(La siguiente es una idea tal vez excesivamente general, sobre la que debería (lo confieso) no solo reflexionar más, sino profundizarla con lecturas.)
Tras leer un libro como el de Dino Buzzati El desierto de los Tártaros, el lector contemporáneo no puede sustraerse a la impresión de que “hoy no se escribe así”. No quiero decir que el libro esté pasado de moda, del mismo modo que un buen libro del siglo XVII no está fuera de la moda. El punto es que la sensación constante que acompaña la lectura de esa obrita es que allí se respira la temática de una época que, para bien o para mal, se cerró o que quedó atrás. Y no me refiero a aspectos que podrían ser más o menos “externos”, como la forma de expresarse, las referencias que se hacen, el ambiente elegido para la trama, etc. Por otra parte, hay elementos que son universales o intemporales. Por caso, la literatura ha reflexionado desde siempre sobre el destino, la soledad, la muerte. No es la presencia de tales temas lo que hace que el libro de Buzzati un libro de tiempos ya pasados.
Pero, ¿qué es exactamente eso tan característico de El desierto de los Tártaros o de tantas otras obras de los ’40 y ’50? Algunos de los nudos centrales del libro son la experiencia de la soledad, la imposibilidad de truncar el destino, el deseo o, mejor, la necesidad de llegar a ser alguien y el encuentro con un ambiente que trunca permanentemente esa aspiración, la frustración de verse uno a sí mismo como el héroe o el genio que nunca pudo ser.
Repito: en cierta medida, estos son temas universales de la literatura. Lo que sin embargo caracteriza el tratamiento que se hace de ellos en la literatura de mediados del siglo XX es que el protagonista constata patéticamente una brecha insalvable entre su interioridad y el mundo externo. No es tanto que el mundo sea cruel o absurdo, es que es imposible o, al menos, sumamente difícil la comunicación entre el dentro y el fuera, el individuo y la sociedad.
Se me ocurre explicar este fenómeno como, al menos en parte, el resultado de la circunstancia histórica en que se vivía y escribía. Los ’40 y ’50 son una época marcada por una gran contradicción. Por un lado, tenemos un individuo ilustrado, romántico y cultor de su individualidad, y, por otro, una sociedad fuertemente conservadora y cerrada. No sólo falta un buen trecho para que llegue el ’68, que, tomado como fecha simbólica, marcaría la relajación o el abandono de ciertas normas y códigos abstrusos , sino que los ’40 están marcados por dictaduras fascistas espeluznantes. El individuo estaba, sin duda, encapsulado, atrapado y asfixiado por una red social densa y adversa.
Muy distinta es la situación actual, en la que las normas sociales se han vuelto más laxas y el Estado se reduce y se ausenta. El dilema actual de la literatura no es la opresión de la sociedad y del Estado sobre el individuo, sino, por el contrario, un individuo que se ha quedado huérfano, en medio de una sociedad abigarrada y confusa, de un Estado minimizado, de un mercado desenfrenado y de una cultura incapaz de establecer sólidos puntos de referencia una vez que se criticaron y quedaron debilitados los valores tradicionales.
Veo que te referís, Marcos, a la imagen que de la sociedad y el hombre pinta un determinado libro de ficción. O, quizás más precisamente, a la imagen que de la sociedad tienen el personaje principal de una novela, tal vez su narrador.
Me quedo pensando en cómo es o fue encarado eso en relación a desde dónde (desde qué sociedad en particular) se escribía. No sería lo mismo la pintura que de la sociedad y de las expectativas que en ella se tenían hacía alguien en Italia (u otros países de Europa occidental) que otros en, por caso, Argentina, o, pongamos, Senegal.
Y, destaquemos: el marco parece ser el de la novela. En un cuento, y sobre todo en un poema, esto mismo se daría mucho menos, o mejor dicho muy distinto.
Abrazo desde San Vicente.-
Interesante eso que decís acerca de que esta hipótesis (por llamarla de algún modo) no sería tan plausible en el caso del cuento o de la poesía. Me pregunto qué tiene de diferente y de particular la novela respecto a las otras formas de la literatura.
Lo que no me queda tan claro es que una obra de los ’40 en Argentina vaya a ser distinta… de hecho, y para mi sorpresa, la obrita de Buzzati tenía un prólogo de Borges, muy elogioso. Y me imagino que un escritor senegalés de los ’40, de clase media o alta, formado en Francia y cultor del existencialismo, no habría escrito de modo muy diverso, esto es, saliendo de ese marco cultural que trataba de delinear.
La seguimos, desde Ilissia.