Es peregrino pretender reflejar la sensación generalizada en estos días en Grecia cuando uno no cuenta con sondeos serios de opinión, así que lo que voy a decir acá es una simple conjetura.
La gente, harta ya de la pandemia después de más de dos años, cree que con la difusión de la ómicron en Europa (y en casi todo el resto del mundo) la peste ha entrado en su fase final. La prueba que se presenta es que se están contagiando literalmente uno tras otro, y eso no lleva al temible colapso del sistema sanitario. Es cierto que los hospitales están llenos, pero no están desbordados, nos dicen, tal como lo estaban hace por ejemplo un año atrás, cuando las variantes alfa y delta saturaban las instituciones de la salud con un número increíblemente menor de infecciones diarias.
Insisto: lo mío es solo una conjetura que en el mejor de los casos merecería la corroboración empírica, pero de todos modos me ayuda a entender la conducta de la gente. No he visto ningún loquito que salga a contagiarse deliberadamente, pero tampoco se ve a una porción importante de la población encerrada en sus casas para evitar a toda costa la infección.
De lo que sí puedo dar fe es de que de los casos de parientes y conocidos griegos que se contagiaron en lo que va del mes de enero, ninguno la pasó feo. Unos fueron asintomáticos, mientras que otros tuvieron los síntomas leves característicos de un resfrío. (Recuerdo únicamente una muerte, pero se trataba de una anciana ya muy enferma.)
A decir verdad, en ninguno de esos casos sabemos si la infección fue efectivamente con la ómicron, solo lo inferimos a partir de la levedad de los síntomas.
Ayer cayó una nevada imponente en Atenas y me recordó la del año pasado. Entonces estábamos en pleno confinamiento, con las escuelas y los negocios cerrados. Las vacunas acababan de llegar a Grecia (eran las primeras tandas de la de la Pfizer-BioNTech) y tanto la esperanza como el recelo eran más intensos que ahora.
(A un año de aquello, muchos seguimos pensando que la vacuna es la mejor arma de que disponemos, pero ya nos hemos puesto tres –y no dos dosis, como se nos decía– y el riesgo de infectarnos es aún considerable; en lo que hace al recelo, sí, somos menos recelosos: a nadie le salió una cola monstruosa por ponerse la vacuna, y los casos desafortunados que terminaron en muertes fueron poquísimos, los podemos contar con los dedos de las manos mientras recordamos las 20.000 víctimas mortales del virus.)
Dejo ahora las conjeturas y los recuerdos, y paso a las cifras puras y duras de ayer. En primer lugar, el número de contagios fue alto, más de 19.000, sobre todo considerando que veníamos del fin de semana, cuando las cifras de infecciones son siempre más bajas.
Como hoy las autoridades decretaron asueto por la tormenta de nieve que está afectando a todo el territorio griego, es probable que también esta tarde y mañana veamos cifras más reducidas de contagios que la semana pasada.

Por otra parte, el número de pacientes en terapia intensiva e intubados sigue girando en torno a los 650. No es una cifra menor para el país, pero tampoco nos permite concluir que la situación está fuera de todo control.
Lo que sí sigue siendo alto es el número de muertos por día. Ayer hubo 111 defunciones, y durante el fin de semana pasado tuvimos cifras comparables.
¡Atención!, quiero ser muy cuidadoso. No quiero darles a entender que el número de intubaciones es “solo” de 650 ni que el número de fallecidos ronda “solo” la centena. No se trata de afirmar que las cifras podrían ser aún un poco más elevadas sin que se llegue al descalabro generalizado, porque la realidad de los hospitales griegos es ya dramática. Por ejemplo, algunos de los principales hospitales griegos (el “Evangelismós”, el “Sismanoglio”, etc.) desde hace un tiempito ya se han vuelto hospitales enteramente dedicados a atender pacientes con covid.
La primera consecuencia de eso es que el personal sanitario está exhausto. ¡Hay que vérselas ahí dentro, luchando las 24 horas contra el virus!
La segunda es que muchos pacientes con otras enfermedades graves (con problemas cardíacos, con tumores, etc.) han visto aplazados sus tratamientos. Por ejemplo, un paciente que necesitaría ser operado del corazón debe esperar hoy con suerte entre ocho y diez meses para que le llegue el turno (cuando, en realidad, lo conveniente sería no diferir la intervención).
Lo más triste de todo esto no es solo la cantidad abultad de muertes diarias por covid, sino la cifra difícil de determinar de pacientes cardiológicos, oncológicos y demás que fallecen día a día porque no reciben el tratamiento en tiempo y forma, esto es, el tratamiento que merecerían.
Grecia, como el resto de los países europeos, ha vuelto a priorizar la atención de los enfermos de covid, relegando a un segundo o tercer plano los demás casos.