Principios de la ética animal

¿Cuáles son nuestras obligaciones con los animales? La respuesta a esta pregunta depende de qué animales se trate. Por lo pronto, desde el punto de vista bioético podemos hablar de (a) animales que viven libremente en la naturaleza y (b) animales domésticos que viven en instalaciones típicamente humanas, como nuestras casas o nuestras granjas.

Por supuesto, a veces hay entrecruzamientos entre estos dos ámbitos no del todo afortunados. Por ejemplo, un león de la selva atrapado para un circo o un zoológico es un ser del grupo a que pasa por las fuerzas a formar parte del grupo b. Un ejemplo contrario es el de, digamos, un perro que se pierde en un bosque y de golpe debe readaptarse a un ambiente al que ya no estaba preparado, con pocas chances de supervivencia.

La respuesta a la cuestión inicial también depende de cómo concibamos al animal. ¿Qué son o quiénes son los animales? Acá también tenemos que proceder de un modo bastante esquemático y poner de un lado a todos los vertebrados (mamíferos, aves, reptiles, peces, anfibios y algunos invertebrados como los cefalópodos) y, del otro lado, al numerosísimo grupo de los invertebrados y los insectos.

Todos los vertebrados y algunos invertebrados como los pulpos tienen un sistema nervioso muy desarrollado que les permite tener sensaciones sensoriales (auditivas, visuales, etc.), sensaciones de placer y dolor, memoria episódica, deseos, emociones, expectativas y comportamientos grupales. En una palabra, todos estos animales, desde la rana al gorila, desde el pez a la iguana, son sujetos, esto es, tienen una subjetividad.

La primera respuesta entonces a la interrogación de partida es de carácter general: nosotros, las personas, tenemos que tratar a los demás sujetos con la consideración y el respecto que se merece todo ser que tiene experiencias subjetivas.

Ahora bien, ¿qué implica esta máxima general? En el caso de los animales salvajes que viven en la naturaleza, nuestro deber es no dañarlos directamente ni dañarlos indirectamente, restringiendo o degradando su hábitat.

Salir a cazar al monte o a pescar al río es una manera de dañar directamente a los animales salvajes; convertir cien hectáreas de selva en terreno para la agricultura es dañarlos indirectamente (porque implica restringirles el espacio vital).

En el caso de los animales tenidos por la fuerza en cautiverio, la mejor manera de no seguir dañándolos es devolverlos a sus hábitats respectivos. El león del circo debe volver a la selva, el canario de la jaula, a los árboles del monte y los pescaditos de la pecera al río.

Por último, está el caso de los animales domésticos que, por su constitución, ya no pueden volver a la naturaleza, por el simple hecho de que son, como el hombre moderno, productos de la civilización, hijos de la domesticación. Los perros, los gatos, las ovejas y las vacas son resultado de la selección artificial llevada a cabo por el hombre desde la última fase del paleolítico, esto es, desde que el hombre mismo empezó a volverse sedentario.

Liberar a los animales domésticos sería una forma de condenarlos a la extinción.

¿Qué obligaciones tenemos, entonces, con los animales domésticos? El filósofo David DeGrazia lo resume en tres principios claros: primero, no causarles dolor injustificadamente; segundo, no acortarles la vida sin razón; tercero, poner a su disposición todos los medios necesarios para que lleven una vida sana, agradable, en la que puedan desarrollar sus funciones biológicas, psicológicas y sociales.

Así, por ejemplo, maltratar a una mascota como manera de “liberarse de las tensiones del día” es una forma de violar el primer principio. Matar a un chancho en su juventud para hacer un festín es una contravención del segundo principio. Mantener encerrada a una gallina en una jaula e incluso en un diminuto corral es una falta contra el último principio.

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About Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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