Antes de seguir ahondando en el diagnóstico de nuestro planeta Tierra, quisiera detenerme en una cuestión de tipo “amplio”, “filosófico”, como se dice: el último siglo y medio de la historia de la humanidad, ¿ha sido efectivamente el peor período que hemos conocido? ¿No tienen acaso razón los politólogos y los economistas, que casi a coro nos dicen que los últimos ciento cincuenta años han sido de crecimiento, de bonanza, de innovación y de inclusión social? ¿Quién están en lo cierto, los ecologistas o los economistas?
Así planteada, la cuestión no tiene una respuesta clara. La historia no es un proceso unilineal que necesariamente asciende o desciende, a manera de un hilo que derecho va hacia lo mejor o hacia lo peor. En todo caso, si queremos una imagen de este estilo, digamos que la historia es como una trenza formada por muchas hebras entrelazadas, algunas de las cuales apuntan en una dirección y otras en la contraria. No busquemos respuestas simples del estilo “sí o no”, “blanco o negro”, donde las realidades son inevitablemente complejas. Que la búsqueda de simplicidad no nos lleve a simplificar excesivamente los tantos.
Por ejemplo, si uno toma un indicador como la situación de la mujer, seguramente nuestra posición al respecto va a ser clara, aunque tampoco hay motivos para un optimismo eufórico: sí, no hay duda de que en Occidente la mujer hoy está mejor que siglo y medio atrás.
Otro ejemplo, los trabajadores. Y, de nuevo, puesto sin mucho entusiasmo: sí, la situación de los trabajadores hoy en los países occidentales, lejos de ser óptima, es mejor que la de los abuelos de sus abuelos.
Y así podríamos seguir agregando “triunfos” del siglo y medio pasado, conquistas que, a pesar de todos los reparos que podamos poner, son innegables, palpables.
Ahora bien, basta dar un repaso, incluso somero, a los últimos ciento cincuenta años para eclipsar la imagen de conquistas apenas delineada. ¿Cómo podemos olvidar las dos guerras mundiales? ¿Cómo no mencionar las barbaridades del fascismo, la brutalidad del comunismo, la hipocresía del capitalismo?
¿Cómo pasar por alto que ahora mismo, mientas escribo estas líneas, Rusia y Ucrania están en guerra, en una guerra terrible, aunque podamos clasificar como “de intensidad media”, en una guerra que, al fin y al cabo, ha vuelto a polarizar al mundo en dos grandes bandos?
Seguro que alguien me va a decir: “Pero guerras hubo siempre, desde que el hombre es hombre”. ¡Sin duda! Ahora bien, más allá de todas las pérdidas que ya ha acarreado este conflicto, más allá de todo lo que está en juego, sea eso mucho o poco, hay algo que no debemos olvidar: que Rusia y sus aliados “informales”, por un lado, y Ucrania y sus “simpatizantes”, por otro, poseen armas nucleares, armas que en cualquier momento pueden ser empleadas con las consecuencias por todos conocidas. Hemos aprendido a vivir al borde de la catástrofe.
Por otro lado, claro que la situación de los trabajadores es bastante mejor hoy, sobre todo cuando pensamos en cómo estaban las cosas allá por fines del siglo XIX. (Seguramente, la edad dorada del trabajador, principalmente del europeo, es ya solo un recuerdo, un momento que a lo sumo se extendió por tres décadas, de inicio de los años cincuenta a fines de los setenta.) Pero, así y todo, con los avances y retrocesos históricos, creo que el economista no está del todo errado al insistir en que incluso el obrero poco calificado y el simple empleado de comercio están mejor que hace 150 años. No obstante, el tema acá es: ese mejoría, ¿en términos de qué se dio?
Y he aquí la postura del ecologista: el enorme crecimiento económico del último siglo y medio ha hecho, sí, que los ricos se volvieran más ricos, ha permitido también la inclusión de ciertos sectores (lo que significa: miles de millones de habitantes de decenas y decenas de países) en el bienestar general. No es que los ricos hayan regalado nada: a veces soltaron un poco de dinero porque les convenía vistas las cosas a largo plazo, otras a causa de presiones enormes de los sectores desfavorecidos. Pero ¿a costa de quién o de qué se dio este crecimiento enorme y más o menos inclusivo? La respuesta es esta: a costa del planeta, a costa de la naturaleza, a costa de los animales, a costa del futuro (y, por supuesto, a costa de muchos trabajadores, millones en realidad, que aún viven como hace ciento cincuenta años).
La conclusión es que hoy hay aspectos indudablemente mejores que en el pasado más o menos reciente. El hecho de que la mujer pueda hoy trabajar, vivir la vida que quiere y votar no son cosas menores. El hecho de que un trabajador tenga acceso a la salud pública o a vacaciones pagas tampoco puede ser ignorado. Pero el progreso económico, que a veces corre simplemente en paralelo a esas conquistas sociales, a veces las promueve y a veces las obstaculiza, no es neutro. En el mejor de los casos ha supuesto una mejoría para muchos seres humanos, pero solo para los seres humanos. En aras del progreso hemos sacrificado la naturaleza.