Hace un par de días leí el modelo en línea que pone a disposición la asociación italiana “Consulta di bioetica” y que, a manera de guía, permite que cada cual exprese anticipadamente su voluntad en una suerte de “testamento biológico”. El modelo es conciso y se explican claramente los términos técnicos utilizados y el significado de cada uno de los ítems a completar. Sin embargo, me causó gran perplejidad constatar que uno de los ítems se base sobre un error. En efecto, se invita al interesado a expresar su voluntad respecto a si desea o no que se le administren analgésicos potentes (ejemplo, morfina) en caso de encontrarse en un estado terminal o afectado gravemente por una enfermedad. El punto es que se da sin más por sentado que el interesado debe saber que existe la posibilidad de que el uso de tales fármacos cause la muerte o acelere su aparición, especialmente, al debilitar la función pulmonar (causar una “depresión respiratoria”). (Véase la tercera parte, punto 7, “disposizioni particolari”.) Este supuesto es falso. Susan Anderson Fohr ha demostrado fehacientemente que se trata nada menos que de un mito. La administración de analgésicos no conduce a la muerte. Si el médico (como es de esperarse) sabe prescribir adecuadamente la dosis y el tipo de analgésico, se puede realizar una eficiente terapia del dolor (incluso en el caso de pacientes con dolores muy agudos debido al estado avanzado, por ejemplo, de un cáncer) sin ocasionarles la muerte. Existen muy pocos casos en los que el suministro del analgésico ha llevado a la muerte al paciente. Pero, reitero, en la inmensa mayoría de los casos, esto no es así. A menos que, como insinúa la autora, se aplique una dosis desproporcionada del analgésico (ejemplo, una sobredosis de morfina) con el objetivo de practicar la eutanasia en el paciente. Como el mito de que “los opiáceos pueden llevar a la muerte por depresión respiratoria” está tan extendido entre médicos, juristas, bioéticos y profanos, el médico puede ampararse en esta pseudo-razón para justificar el haber practicado una eutanasia (sea motu proprio o a pedido del paciente). Como soy partidario de la legalización de la eutanasia voluntaria y del suicidio asistido y, al mismo tiempo, condeno todo acto de eutanasia practicado contra la voluntad del paciente, creo que es hora de abandonar decididamente el mito del efecto supuestamente letal de los opiáceos y de afirmar claramente la legitimidad y la conveniencia que supone la introducción una ley que permita y regule la práctica de la eutanasia cuando el paciente así lo desee. Lamento mucho que una asociación como “Consulta de bioetica”, que en general realiza un trabajo de formación y concientización encomiable, persevere en un error que, al fin y al cabo, va en contra de los objetivos que ella misma persigue. Mi propuesta es que se modifique el ítem de la “biocard” que nos ocupa, de manera que allí el paciente pueda simplemente optar por si desea o no que se lo someta a una terapia del dolor con opiáceos sin sugerir, erróneamente, que ello puede conducir a la muerte.
El artículo de Susan Anderson Fohr está disponible en la red: “The Double Effect of Pain Medication: Separating Myth from Reality”. The Journal of Palliative Medicine (1998) No. 1 (pp. 315-328)
Transcribo a continuación uno de los pasajes más elocuentes. Allí se insiste en la
no evidence to support the notion that appropriate and effective treatment of cancer pain results in an earlier death of patients. Of course, it is possible that treatment by inexperienced physicians may lead to unintentional overdoses of medication, but this is neither inevitable nor unavoidable.