Ayer leía una recensión sobre el último libro de Howard Wettstein, El significado de la experiencia religiosa. Una de las ideas que desarrollaría el autor en ese libro es muy similar a la que aludía en mi última entrada. Wettstein es una persona religiosa y su libro es una suerte de diario personal sobre su vivencia espiritual. Pero al mismo tiempo, estamos frente a un filósofo naturalista para quien todo lo que existe se reduce a la naturaleza y lo que esta ha “creado” en su evolución. No hay, para este autor, una “realidad sobrenatural”. A juzgar por la recensión, Wettstein no es del todo consecuente a lo largo del libro con esa tesis, ni tampoco la desarrolla en profundidad, ya que se detiene en otras cuestiones que aquí no interesan. Lo que sí me parece importante resaltar es que comienza a formarse un movimiento que rescata la dimensión humana de la religiosidad sin tener que comprometerse con dogmas del tipo que fuese. El naturalismo y la religión fueron grandes enemigos a principios del siglo pasado, pero una vez que se aclaran adecuadamente nuestras ideas respecto a la naturaleza y la religión, ambas posiciones se reconcilian. Es posible una religión sin dios, es posible una religión sin metafísica, sin supuestos metafísicos. La clave está en insistir en el significado de la experiencia religiosa como una experiencia humana, ni mas ni menos. Wettstein compara al “naturalista religioso” con el matemático. Uno puede ser un buen matemático sin por ello postular la existencia de los números en tanto entidades extra-mentales. Yo prefiero comparar al “naturalista religioso” con el artista, que crea movido por una experiencia estética y para el cual esa experiencia es sumamente significativa para su vida, sin por eso tener que comprometerse con una determinada teoría sobre la entidad del concepto de belleza. Lo central de la religión no son las creencias ni la fe, sino esa experiencia irreducible e indefinible gracias a la cual el mundo se nos presenta como divino. (De igual manera, lo central en el arte es la experiencia irreductible e indescriptible gracias a la cual el mundo se nos presenta como bello o, si se prefiere, como dotado de valor estético.)
Hay personas que pueden vivir sin arte, y del mismo modo creo que hay personas que pueden vivir sin religión. Pero también es cierto que para mucha gente, la religiosidad es la manera de dar color y profundidad a sus vidas, de abrirles la puerta a una dimensión existencial sin la cual se verían apocados. Quien logra ver a los otros, a sí mismo y a la naturaleza en su conjunto en clave espiritual o mística, trasciende los estrechos límites de su ser. La experiencia religiosa, como la artística y la ética, son formas de trascendencia.