Esta semana ha vuelto a haber un rebrote de contagios en Grecia. De golpe pasamos de los mil a los dos mil infectados por día. Mala noticia justo cuando se empezaba a evaluar la posibilidad de reabrir las escuelas y los negocios a partir de la próxima semana.
Mi esposa me dice que algunos hospitales de Atenas están ya saturados de pacientes con COVID. No es que todos los ingresados vayan a parar a terapia intensiva, pero sí son pacientes que no pueden curarse solos en sus casas.
Respecto a las “camas críticas”, aquí se mantuvo la tendencia que ya señalaba la semana pasada: no ha habido saltos nefastos pero sí se mantiene el paulatino incremento del número de pacientes intubados. Estábamos en alrededor de 250, hoy la cifra gira en torno a los 350.
El número de muertos sigue estable, una veintena diaria. De esta manera, Grecia ya pasó a contabilizar más de seis mil muertos desde el inicio de la pandemia, un año atrás.
Mientras tanto, la ola de frío y nieve pasó y volvió el buen tiempo. Desde hace unos días incluso hace calor al mediodía. Deprimida o, cuanto menos, harta del encierro, la gente sale. ¿Y adónde va? Ese es el tema. Ayer salí a caminar con mis hijas. Fuimos hasta la plaza Mavili, así de paso tomábamos un helado. Obviamente, los principales bares siguen cerrados y todas las mesitas están amontonadas en los dos o tres rincones que hay en la plaza, con las sillas patas para arriba, cubriéndolas. La gente, entonces, que como nosotros va a tomar algo, opta por el “take away” y consume su helado, su café o su sándwich en los pocos bancos de la plaza o sentados unos al lado de otros en el borde de la fuente central. ¿No sería mejor, me pregunto, que los bares reabrieran sus instalaciones, por supuesto, respetando todos los puntos del protocolo sanitario, de forma que la gente tuviera un lugar para sentarse y a una distancia de al menos dos metros entre sí?
Este efecto se repite en otros sitios. El parque del Mégaro, por ejemplo, está cerrado, y tengo entendido que todos los parques vallados están cerrados, “así la gente no se aglomera”. Pero la gente quiere salir y ¿adonde va? Va a sentarse a los parques abiertos, esos de libre acceso, como el Eleftherías. Los otros días fuimos, aprovechando el sol de la tarde y estaba repleto de grupitos de adolescentes, tomando sol en la gramilla. Nos costó encontrar un hueco entre tantos jóvenes que estuviera al menos a dos metros de distancia de los demás. Nueva pregunta: si las cosas están así, ¿no era mejor que reabrieran las escuelas?
Los otros días, embargado por el optimismo, le dije a una amiga que yo pensaba que para el verano al menos el 40% de la población griega iba a estar vacunada, y se me echó a reír. Me sentí algo cohibido por mi ingenuidad y me defendí respondiéndole que no es algo descabellado: Israel, le puse como ejemplo, que tiene una población más o menos similar, ya vacunó a esa cifra. “Ah, me aclaró, pero eso es diferente; los judíos tienen plata.” Ahí dejamos el tema, pero me quedé con la sensación de que los griegos no creen que para fin de año se vaya a lograr vacunar al 70% de la ciudadanía con el objetivo de alcanzar la famosa inmunidad del rebaño. ¿Y cuál es el problema? ¿Es que los griegos y la Unión Europea no tienen tanta plata como Israel o, mejor dicho, no han priorizado la compra de vacunas por sobre todas las otras cosas, incluso pagándoles sobreprecios a las empresas con tal de inmunizar a los mayores de 18 años antes que termine este 2021?
Para ir de casa a la plaza Mavili hay que pasar por enfrente de la embajada norteamericana. Y en estos días, la bandera no flamea, sino que, por decisión de Biden está a media asta, en conmemoración de los 500.000 muertos estadounidenses por el COVID.
Por suerte, no son todas pálidas. Creo que de todas las noticias alentadoras que han circulado esta semana la mejor es que la vacuna no solamente protege al vacunado en caso de infectarse (evita que desarrolle los síntomas más preocupantes), sino que reduce las posibilidades que contagie a otros (no elimina ese fenómeno pero sí lo restringe).