Aquí en Atenas el 2021 empezó con temperaturas insólitamente elevadas. Todos festejamos el inesperado “veranito”, sabiendo que mucho más no podría durar y que tarde o temprano tendrían que llegar los fríos.
Tanto calor y la ausencia de viento por días trajo aparejado otro fenómeno inesperado: la vuelta de los mosquitos. Las casas y los jardines se volvieron a llenar de esos fastidiosos compañeros de los meses más agradables del año.
Para las fiestas las autoridades relajaron los controles (que ya venían siendo bastante laxos) y la gente pudo salir a reunirse con una, dos o tres familias burbuja.
No sé cuántos “excesos” habrá habido en lo que hace a los contactos sociales, pero creo que muy pocos se atuvieron al consejo de verse solamente con una familia conocida y una vez.
A parte del repentino veranito, se dio otro fenómeno peligrosamente alentador: el número de los casos (casos de todo: infectados, intubados y muertos) mantuvo su tendencia a la baja. Ya se sabe: “Cuando el gato no está…”
El 2 de enero, después de que el gobierno cerrara uno o los dos ojos todo ese tiempo, llegó el aguafiestas con un mensaje que en mi país sonaría así: “¡Muchachos, se acabó la joda!” En efecto, de un plumazo se dispuso el cierre de los negocios y se volvieron a prohibir las reuniones entre familiares y amigos. Así que el que tenía turno para el peluquero el lunes tres, tendrá que quedarse con los pelos tal como lo vimos para Año Nuevo, y ya no vamos a poder ir al local de la vuelta a retirar el producto que compramos por internet, sino que vamos a tener que esperar que nos lo traigan a casa, quién sabe de acá a cuántos días (del “click away” volvimos al “delivery”).
Paralelamente, el gobierno dispuso la reapertura de los jardines de infantes y de las escuelas primarias. A primera vista, parece algo contradictorio, pero creo que, en realidad, no lo es. Porque lo cierto es que, más allá del toque de campana para que la gente deje de salir a festejar, esta cuarentena es “a medias”. Si la actividad laboral sigue en marcha excepto en los casos puntuales en los que hay un contacto estrecho con el cliente, es justo que los más pequeños vayan a la escuela. Los que somos padres de hijos pequeños sabemos que tener a los chicos todo el día encerrados en casa y haciéndolos primero seguir las clases en la pantalla de una “tablet” y haciéndolos seguidamente hacer las tareas, en esa misma “tablet” o en el cuaderno, es una de las cosas más desgastadoras. Un costo demasiado alto para el riesgo que representa en sí mismo el hecho de que los niños vayan a escuela. Sobre todo, repito, cuando las calles siguen repletas de gente que va a sus trabajos.
Lo que empezó con un tropiezo fue la vacunación. Mi esposa, por ejemplo, tenía que vacunarse ayer, pero a último momento le pospusieron la cita. ¿Por qué? Barajamos varias explicaciones. Puede ser que la logística requerida para esta vacunación sea un desafío más complejo que lo pensado. Puede ser también que hasta ahora hayan llegado a Grecia menos vacunas que lo previsto, con lo cual quizá hubo que reducir el número inicial de citados teniendo en cuenta que cada uno necesita dos dosis, no una.
De todos modos, la lentitud inicial en la vacunación no es un fenómeno exclusivamente griego. Por lo que veo, casi todos los países están vacunando a un ritmo mucho más lento del que esperaban. (La única excepción, tengo entendido, es Israel, que compró a última hora una buena cantidad de la vacuna de Pfizer y ya inoculó a un porcentaje significativo de su población.)

