¿Tienen conciencia los animales?

Para responder a la pregunta del título hay que definir primeramente qué es la conciencia. ¡Vaya cuestión! Por lo pronto, conciencia puede significar muchas cosas, por ejemplo, autoconciencia, conciencia moral, conciencia en el sentido médico de ‘estado de vigilia’ (lo opuesto al estado inconsciente), etc. Para no enredarnos en estas manifestaciones complejas, propongo una definición muy simple: conciencia es la capacidad de tener estados mentales, no importa si esos estados mentales son básicos –como las sensaciones sensoriales, las sensaciones de placer y dolor, etc.– o si son complejos, como el pensamiento filosófico.

Así, si un ser es capaz de tener estados mentales, aunque sea básicos, tiene conciencia.

Cuando el filósofo Immanuel Kant nació, tenía formas muy elementales de conciencia; en cambio, cuando ya cincuentón redactaba sus obras filosóficas, tenía formas muy complejas de conciencia. Pero en uno y en otro caso era un ser consciente.  

La manera más sencilla de asegurarme de que mi prójimo tiene conciencia es hablando con él o ella: si me responde coherentemente, le atribuyo estados conscientes más o menos complejos, de lo contrario, no.

Pero el punto es que no podemos hacer del dominio del lenguaje humano el criterio de la posesión o no de la conciencia. Un bebé no puede hablar y no por eso le niego la conciencia. Lo mismo sucede con una mascota.

En realidad, nunca puedo “salirme” de mi mente y “meterme” en la mente de mi prójimo para ver si efectivamente tiene conciencia. Solo indirectamente puedo inferir que el otro es consciente.

Si un perro se ha clavado una espina y camina con tres patas, deduzco que se comporta de ese modo para evitar el dolor que causa pisar con algo punzante dentro. Por tanto, el comportamiento es la primera manera de saber si alguien tiene estados conscientes, aunque sean muy simples.

Ahora bien, nuestra capacidad de “leer” el comportamiento de los otros es bastante limitada. Pensemos en estos casos. Un colega puede tener un terrible dolor de muelas, pero aguantárselo estoicamente sin decir una palabra. Un bebé puede llorar durante horas sin que sepamos qué le pasa: ¿le duele la panza o tiene hambre?

Si salimos del mundo humano –lo que implica también salir del mundo de los animales que hemos domesticado, como los perros–, nuestra capacidad de descifrar el comportamiento de los restantes seres se vuelve mucho más escasa.

La ciencia nos ofrece hoy otra posibilidad de saber si un ser tiene conciencia. Por todo lo que sabemos, los estados mentales solo ocurren si existe un sustrato neurológico. Para decirlo bastante toscamente, sin sistema nervioso no hay conciencia.

Un árbol no sufre ni goza porque, al fin y al cabo, no tiene cerebro. Eso no quiere decir que no sea un ser vivo, solo quiere decir que es inconsciente, que carece de conciencia, que está “más acá” de la conciencia.

Cuán complejo tiene que ser un sistema nervioso para que el organismo tenga estados mentales al menos básicos es una cuestión que ocupa actualmente a los científicos. Por lo pronto, ya sabemos un par de cosas.

En primer lugar, sabemos que la corteza cerebral (o neocórtex) es una parte del cerebro muy desarrollada en los seres humanos y responsable de las formas más complejas de la conciencia. Si Kant hubiese tenido de niño un accidente que le hubiera dañado la corteza cerebral, no habría podido escribir sus famosos tratados de filosofía.

De todos modos, sabemos que, para tener sensaciones sensoriales, sensaciones de placer y dolor, emociones y conducta prosocial, no se necesita la corteza cerebral de los humanos. Los pájaros son capaces de tener todas estas formas de conciencia gracias a su diminuto cerebro.

Sabemos que los cinco grandes grupos que componen los vertebrados –los mamíferos, las aves, los peces, los anfibios y los reptiles– tienen el sustrato neurológico necesario para tener estados conscientes.

Otras de las cosas que sabemos es que no es necesario tener un sistema nervioso central para tener conciencia. Hasta no hace muchos años se pensaba que los invertebrados, que no tienen un sistema nervioso centralizado como nosotros, no podían tener estados mentales. Pero las investigaciones neurológicas muestran que este supuesto es infundado. Hoy sabemos que, por ejemplo, los cefalópodos –el pulpo, el calamar, etc.– tienen una neuroanatomía distinta de la nuestra, pero que funciona perfectamente como sustrato para el surgimiento de los estados mentales.

Claro que alguien puede decir: “Bueno, los animales podrán tener conciencia, pero debido a que no tienen otras capacidades complementarias, como el habla, no tienen las formas más complejas de la conciencia, como la autoconciencia (la capacidad de ser consciente de que uno tiene estados mentales conscientes) o la conciencia moral, como el sentido del deber o de la culpa.”

Esa observación es en principio correcta, pero es conveniente notar dos cosas. En primer lugar, los animales pueden tener estados conscientes insospechados para nosotros. Por ejemplo, nosotros no podemos percibir los rayos infrarrojos, como sí pueden hacerlo algunos reptiles, y por tanto esa “experiencia del mundo” queda más allá de nuestras posibilidades. Nunca vamos a poder ser conscientes del entorno tal como lo es una víbora.

En segundo lugar, muchas veces lo importante es simplemente saber si un ser es consciente, no si tiene una compleja forma de conciencia que le permite pensar problemas de filosofía. Si los principios éticos establecen que no debemos dañar a los demás, no importa si el daño recae en un recién nacido o en un adulto, en un perro o en un pulpo. Basta que sea capaz de sufrir dolor o de ver mermada su experiencia vital.

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About Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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