La autonomía de la persona: ¿realidad o ideal?

 

La vida moral es un sistema: allí cada elemento sirve de punto de apoyo a – y al mismo tiempo, se basa sobre – los restantes elementos. La moral, en tanto realidad social, no se asemeja a una pirámide con una base firme y amplia sobre la cual se montan luego los restantes componentes, sino a un sistema, por ejemplo, a un organismo, en el que cada cada órgano supone la presencia y la actividad de los restantes.

El respeto escrupuloso por la autonomía y autodeterminación de los otros es una conducta ética que tiene sentido si está insertada en un sistema de comportamientos, decisiones y valores correspondientes. En primer lugar, mi respeto y consideración por la autonomía de un pariente, un amigo, un conocido o, incluso, un desconocido supone, recíprocamente, la voluntad de estos por respetar mi autonomía y mi esfera de autodeterminación. Igualmente, este reconocimiento recíproco supone que cada uno de nosotros valora y afirma su propia determinación y autonomía. Sería ridículo proponerme respetar minuciosamente la esfera de autodeterminación de los otros cuando estos pisotean mi autonomía, o cuando ni siquiera ellos mismos valoran y rescatan la autonomía y autodeterminación como dimensiones morales significativas.

Sin embargo, y como todo sistema, el buen desempeño de una parte puede influir positivamente en el resto y desencadenar, de tal forma, un círculo virtuoso. En una comunidad cuyos miembros no dan importancia a la autonomía y aceptan – e incluso consideran como algo positivo – la intromisión del otro en mi propia vida toda vez que sea bienintencionada, entonces mi respeto por la autonomía del otro puede generar un proceso de retro-alimentación y dar lugar, así, a un genuino cambio moral. De allí que toda persona moralmente excelente oscile siempre entre hacer el ridículo y obtener la admiración de los otros.

La práctica médica actual está a mitad de camino entre el paternalismo verticalista que caracterizaba en el pasado la relación médico-paciente y el ideal de una relación horizontal de mutuo respeto y consideración. El respeto por la autodeterminación del paciente por parte del médico no es algo gratuito, sino requiere un esfuerzo particular, tiempo, etc. Por ello, muchos médicos siguen decidiendo por el paciente sin consultarlo previamente. Cuando hablo de este tema con algunos amigos médicos, recibo, por lo general, la misma respuesta: un suspiro mientras se alzan de hombro y me miran como diciendo, “pero con ese viejito, ¿qué otra cosa se podía hacer?”. Si el paciente no es, él mismo, autónomo, si no posee las capacidades cognitivas adecuadas y la voluntad de hacer valer su persona, ¿a qué esperar del médico una consideración total de su autodeterminación? Tal vez se podría concluir que quien no hace valer su persona como ser autónomo, libre y responsable no se merece el correspondiente respeto del otro, en este caso, del médico.

Pero, de nuevo, la relación médico-paciente es, en sí misma, un sistema, y el respeto por parte del médico de la autodeterminación del paciente puede disparar un proceso de cambio en el paciente; este, de hecho, puede verse finalmente respetado y considerado, y con ello puede ver incrementada su autoestima.

Más allá de la relación médico-paciente, en la vida cotidiana nos enfrentamos a situaciones en las que está claro que debemos respetar la autonomía del otro. Igualmente, hay situaciones en las que podemos y debemos actuar de un modo paternalista, por ejemplo, con niños o con personas que sufren de demencia. Pero luego hay una zona gris y allí no está claro cómo debemos actuar. ¿Debo, por ejemplo, decirle siempre toda la verdad a un colega, o a veces puedo decidir yo por él, sabiendo que mi decisión nace de una buena intención y que tal vez él nunca llegaría a darse cuenta de lo actuado a menos que se lo mencione? Supongamos que necesito urgentemente un objeto que se encuentra en el cajón del escritorio de mi colega, que justamente salió a almorzar. Respetar la autonomía del otro es respetar su esfera privada, de manera que abrirle el cajón sería violar ese pacto de respeto mutuo. Sin embargo, se trata de algo, al fin y al cabo, menor, y como necesito el objeto ya, bajar a la cantina donde almuerza mi colega complicaría demasiado las cosas. Además, puedo usar el objeto en cuestión y volverlo a poner en el cajón antes de que vuelva; si no menciono el tema, estoy seguro de que nunca se dará cuenta de lo ocurrido…

En este caso, mi urgencia y el “costo” que supone respetar la autonomía del otro sobre todo en algo banal como lo sugerido por el ejemplo, puede justificar la violación de la esfera privada. Pero, ¿y en los restantes casos? Según mi ideal moral, la respuesta es: en caso de duda, respetar la autonomía. Por ejemplo, y para volver a la relación médico-paciente, cuando lo que está en juego es la vida de una persona, por más que se trate de un enfermo terminal desmoralizado, agonizante y debilitado física y mentalmente, el respeto de la autonomía es un deber del médico. Decidir, por ejemplo, terminar con la vida del paciente sin consultarlo es una forma de homicidio, por más que el móvil del médico haya sido la compasión. Es cierto que el médico puede argumentar que un paciente terminal en las condiciones descritas probablemente no entendería o malinterpretaría la propuesta del médico, o que hacerle entender de qué se trata requeriría de un tiempo y de una disposición de ánimo que el médico de nuestros días no posee. Pero lo que acá está en juego no es nada menos que la instauración de una “cultura de la autonomía” que empieza por el médico. El paciente será cada vez más autónomo si el médico da el primer paso y actúa conforme a la norma de respeto por la autodeterminación del otro.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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Una respuesta a La autonomía de la persona: ¿realidad o ideal?

  1. dany dijo:

    en esto Etica es la palabra exacta aplicada

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