentido. Si hay algo que no esté sujeto a las leyes físicas, biológicas o sociales que conocemos, es algo también natural (en el sentido amplio que le damos al término). Decir que hay algo más allá de la naturaleza es como decir que hay una parte más allá del todo. Al estar libre del par natural/sobrenatural, el aborigen tenía una percepción del mundo menos distorsionada y una experiencia espiritual más satisfactoria. De lo que no disponía el aborigen, sin embargo, era del método científico-experimental para estudiar la naturaleza, esto es, el todo. Nuestro desafío es desembarazarnos de las categorías natural/sobrenatural a la vez que seguir propiciando el estudio científico del mundo.